Sapos y ranas
En las caminerías del edificio de apartamentos que me tocó visitar en Miami apareció frente a mí un sapo gigantesco cuya mirada me produjo escalofríos. Después supe que debajo de la ciudad hay pantanos lo que permite suponer que aquel sapo emergiera de ellos. También hay ranas en el mundo y se relacionan con los sapos solo por el agua que es su elemento natural. Se asegura que las ranas son criaturas que corresponden al elemento yin del agua. Representan la transición entre tierra y agua y por el hecho de ser anfibios “son animales lunares”, es decir que aparecen y desaparecen como la propia luna. Las ranas desencadenan las lluvias. En el antiguo Egipto, las ranas llevaban sobre sus ancas el privilegio de haber sido el atributo de la diosa Herit, la que asistió a Isis en su ritual de la resurrección de Osiris.
“Las pequeñas ranas que aparecen unos días antes de la crecida del Nilo son consideradas como heraldos de fertilidad y son seres asociados a la idea de la creación y de la resurrección por sus períodos alternos de aparición y desaparición” como los osos que desaparecen durante el invierno. En ese mismo tiempo, cuando la tierra estéril permanece en silencio, el coro de las ranas es una manifestación de la renovación anual de la naturaleza.
El sapo es la antítesis de la rana, “como lo es la avispa de la abeja”. El sapo, contrariamente, es “el aspecto inverso e infernal de la rana. Le corresponde el mismo significado simbólico pero negativo. Existen animales cuya misión no es otra que romper la luz astral por una absorción que les es particular y tienen en la mirada algo que fascina” por eso se mencionan al sapo y al basilisco. Julieta Capuleto, enamorada de Romeo Montesco, prefiere ver un sapo, un verdadero sapo, antes que recibir a Paris, el pretendiente que le impone su padre.
Llamamos sapos a los delatores, a los que nos denuncian ante la autoridad y son escuchados. Cambian de nombre según el talante de quienes los escuchan o la época en la que se activan: chivato, judas, denunciante, espía, soplón, traidor, rata, acuseta. Durante la dictadura de Pérez Jiménez se les conoció con el nombre de “esbirros”. En el régimen militar bolivariano se les llama “patriotas cooperantes”, un repugnante eufemismo, pero no nos dejemos engañar: ¡son sapos!
De todas las abominaciones ésta de ser sapo, de ser delator es la más perversa porque se apoya en la traición. ¡El verbo es sapear! El sapo nos conoce, puede que se haga pasar por amigo. Nos escucha, nos espía y luego nos acusa con la autoridad. Quebranta la confianza, viola secretos e intimidades. ¡Es un asco! Pero lo es más quien lo apoya y sostiene; quien le paga por serlo, quien lo anima a ser indigno de sí mismo. El sapo es un instrumento favorecido por la tiranía para controlar y atormentar a sus presuntos adversarios, concediendo valor y credibilidad al sapo cooperante.
Todo régimen totalitario tiene su ejército de sapos “patriotas”. Lo tuvo Stalin en alto grado y Hitler y Mao y el chileno Pinochet. Los sapos pululan en la Cuba castrista y se mantienen en permanente actividad en el régimen bolivariano. Se dice que los hay en Conatel. Acusan, traicionan; no dan saltos porque reptan, se deslizan como los gusanos y las serpientes. Son seres larvarios que emergen del pantano, del submundo, del mundo inferior.
Hay coros de ranas que celebran las lluvias y la renovación de la naturaleza pero hay sapos que croan nuestros nombres en el palacio de gobierno para complacer al autócrata y para satisfacción de una patria deshonesta que los anima y los felicita por su eficaz cooperación.
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