Balas contra el pueblo
Eso se aprecia con mayor nitidez hoy cuando una mayoría abrumadora de la ciudadanía le está señalando al grupo en el poder la puerta de salida, la que renuentemente se niegan a cruzar porque, ya se sabe, la revolución no es pacífica pero sigue muy bien armada
“La revolución bolivariana es pacífica, pero armada”, fue una frase que en innumerables ocasiones oímos pronunciar al difunto caudillo a lo largo de más de una década de su agitada existencia. Hoy sabemos a ciencia cierta que lo que se llamó revolución devino en pacto de mafias y que su vocación bolivariana no pasó de simple rótulo manipulador. De lo que sí estamos seguros es que la apuesta del líder y sus sargentones recaía fundamentalmente en las armas.
Así lo fue desde su irrupción en la escena nacional el 4-F y lo sigue siendo hasta el sol de hoy. Son veinticinco años de actuación de un grupo de militares que desde su aventurera incursión de esa fecha, traicionando su lealtad a la Constitución, cree que las armas de la República son patrimonio personal y que pueden ser utilizadas en provecho propio, en razón de una supuesta “legitimidad histórica”, que sólo existe en sus mentes disociadas.
El uso de las armas de la República y de otras obtenidas con sus recursos pero distribuidas en función de los caprichos y desviaciones partidarias ya no obedecen a la razón o el interés nacional. Eso se aprecia con mayor nitidez hoy cuando una mayoría abrumadora de la ciudadanía le está señalando al grupo en el poder la puerta de salida, la que renuentemente se niegan a cruzar porque, ya se sabe, la revolución no es pacífica pero sigue muy bien armada.
Por las palabras de Maduro, pareciera que en esta hora no hay arsenal que les de tranquilidad. Si se sintiera suficientemente seguro no hubiera hecho el estrambótico anuncio de llevar esa inconstitucional creación de las milicias a un millón de uniformados y de dotar a los primeros quinientos mil con sus respectivo fusiles. Un país hambriento y sin medicinas no podía recibir sino con indignación más que con perplejidad semejante insensatez.
El propósito es claramente intimidatorio y su realización, según han señalado agudamente algunos comentaristas, bastante improbable pues el gobierno no está en capacidad de darle siquiera un solo desayuno de huevos fritos al primer medio millón de ese contingente que sería el doble del ejército de Francia.
Ya mucho antes de que se iniciara este mes de durísima confrontación callejera, cruzada nacional en la que Venezuela busca retomar el hilo constitucional, el centro de Caracas, donde reina el alcalde y jefe de la estrategia política y comunicacional chavista, fue llenado de grafittis con la imagen de una silueta humana, rodilla en tierra y fusil al hombro, acompañada por la leyenda: “Los colectivos toman Caracas en defensa de la revolución”. Seguramente piensa el autor intelectual de esas pintas que la hora estelar de esos grupos paramilitares ha llegado.
Cuando Aristóbulo Istúriz llama a las comunas a enfrentar lo que él generaliza como guarimbas, el mensaje va realmente dirigido a ese malandraje armado que roba y asesina bajo la mirada complaciente del régimen que los creó, armó y siguen financiando y que impúdicamente comete sus atropellos contra los ciudadanos en complicidad de una GNB tan fanatizada y cargada de odio como ellos.
Sería bueno que la canciller Delcy Rodríguez explicara en cualquiera de los organismos internacionales, a los que acude para exigir que nadie se ocupe ni trate de colaborar en la solución de la crisis venezolana, cómo encajan esos grupo armados en el marco del Estado de Derecho y quien va a responder a futuro por sus crímenes.
Mientras, ya vamos para un mes de confrontación y no se visualiza salida. Para nosotros la fórmula correcta ya está dicha: Calle y voto. Voto y calle.
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