Los enemigos
El martes escuché a la Fiscal. Me di cuenta de su respiración agitada, imaginé las presiones a las que estaría sometida y anoté, como lo más importante, lo que no había dicho: no dijo que se hubiera restituido el orden constitucional. Y con esa omisión nos obliga a seguir invocando el Art. 333 de la CRBV
Nunca un poema me había hecho llorar de rabia. Jamás imaginé que lo haría uno inspirado en la guerra civil española, tan distante. Me ardieron los ojos mientras me brotaban los lagrimones. Me recriminé lo que creí una reacción excesiva y puse a Neruda a un lado. Dos días más tarde lo intenté con idéntico resultado.
Dije rabia, esa mezcla de dolor con impotencia. Una tan fuerte que tuve miedo de mí. Me obligué a callar las imprecaciones para afrontar esta pesadilla nueva: quiero castigo. ¿Qué me robaron, Dios mío, que lloro con poemas de guerra y pido castigo? Siempre contraria a la violencia, vi de cerca la posibilidad de serlo. Tengo que hacer algo para no convertirme en el monstruo que nunca he sido.
Ayer me puse a prueba enumerando, como enemigos, acciones en vez de personas: como confundir la majestad de un cargo con la de un nombre, usar principios de propaganda nazi, arrogarse facultades interpretativas del Pacto Social, disparar fusiles en línea recta.
Han pasado algunos días, pero las tribulaciones no han pasado. El martes escuché a la Fiscal. Me di cuenta de su respiración agitada, imaginé las presiones a las que estaría sometida y anoté, como lo más importante, lo que no había dicho: no dijo que se hubiera restituido el orden constitucional. Y con esa omisión nos obliga a seguir invocando el Art. 333 de la CRBV. Y no sólo sostuvo su denuncia al no darla por resuelta, sino que hizo nuevos señalamientos en los que pone en tela de juicio a otros actores del desastre nacional.
También noté que no me produjo rechazo escucharla aunque esgrimió argumentos que ya hubiera querido oír yo en 1999 cuando un expresidente nos deshumanizó. Pero escogí abrazarme a su llamado a construir la paz, puesto que lo encontré dentro del orden republicano. Y hacerlo resultó bueno, porque concluí que puedo salvarme de ser violenta si las autoridades se mantienen dentro de sus atribuciones. Por unas horas respiré más aliviada.
Espero que se dé cuenta de cuánto urge, para rescatar la paz social, que ella redoble sus acciones en la misma dirección que propuso. Es necesario para que su llamado cobre fuerza, para que más venezolanos podamos adherirnos a lo que dijo aunque sea por la urgente necesidad de seguir siendo una nación.
No sé si habré de sumar nuevos dolores tras estas líneas y es verdad que ya me está costando mucho sobreponerme. Pero como en las pesadillas en las que toma parte mi voz advirtiéndome que estoy soñando, me digo que debo intentarlo porque tiene que haber un país después de todo esto. Y sé que alimentar el rencor alejará el momento en que nos despertemos.
Anoche esbocé tres ideas por la paz, todas prematuras: ponerle siempre nombre al enemigo, pero nunca el de una persona; recordar que las campanas doblan por mí, así que todos los muertos también me pertenecen; dedicar tiempo a imaginar un futuro común y a oír cómo lo imaginan otros, porque para construirlo deberemos estar de acuerdo todos.
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