La tragedia de Tarek y su hijo
En el ínterin, los esbirros de su majestad hacen y deshacen, y las personas mueren, y no queremos que nadie más tenga que morir para poder ser un poco más libre, un poco más digno. Y los animales del monarca son los rinocerontes y las ballenas mecánicas
Antígona se parece a la tragedia de Tarek y su hijo. En la versión de Jean Anouilh, hay un prólogo que introduce a los personajes: “Antígona es la chica flaca que está sentada allí, callada. Piensa que será Antígona dentro de un instante, que surgirá súbitamente de la flaca muchacha morena a quien nadie tomaba en serio en la familia y que se erguirá sola frente al mundo, sola frente a Creonte, su tío, que es el rey”. No obstante, rebelarse contra el poder casi siempre se paga caro; ser valiente no suele ser barato. Por eso Antígona “piensa que va a morir, que es joven y que también a ella le hubiera gustado vivir. Pero no hay nada que hacer. Se llama Antígona y tendrá que desempeñar su papel hasta el fin”.
Creonte también hará su papel. Si logra abrir los ojos a tiempo no habrá tragedia. Pero el drama de la vida y la literatura exigen que exista la tragedia. La exigencia responde a razones estéticas y pedagógicas: enseñar a alguna generación acerca de las desgracias que nos forjamos por empeñarnos a toda costa en no ceder, en no dar el brazo a torcer. La tragedia empieza siempre con la ceguera y la contumacia.
Yibram Saab, el hijo de Tarek, se dirige a su padre en un video: “Papá, en este momento tienes el poder de poner fin a la injusticia que ha hundido al país”. En la versión de Sófocles, el rey Creonte y su hijo Hemón sostienen esta conversación:
CREONTE: ¿He de gobernar esta tierra como le parezca a otro y no a mí?
HEMÓN: No existe ciudad que sea de un hombre solo.
CREONTE: ¿Acaso no sabes que la ciudad pertenece al gobernante?
HEMÓN: Bien podrás mandar tú solo en una ciudad desierta.
Después, Yibram Saab habla del asesinato del estudiante Juan Pablo Pernalete, muerto a manos de los esbirros del tirano. Se le oye entre triste e indignado, y finalmente agrega: “Ese pude haber sido yo”. Frase de las pesadillas de cualquier padre. Y por mucho que Tarek esté encantado con ser la marioneta de Maduro, por mucho que sea bastante lo que saca de su relación con el Creonte de turno, esa frase debe de perseguirlo discretamente de día y con una furia implacable en las noches. No hay tragedia más espantosa que la de los padres enterrando a un hijo (como les ha tocado a los de Juan Pablo Pernalete, una de las muchas víctimas del heroico Maduro).
En el destartalado y vergonzoso aeropuerto de Barcelona, cuyo techo es una carpa como de circo (sin alusiones a los payasos), hay una placa que dice que la “modernización” de ese terminal chaborro se debe al Dr. (¿?) Tarek William Saab. En este momento los pasajeros en la sala de espera –mientras se abanican con lo que encuentran– se preguntan quién se robó el dinero del techo. Lejos de ahí, la ardillada voz de Moncada advierte que “la violencia en Venezuela es alentada desde el centro de comando que se ha establecido en la OEA”. De regreso en Venezuela, alguien explica que todo es culpa del Niño Jesús quien, a fin de cuentas, es un agente de la CIA.
En el ínterin, los esbirros de su majestad hacen y deshacen, y las personas mueren, y no queremos que nadie más tenga que morir para poder ser un poco más libre, un poco más digno. Y los animales del monarca son los rinocerontes y las ballenas mecánicas.
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