La inmigración venezolana hacia el Sur
ND. 18 noviembre, 2018
Como una “marcha del hambre”, calificó el novelista peruano, Mario Vargas Llosa, en un reciente artículo, la caravana de siete mil hondureños que hace un mes arrancó de San Pedro Sula para cruzar Guatemala y México y plantarse en la frontera de Estados Unidos en solicitud de “una visa de asilo político”.
No se olvidó el Nóbel de explicitar que, entre las causas de “la huida” estaban los malos gobiernos crónicos de la región y el surgimiento de una fuerza paramilitar sin control del Estado ni ninguna otra institución, “las maras”, que son grupos de irregulares armados que operan en provecho propio, o de quien mejor les pague, sean factores del gobierno o de la oposición.
Dicho en otras palabras que, exactamente, lo que ocurre en Venezuela, pero en una dimensión infinitamente mayor, pues aquí no se trata de unos 7 mil inmigrantes, sino de cientos de miles, de millones, de cuatro millones y medio de venezolanos que se han desprendido del Norte, el Este y el Occidente en dirección al Sur, a las fronteras donde países hermanos y vecinos como Brasil y Colombia puedan darles cobijo, o dejarlos pasar hacia Ecuador, Perú, Argentina y Chile.
La otra diferencia es que “las maras” venezolanas, que también llaman “pranes o “colectivos”, trabajan para el estado, para el gobierno, son sus fuerzas mercenarias o de choque, y son usadas indistintamente para reprimir a la oposición o a quienes se desvían de la “línea oficial”.
En breve que, un cataclismo o tsunami histórico jamás visto, o que jamás pensó verse, que se precipita desde hace año y medio, con características apocalípticas y francamente desgarradoras, difícil de ser recogido siquiera por una tecnología, como la electrónica, fraguada más para explorar el espacio sideral que los paisajes humanos y que seguimos viendo con la incredulidad que seguimos al invadido Afganistán y al Irak en guerra durante los años 2001 y 2003.
Porque inmigraciones las hubo muchas en el siglo pasado, de Europa hacia América, o de América hacia Europa, sobre todo después de las dos guerras mundiales, aun más, Venezuela fue un país receptor de inmigrantes europeos después de la Segunda, y de toda Sudamérica hasta hace muy poco tiempo, pero jamás en la escala en que los venezolanos están abandonando su país, prácticamente, despoblando su país y que es el hecho que nos obliga a detenernos en las causas, diferencias, caracteríscas y consecuencias de esta inmigración.
En esta tesitura, lo más importante a subrayar es que Venezuela nunca fue un país de inmigrantes, por mucho que decreciera el PIB y hubiera déficit de alimentos producidos o importados, pues la fertilidad de los suelos, la riqueza agroganadera, los productos del mar, la minería, la diversidad climática y la enorme ventaja de la extensión territorial con relación a la población, daba siempre oportunidades para sobrevivir superando dificultades.
Otro elemento a tomar en cuenta cuando se analiza la actual inmigración venezolana, es que no se realiza de un país pobre a uno o muchos ricos, como sería el caso de los hondureños que inmigran hacia el Norte de América, o de los sirios o africanos que emigran hacia Europa, sino de uno “pobre”, Venezuela, a otros pobres o menos pobres, como Colombia, Brasil, Ecuador, Perú, Argentina y Chile.
Vale decir que, estamos ante una ola inmigratoria que tiene causas fundamentalmente políticas, y que esas causas derivan del sistema, modelo, gobierno o régimen socialista que Chávez fundó y continuó Maduro, por inspiración del Foro de Sao Paulo y que unos y otros han dado en llamar “Socialismo del Siglo XXI”.
Se trata de un desvarío de gobierno esencialmente depredador, que destruye todo cuando encuentra su paso, que corroe riquezas como el ácido más diluente y al cual calza perfectamente aquella frase que no me acuerdo si los escritores romanos clásicos o los cristianos atribuyeron a Atila: “Donde pisa mi caballo, no crece la hierba”.
Lo cierto es que con Atila o sin Atila, los socialistas destruyeron la riqueza petrolera venezolana responsable de que el país mantuviera un crecimiento económico sostenido durante el siglo XX y fuera nuestra principal herramienta para mantenernos en el XXI, acabaron con la agricultura y la minería rusa (el granero de Europa le decían) que eran de las más pujantes de Europa, en China desataron una hambruna que dejó 50 millones de muertos, y en Cuba, la perla negra del Caribe, acabaron con la industría azucarera, la produción de café y tabaco, la ganadería y los servicios, hasta convertirla en un país indigente que vive de los subsidios que le manda Maduro (y antes los rusos soviéticos), las remesas que envían los cubanos que trabajan en el exterior a sus familiares y de los salarios que incautan a los médicos que envía a trabajar al exterior y tratan como esclavos.
Acaban igualmente con la producción literaria, la plástica, la música y la artesanía y donde hay comunismo, toda creación artística tiene que recostarse del pasado, porque la presente, si la hay, es espantosamente aburrida por “lo oficial”.
Pero lo más criminal es que donde llegan acaban con la comida, reducen las raciones que deben recibir los súbditos mensualmente en porciones o cantidad calóricas que decide un “Comité Especial” (aquí lo preside el propio Maduro), igual las medicinas y los servicios médicos, los artículos de aseo personal, los repuestos para todo tipo de artefactos, y hasta los colores y lineas que deben “elegir” la gente para vestirse.
Con decirles que aquí se acabó la gasolina, el gas, que es como decir la electricidad, la luz, el agua, el transporte, la recolección de basura, el papel, los periódicos, la televisión, las emisoras de radio, de las cuales existen unas pocas para mayor gloria del régimen pero cada día con menos espacio porque “la luz se va para todos”.
“Dijeron que traían el materialismo” se quejó el filósofo ruso Nikolai Berdaieff a pocos años de establecidos los comunistas de Lenin en Moscú “y lo que hicieron fue acabar con la materia”.
Es bueno aclarar que todas estas carencias no son causas sino efectos de la destrucción de la producción capitalitalista, que debe reducirse a cero, sin dejarla en pie ni en la industria, ni en la agroganadería, ni en el manufactura, ni en los servicios, porque como decía Lenin “donde hay trabajo, hay capital y donde hay capital hay contrarrevolución”.
Lo que si existe como monte son las armas, y los esbirros, sicarios, pranes, policías y colectivos dispuestos a dispararlas, armas con cargadores repletos de balas, que vigilan día y noche las calles, prestas a disolver cualquier protesta que tienda a convetirse en motín. Gente armada que amedrenta a los desarmados, los persigue y amenaza y se encarga de mantener un desorden mayúsculo que es “el orden” del socialismo: aquel donde el que tiene armas puede matar, robar, torturar y desaparecer y no pasa nada.
Armas para torturar presos y “suicidarlos” si se mueren en la tortura, para drogar a Requessens para que de una declaración autoinculpándose en un video, o para llevar a cabo una guerra entre mafias por el reparto del oro en las minas del estado Bolívar, o para detener la caravana presidencial en la “Autopista Francisco Fajardo” para advertirle a Maduro que cuidado con lo que va hacer con su jefe, el general, González López, o López González, porque de eso depende que siga en el poder.
Y en efecto, el hombre desapareció, el todo poderoso González López que reinaba en el SEBIN, y torturaba, mataba, chantajeaba y cobraba cifras millonarias en dólares por soltar o meter presos, sospechoso de estar trás de los que mataron a Fernando Albán, desapareció, no se sabe si entregado a sus pranes para que lo protegieran, o presos o ultimado por el propio gobierno, pero desapareció.
De repente nadie se preocupó más nunca de él, ni amigos ni enemigos, como si no hubiera sido otra cosa que el gatillo que tantas veces accionó para que cuantos lo rodeaban supieran que era poderoso.
“Tienen, por eso no lloran” les dijo el poeta, García Lorca “de plomo las calaveras”.
La gran pregunta es: Y en un país donde hay una hambruna generalizada, donde no hay medicinas, ni servicios médicos, ni transporte, ni agua, ni luz, ni gasolina, ni hospitales, y la gente tiene tras tus pasos a unos cuerpos armados dispuestos a disparar al menor descuido ¿cómo no pensar en exilarse, en cruzar carreteras, caminos, trochas, ríos, mares para llegar a países que podrán ser más pobres que nosotros pero tienen libertad, algo más de seguridad y quizá de trabajo y donde el hombre no se sienta indefenso ante otro hombre armado?
Países donde haya verdad porque hay quien la contradiga, como se contradice a la mentira, y son los periódicos, y las revistas y los libros, y las televisoras y las emisoras de los hombres libres y las redes de los libérrimos, porque ya los humanos superamos la etapa cuando para pensar, y decir y escribir había que pedirle permiso a un superior, y mucho menos a un estado, a un gobierno.
“Estoy pensando en exilarme” escribía en su poema “Balada del Preso Insomne”, el gran poeta y humorista que fue, Leoncio Martínez, desde el calabozo de una mazmorra donde lo tenía preso el dictador, Juan Vicente Gómez “en marcharme lejos de aquí, a tierra extraña donde encuentre las libertades que perdí”.
Y creo que lo escribió pensando en los venezolanos que un siglo después tuvieron que abandonar su tierra porque no podían vivir sin libertad.
Y la otra gran y última pregunta es: ¿Permitirá la comunidad internacional de países democráticos que se hunda Venezuela, como se hundió Cuba, y seguirán hundiéndose otros países como Nicaragua y Bolívia, y se hundirán muchos más, porque una mafia de narcosocialistas sociópata y desalmada, asaltó el poder como se asalta un banco, o una mina, o una central de sustancias contaminantes y dice que si los sacan será a plomo porque por las buenas jamás entregarán el poder?
Lo dudo, aunque no se me escapa que la democracia mundial también está en crisis y cada país está tiene sus retos y desafíos que resolver.
Aunque quizá sea la especie humana misma que está en crisis.
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