Inseguridad extrema en Argentina y la espeluznante degradación social
Con el correr de los meses, los episodios de inseguridad, además de mantenerse o multiplicarse, dejan en evidencia la degradación social total que sufre el país
En noviembre del año pasado, a pesar de las fuertes restricciones todavía vigentes por la pandemia, una multitud se congregó en Ramos Mejía (conurbano bonaerense de la Provincia de Buenos Aires) para protestar por el impúdico asesinato de un joven kiosquero, padre de familia. Roberto Sabo fue fusilado de un tiro en la cabeza en su comercio, luego que una pareja de delincuentes improvisados le quitara sin resistencia una insignificante cantidad de dinero de la caja. Los ladrones, de los que se sospecha eligieron al azar el negocio donde generaron la tragedia, robaron luego un auto para escapar, en la más absoluta improvisación. Lo chocaron. Después robaron una moto, pero cayeron a los 15 minutos del homicidio. El delirio total de los asesinos ya dejaba en evidencia que la inseguridad en Argentina había descendido todavía un escalón más. Hasta en la actitud de los improvisados delincuentes, con mortal poder de daño, quedaba ya en evidencia la degradación absoluta actual.
Recientemente, otro caso en las afueras de la Ciudad de Mar del Plata, también provincia de Buenos Aires, llamó la atención sobre lo insólito que terminó generando la muerte de una joven. Claro que no hay cifra que justifique una muerte, pero cuando la tragedia sucede por una suma como 50 pesos (menos de 25 centavos de dólar), genera aún más impresión en la opinión pública. El fatídico hecho ocurrió también en un kiosco, que vendía productos de almacén. Una pareja quiso comprar una gaseosa y un vino espumoso, pero le faltaban, justamente, 50 pesos. Ante la negativa del comerciante, los “clientes” se fueron amenazando. Volvieron en auto, frenaron en la puerta del local y dispararon ocho veces. Una de las balas fue a la espalda de la almacenera Romina Gilardi, madre de 34 años.
En la jornada de ayer, otra terrible modalidad llevó a un caso (de los miles que suceden a diario) a las noticias. Una joven trabajadora de 34 años, que iba hacia la parada del Metrobus de Ruta 3 y Derqui (San Justo), sufrió un arrebato, donde le quitaron la mochila. Sin embargo, lo peor estaba por llegar. Luego de unos instantes, la víctima del robo comenzó a sentir un doloroso ardor en la espalda y fue socorrida por un grupo de personas que le quitaron la ropa para ver qué es lo que pasaba, ya que veían que algo andaba mal. Los ladrones, sin ninguna necesidad, ya que se habían ido con el pobre botín antes que la víctima sientiera algo, le habían arrojado ácido en la espalda. Por estas horas, se recupera en el Hospital del Quemado, fuera de peligro de muerte, pero con graves lesiones en toda la parte trasera de su cuerpo.
Claro que esta degradación total, no solamente es noticia por el daño que le generan estos “delincuentes” sacados, salvajes y enajenados a sus víctimas. También los conflictos que tienen entre ellos por los escuetos botines (que les sustraen a pobres trabajadores) muestran la decadencia argentina actual. Anoche, un joven hizo un llamado al 911 para denunciar que dos “motochorros” le habían robado el teléfono celular. Por lo que se vio en las fotos luego del fatal desenlace, parece ser un antiguo Samsung J1, que se consigue usado por 5 mil pesos (25 dólares).
La policía llegó al lugar, siguiendo la motocicleta que había indicado la víctima del robo, pero no se llevó a dos detenidos. Solamente Thomas Correa, de 21 años, fue metido en el patrullero esposado. Acababa de matar a su cómplice de un disparo en la cabeza, en el marco de una violenta discusión por el teléfono que habían robado hace instantes.
Reconstruir el tejido social en Argentina será una labor de años. Todavía ni siquiera se ha comenzado. La política parece no entender la gravedad de toda esta situación. Ya no es ni siquiera «inseguridad», es la decadencia absoluta.
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