sábado, 23 de abril de 2022

La nueva derecha construye futuro rostro de Hispanoamérica

 

La nueva derecha construye futuro rostro de Hispanoamérica

En la nueva derecha nuestra lucha es, por mucho, más enfocada en la defensa de los valores fundacionales de Occidente

nueva derecha
En la nueva derecha, por supuesto, creemos con firmeza en la libertad económica totalmente, pero no la ponemos por arriba de la fe, de la familia, de patriotismo. (Archivo)

En Hispanoamérica, igual que entre la población hispana de Estados Unidos, hay un notorio creciente interés en contar con la información, la preparación, las herramientas y redes necesarias, para enfrentar las embestidas del progresismo y del socialismo —que caminan de la mano, bajo el vaso comunicante del marxismo posmoderno—.

En no pocos lives en los que he sido invitado a hablar sobre los conceptos vertidos en mi reciente libro “La Contrarrevolución cultural frente al marxismo posmoderno”, y en espacios de Twitter, siempre existe el hambre de saber qué es la nueva derecha, en qué se distingue de la antigua, y qué puede hacer la gente para combatir la marea roja en todo el continente.

En mi análisis, la vieja derecha, como he comentado, se hincaba ante el mercado. Es decir, su prioridad, por encima de todo, era económica, financiera e incluso, especulativa. Dicho de otra manera, el dinero era el enfoque privilegiado.

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En la nueva derecha no nos hincamos ante nadie. Sólo ante Dios.

Nuestra lucha es por mucho más enfocada en la defensa de los valores fundacionales de Occidente.

Por supuesto, creemos con firmeza en la libertad económica totalmente, pero no la ponemos por arriba de la fe, de la familia, de patriotismo.

También la vieja derecha era elitista. La influencia de la izquierda hacía ver a esa derecha como un club privado para gente adinerada. Pero en algunos casos esta apreciación —exagerada y usada como propaganda negra—, sí partía de casos reales.

Nosotros estamos por una derecha popular. O es popular o no es nada. Queremos un movimiento internacional en el que militen estudiantes, taxistas, trabajadoras domésticas, comerciantes, albañiles, abogados, enfermeras, obreros, filósofos y politólogos. Todo tipo de gente debe estar ahí. No debe importar si tiene o no dinero.

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La nueva derecha no es la discoteca de moda en la zona cara de la playa. No tiene un “cadenero” en la entrada. Es un aliento guerrero, una entrega, una consagración.

La vieja derecha era más bien “liberal” a secas. Hasta ahí no había problema alguno, puesto que el liberalismo clásico ha hecho enormes aportaciones al Estado-Nación, al estado de derecho, a la democracia representativa y a los derechos humanos. Y por tanto, a la libertad y a la igualdad ante la ley.

El problema vino cuando esos viejos liberales hicieron demasiadas concesiones al progresismo de origen anglosajón, pintado de rojo, y se transformaron en liberprogres. Creían en el mercado, leían a Von Mises y a Hayek, pero al mismo tiempo, apoyaban el feminismo radical, la ideología de género, el aborto y al supremacismo LGBT.

Ahí vino el punto de quiebre, ya que de esta manera, conscientes de ello o por ingenuidad política, acabaron siendo tontos útiles del marxismo posmoderno, que los absorbió en su gran oleaje.

No pocos medios de comunicación grandes en todo el mundo —el mainstream media— y sus principales columnistas, son de esta línea ideológica: se dicen de “derecha”, de la vieja guardia, se oponen al socialismo de Cuba, pero están totalmente a favor de la Agenda 2030, el globalismo, los supremacismos (feminista, LGBT, negro, indigenista, ecologista), la cultura de la cancelación, la revolución woke en EE. UU. Todo lo cual es una mezcla ideológica espantosa inaceptable en la nueva derecha.

La vieja derecha era belicista. Se alegraba en cuanto las élites globalistas promotoras del nuevo orden mundial iniciaban un conflicto o una guerra más desde los Estados Unidos. Para ellos el “nacionalismo” significaba enviar a los jóvenes a morir muy lejos de sus familias y hogares por intereses macroeconómicos nada cercanos al bolsillo de su padre.

Nosotros nos oponemos al globalismo; somos patriotas. Recomiendo el estudio de la Agenda España, de Vox, un documento valioso que, pese a haber sido sólo pensado para atender a los españoles y sus necesidades específicas, sirve de guía para la construcción de otras agendas nacionales. En México estamos ya trabajado en una.

La nueva derecha es pacífica y una muestra de esto es cuando el expresidente Donald Trump, aquel 6 de enero de 2021, declaró con transparencia que quien incurriera en actos de violencia, quedaría fuera en automático de su movimiento, que dicho sea de paso, lleva más de 75 millones de votos consigo.

La vieja derecha tenía sus brazos metidos en el deep state norteamericano; era pro status quo. La nueva derecha es anti deep state, anti status quo y anti sistema.

La vieja derecha no era religiosa. Era, por decir lo menos, “laica”, por no llamarla “anticlerical”. La nueva derecha es mucho más religiosa. Basta ver la influencia de las iglesias cristianas de toda denominación y su poderosa contribución para los movimientos recientes, como el de Trump, el de Jair Bolsonaro o los de Polonia y Hungría.

La vieja derecha, cuando practicaba alguna religiosidad, estaba por hacerlo puertas adentro, de su casa o del templo.

En nuestra nueva derecha vivimos nuestra religiosidad como sentido de trascendencia y lo hacemos de “puertas afuera”, en donde sea; oramos en voz alta en los restaurantes antes de comer, marchamos rezando el rosario; en la plaza pública nos hincamos a rezarlo para oponernos al aborto, luchando por la vida del no nacido, como por tantas otras causas; líderes como Eduardo Verástegui rezan el rosario a menudo compartiéndolo desde sus redes sociales. Es una religiosidad sin complejos, sin traumas.

Sin embargo, hay quienes están con nosotros ahora, y no practican religión alguna, son ateos, agnósticos, o incluso cercanos a disciplinas orientales, como el taoísmo o el budismo. Como sea, vienen a defender los mismos valores, pilares de Occidente.

Ejemplo de esto es que cuando autoridades zurdas quitan cruces de templos católicos en España, en Francia decapitan fieles que estaban rezando, en Chile queman iglesias, en Bogotá sabotean la misa de la Catedral, en México vandalizan templos, religiosos y no religiosos de la nueva derecha, todos salimos a protestar. Lo mismo haríamos si una sinagoga judía es agredida: no porque seamos mayoritariamente cristianos nos vamos a quedar cruzados de brazos.

La nueva derecha no tiene problema alguno con nadie: ni con los homosexuales, ni con los negros, los indígenas, las mujeres, ni con nadie más. Pero sí tenemos problemas con todos los supremacismos, en especial con los nuevos supremacismos socialistas, que por supuesto, no luchan por ningunos “derechos”, porque ya tienen todos garantizados por el Estado y positivados en las constituciones, sino por el poder: quieren espacios en el gobierno, fondeo especial, privilegios, excepciones. Y eso genera desigualdad y daña, socava el derecho clásico.

Sobra decir que la nueva derecha no tiene nada de “extrema”, ni de “ultra”, ni de fascista, ni de nazi, ni nada parecido. Somos democráticos, dentro de un marco hermenéutico de liberalismo clásico, respetuosos de los derechos humanos (pero opuestos a “derechos fake”, como el aborto, que no es un “derecho” de nadie, sino un crimen).

En su momento, a José Antonio Kast, cuando fue candidato presidencial en Chile, se le tildó de “ultraderechista” en la prensa globalista y progre: califican de tal manera a alguien que simplemente es provida y profamilia, que es católico y que lucha contra el socialismo.

Ese es uno de los principales objetivos de la nueva derecha: combatir al socialismo blando (y en todas sus versiones), así como al progresismo. Estamos contra toda suerte de tiranías de izquierda (y de derecha también, si las hubiera). El socialismo es una fábrica de miseria y persecución política, la llegada de una nueva casta de ricos -los gobernantes- y de una nueva clase social, la de los pobres —el resto de la población—.

Nos oponemos al Foro de Sao Paulo y al Grupo de Puebla, cuyas agendas mezclan el marxismo clásico con el posmoderno, resultando en querer comprar con migajas asistencialistas a los pobres, para conquistar sus votos, y al mismo tiempo normalizar el aborto y la ideología de género, el ataque al “patriarcado”, a la familia y al cristianismo, buscar la deconstrucción de las masculinidades, y venderse al nuevo colonialismo rojo de China, a cambio de presupuesto  y cobijo para perpetuarse en el poder.

La nueva derecha posee una geopolítica: la hispanidad, como bien ha señalado María Herrera Mellado, española en Miami que lo mismo participa en Vox como en el Partido Republicano de EE. UU. Los valores y herencia de hispanidad nos unen, desde Estados Unidos hasta la Patagonia, y con España.

Nuestro movimiento es internacional, pero jamás globalista. Nos une nuestro ideario, la defensa de siete puntos básicos de los que hablo de manera amplia en mi libro: la fe, la vida, la familia, la propiedad privada, la patria, las libertades y los derechos universales.

Así, nuestra nueva derecha va reconfigurando el rostro de América: tenemos que ganar elecciones, en Colombia, en Brasil y en Estados Unidos. Pero aún más importante es nuestro plan a mediano y largo plazo: organizar un movimiento internacional basado en la defensa de nuestros valores más sagrados. Esa es nuestra misión para el desarrollo de la gente, y es nuestra consagración a Dios.

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