Oncológico de Guarenas: una esperanza de 48 años que se tragó la corrupción
Escombros, basura y maleza: esas son las tres cosas que rodean a la estructura que un día sería el oncológico más grande de la región. Fue la promesa de varios presidentes y la esperanza de sus propios vecinos, pero ahora su historia se reduce a ser un atajo más en Cloris
EL ESTIMULO 20 de abril de 2022 14:25 pm
Última Actualización: 21 de abril de 2022 17:37 pm
En Cloris, Guarenas, todos conocen la estructura que, según promesas del Estado, sería el hospital oncológico más grande de Latinoamérica. Hoy, el lugar es perfecto para que los jóvenes se reúnan a contar historias de fantasmas.
Se supone que el centro de salud atendería de forma pública a pacientes con cáncer. También sería un espacio de investigación y formación médica sobre la enfermedad. Tendría más de 450 camas y unas residencias para quienes llegaran del interior. Sin embargo, de esas promesas de 1974, solo hay escombros, basura y maleza que crece de manera anárquica.
Del proyecto que se ideó durante el primer gobierno de Carlos Andrés Pérez se habla en pasado: «Esto sería un gran hospital». Los vecinos de Ciudad Casarapa, Los Girasoles, Trapichito y de las invasiones han visto camiones, obreros, sindicalistas, gobernadores y presidentes ir y venir, pero no una inauguración oficial.
«Mi esposa murió de cáncer hace 13 años y este oncológico tiene casi 50 años allí. Hace como 15 años empezaron a meterle mano y se quedó en puro las estructuras nada más», cuenta Fernando Lemos, padre y mecánico industrial, que vive en los edificios de Los Girasoles, una residencia ubicada a un costado del hospital.
«Iba a tener sección oncológica infantil y para adultos mayores, radioterapia, quimioterapia y los instrumentos. Pero todo lo que se intentó construir allí se desvalijó porque se abandonó. Ahí mora la desidia, la gente de mal vivir. Muchas cosas allí pasan», añade Lemos.
«Yo vivía antes en Oropeza y luego me mudé a Los Girasoles y desde que nos mudamos ese oncológico estuvo allí. Nosotros, cuando mi esposa estaba enferma, estuvimos cambimbeando por Cotiza, por el Oncológico Luis Razetti, el de Montalbán, todo el tiempo corriendo para conseguirle la quimioterapia. No fue fácil», cuenta Fernando.
«Madrugábamos para viajar a Caracas. Yo tenía familia en la Vega y Campo Rico. Las niñas las dejábamos con la abuela. Ella estuvo casi cinco años (con la enfermedad) y salió embarazada de mi última hija haciendo sesiones de radio y quimioterapia, algo que nadie se esperaba. Duró un año más para amamantarla con el único seno que le quedaba», prosigue.
«Ahí transmitieron una vez un Aló Presidente. Hubo un movimiento de tierra y todo. En lo que terminó de hablar Chávez, esos recogieron rapidito y lo dejaron solo. A la semana comenzaron las construcciones, a picotear, a poner los techos, era una estructura bien hecha, pero con el tiempo todo lo desvalijaron. Vigas. Tuberías. Conexiones eléctricas. Cables. Toda la noche escuchabas el ruido», recuerda Fernando.
Se retoma, pero no se culmina
Esa transmisión de la que habla Fernando Lemos fue el episodio 296 de Aló Presidente, el programa dominical de Hugo Chávez, que se grabó el 30 de septiembre de 2007. Ese día el fallecido mandatario anunció presupuestos para distintos hospitales de Venezuela, entre ellos el oncológico de Guarenas, luego de señalar que el sector privado de salud «oprimía» a los enfermos y que su gobierno no lo permitiría.
«Ténganlo por seguro, pueden escribirlo, y esto además queda grabado pues, yo no voy a seguir tolerando esa medicina privada degenerada (…) Aquí vamos nosotros llevando adelante este proyecto para construir el sistema nacional de salud, porque como dice la Biblia (…) antes de criticar la paja en el ojo ajeno ve la viga que tienes en el tuyo», dijo Chávez, quien segundos después dio el pase a Diosdado Cabello, que en ese entonces era gobernador de Miranda.
Cabello ese día informó que se destinarían más de 300 millardos de bolívares para retomar la obra del hospital que pasaría a llamarse Centro Nacional de Cáncer. No obstante, la cifra oficial era superior y se conoció después.
El presupuesto fue de 800.000 millones de bolívares o 183.908.045,97 dólares, según estimaciones de la Asamblea Nacional electa en 2015. Sin embargo, en 2005 el Ministerio de Infraestructura ofreció una cifra mayor, 1.187.215.715,18 bolívares (552.193.355,11 dólares) para empezar y en 2006 detuvo los avances.
A ello hay que agregar que el presidente Luis Herrera Campíns presentó el proyecto a la prensa y luego lo dejó de lado; y que durante el mandato de Jaime Lusinchi se reimpulsó y ocurrió lo mismo.
¿Qué pasó después? Sencillo, no era una prioridad. De acuerdo con la investigación Desarrollo tecnológico y construcción de los hospitales venezolanos en el siglo XX (2007), en los años 80 y 90 el foco estuvo en acabar los hospitales que estaban por inaugurarse, usar al máximo las instalaciones de los que ya funcionaban y potenciar la presencia de los ambulatorios.
No hay firmas ni reclamos que valgan
A simple vista, el oncológico de Guarenas pareciera no tener dolientes. Hay alcaldes que han denunciado la corrupción, pero su acción llega hasta allí. Elena Romano, excandidata a concejal, especialista en Aduanas y Comercio Exterior y sobreviviente de cáncer, es una de las personas que quiso ir más allá.
Conoció la obra y todo en lo que se convirtió “pateando la calle” y durante el año 2014 decidió recoger firmas en los buses de Guarenas con el objetivo de entregar una solicitud de reactivación del proyecto al Gobierno.
“Los conductores, antes de montarme, se molestaban. Ellos pensaban que era política, pero yo les decía que sufría de cáncer, y que podía pagar el tratamiento, pero que había mujeres que no. Esta es una enfermedad muy costosa”, asegura.
Elena recogió más de 100 firmas. Quería recolectar un número más alto, pero su enfermedad llegó a un punto crítico y las pocas compañeras de partido que colaboraron con su idea, no pudieron más: “Me quedé sola. Eso no se puede hacer así. Eso tiene que ser un equipo de trabajo motivado. Después de eso cambió mi plano astral porque el médico me dijo que si seguía, me sometería a mucho estrés y podía empeorar”.
No había manera de que las hojas con firmas no quedaran en el olvido: “Yo paralicé el tratamiento cuando estaba saliendo de las quimios y radiaciones en 2015. Me mandaron a tomar las hormonas por cinco años, pero nada más me las tomé por uno. No tenía para pagarlas”.
Actualmente, Elena cuida a una paciente con alzheimer y ahorrando su salario, costea sus pastillas. Se considera con suerte por eso, varias de sus amigas no pudieron contarlo.
Cuando se le pregunta sobre el futuro del hospital, su respuesta no es esperanzadora: “No creo que el gobierno esté interesado en retomar ese oncológico. No está en sus planes. Sería lo máximo, pero así como está tendrán que derribarlo y empezar de nuevo porque la estructura está podrida».
«Nosotros no tendríamos que estar recogiendo firmas para decirle al presidente que necesitamos un hospital oncológico, pero si no equipan a los seguros sociales de insumos para dar una buena atención ni los CDI, menos van a construir un oncológico. Y no es que yo sea negativa, soy realista. Ya ese oncológico tendría como unos 5 pisos más o menos. Eso no se construye porque es parte de sus intenciones y aquí no hay política de continuidad”, expresa.
Algo sí tiene claro Elena Romano, lo que le diría a su yo del pasado: “Da gracias a Dios que te dio cáncer en el 2012”.
De hospital a puente
En los alrededores del hospital oncológico de Guarenas no hay obreros ni guardias que estén permanentemente en el lugar. Por eso los vecinos le buscaron utilidad y ahora es el puente que acorta el camino para llegar a la iglesia, visitar a algún amigo, o simplemente comprar algo en el barrio 4.5.
Yorvis Rodríguez, un vendedor de miel que tiene la acera frente a la entrada principal del hospital, hace la ruta de lunes a viernes para llevar a sus hijos a las tareas dirigidas: «Nos queda más cerca por acá. Ellos tienen dos horarios, de 10 a 12 de la mañana y de 2 a 4 de la tarde. Nosotros vamos en la mañana para evitar el peligro. A veces, cuando los policías agarran a uno por aquí, le empiezan a hacer preguntas porque esto aquí se presta para mucho, de aquí han sacado malandros, gente que roba. La verdad es que transitan muchas personas e incluso está todo barridito».
Rodríguez conoció del hospital hace siete años, pero ya lleva dos años viviendo al frente: «Aquí siempre se escuchaba a la gente cortando las cabillas, sacando bloques para construir y ahorita no hacen eso porque el gobierno está pendiente. Los policías dan más vueltas desde hace un mes. Mi esposa me dice que han llegado chinos a tomar fotos, pero al final nada».
Yorvis es originario de Portuguesa, pero se asentó en Guarenas porque era el lugar más cercano para ayudar a su tía con cáncer a conseguir cupo para el tratamiento de radioterapia en el hospital de El Llanito: «Yo voy todos los lunes a tomar la asistencia. Ella se inscribió en el 2021, pero nada. Si esto estuviera funcionando, nosotros no andaríamos en eso».
«Yo todas las noches pienso: ¿será que mi tía se va a morir? Está empeorando. Ahora tiene dos ronchas debajo de la lengua y dice que para comer tiene que moverse de lado porque le duele. Ella vino solo una vez, trajo todo y si esto existiera, sería una alegría. Mi mamá me llama casi todos los días y me pregunta: ‘¿hijo, fue?’ Y yo tomo fotos para que me crean», dice Yorvis mirando las dimensiones del lugar.
Un hogar prestado
A pesar de las condiciones, hay quienes han decidido hacer una vida en el oncológico de Guarenas, como Anthony Polanco. Tiene 27 años de edad y nueve de ellos los ha vivido en el inmenso lugar.
Allí transformó dos espacios en la planta superior: uno para la cocina y otro para la habitación. Llegó el 29 de diciembre de 2013, un año después de que la edificación dejara de ser un refugio para 100 familias que quedaron damnificadas producto de las lluvias del año 2010.
«Yo trabajo en Ciudad Casarapa como mantenimiento y como este es el lugar más cercano, me vine a vivir aquí. Lo que gano, lo cambio por comida. Tengo el fogón allá arriba para hacer lo que venga, minestrón (sopa), cualquier cosa. Yo vivo prestado, no he invadido nada», cuenta Polanco atropellando las palabras.
Polanco no siente pena de mostrar cómo acondicionó su espacio: “Yo tengo estos pasillos limpios y ordenados. Cocino con leña. Todos los “Dios te ama” que se ven en las paredes los hice yo con pintura que traigo de Casarapa”.
Su apoyo es Carmen Hernández, “la abuela”, una mujer que llegó cuatro años después porque le dijeron que podía agarrar un ranchito ubicado en la parte trasera del terreno del hospital. Para ese momento, ella llevaba varios años en situación de calle.
Ambos han visto las redadas de la policía, pero el único que se vio acechado por las amenazas de desalojo fue Anthony, pero ya esa situación no sucede. El respeto y la defensa viene de los propios vecinos: «Polanquito, a ti nadie te puede sacar de aquí porque es el refugio tuyo».
Y por ser su refugio, Anthony trata el hospital como un lugar bendito: “A mí una vez me dijeron que sacara 400 bloques, pero yo dije que no. Esta es mi casa y aquí está Dios. Yo creo mucho en Dios. No tengo miedo, pero le voy a decir, madre, aquí hay fantasmas a partir de las siete de la noche. Es una sombra que se ve en la pared, como un indio, pero cuando uno anda con Dios, no hay nada”.
Anthony tiene claro lo que haría si un día lo desalojan en serio: «Me iría, pero soy uno de los primeros que vendría si necesitan que yo les trabaje. Con todo mi orgullo. Esa es la verdad. Yo quisiera que todo esto se haga realidad».
En busca de un futuro útil
A menos de dos meses de cumplir sus 81 años, Carmen tiene una posición firme sobre el oncológico: “Esto era para un hospital. Yo le pido al gobierno que, como esto costará mucho repararlo, porque esto vale una millonada, que ese dinero lo inviertan en la gente pobre. En la gente que de verdad necesita, que les den viviendas, porque hospital ya no será”.
Quizás por la diferencia generacional, esa idea de un futuro próspero se ve distinta en la mente de Anthony Polanco.
“Yo tengo un brillante proyecto, un proyecto comunitario, para beneficios de todos, pero necesitamos luz verde o luz roja. Luz verde significa que sí, y luz roja que no. Quiero hacer una granja de pollos y gallinas ponedoras. Este lugar se presta para eso, y no le trae contaminación al ambiente ni a las familias. También he querido sembrar, pero este terreno es prestado», dice Polanco.
La última vez que Anthony Polanco y Carmen Hernández vieron a algún funcionario en la estructura fue en 2021. El grupo gubernamental llegó acompañado de sindicalistas que anunciaron que retomarían la obra, pero siguiendo la costumbre desde 1974, solo fueron palabras.
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