A través del misterio de la cruz, el Señor devuelve el esplendor a nuestra alma gracias a sus sufrimientos. Quedémonos con María. Cerca de la cruz, su alma fue traspasada por una espada de dolor. ¡Y qué dolor tan lleno de amargura!
El corazón de Jesús no podía hundirse en el dolor sin que el alma de María tuviera su parte en la crucifixión. Su corazón compasivo es fruto de un gran amor a Jesús y a los pecadores. El que permanece unido a la vid da frutos.
Que Jesús eleve nuestra alma a la cumbre del amor y que la Santísima Virgen nos envuelva en los rayos de su ternura y de su amor, y nos haga gustar de antemano un poco de ese cielo del que Ella está embriagada.
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