Sólo teníamos el día y la noche
Juan Leonel Giraldo, Fernando Wills – Planeta. 2024
No es una novela. Tampoco es un libro de cuentos. Ni reportajes ni ensayos. No trata temas específicos de ciencia y arte. Nada tiene de autoayuda ni esoterismo. Tampoco es una guía turística, ni historietas de cómics. Sin embargo, cuenta, muestra, narra, denuncia, argumenta, ilumina. Su estructura es sencilla y a la vez caótica. El tiempo fluye en todas direcciones a través de diversas voces en múltiples lugares que confluyen en una misma franja de la memoria, de la historia nacional. Decir que Sólo teníamos el día y la noche es como decir que no teníamos nada y al mismo tiempo tenerlo todo. Un libro singular para las circunstancias de nuestro país que recoge y concentra, con la sensación de abrirse en una especie de diáspora del pasado que aún está presente y tiene toda la carga emulativa para intentar de nuevo un futuro “asalto al cielo”.
“Desquiciados”, podría decirse de los responsables de este atrevimiento. ¿Cómo se les ocurre dedicar tantos años, esfuerzos y recursos para recorrer el país atrapando anécdotas, declaraciones, confesiones, testimonios de otros compatriotas que vivieron su cuarto de hora sublime, aún más “desquiciados” que los compiladores? ¿Para qué desenterrar muertos que aún viven e ilusiones que se niegan a desaparecer? ¿Con qué propósito?
Y justo, en ese maremágnum estriba la gracia del aporte. Es reconfortante lo que han hecho Juan Leonel Giraldo y Fernando Wills. Es la clase de realizaciones fuera de los estándares establecidos que muestran el vigor de los emprendedores que no dudan en correr riesgos para crear un nuevo frente patrimonial. Porque este libro es eso: patrimonio, memoria, testimonios.
Los dos textos introductorios: “Prólogo”, de Fernando Wills, y “Mosquera y sus descalzos” de Juan Leonel Giraldo, contextualizan desde la oleada de la Revolución cubana y su impacto en América Latina, las protestas estudiantiles en varios países contra la guerra en Vietnam, pasando por la incidencia de dichos movimientos en Colombia, la formación de diversos grupos políticos revolucionarios, unos pregonando el foquismo y la vía armada, y Francisco Mosquera llamando a una revolución sin armas y aglutinando a cientos de jóvenes alrededor de una organización política autónoma para regarse por todo el país, hasta las regiones más abandonadas, olvidadas «por Dios y por los hombres», con el propósito de ponerse a disposición de las comunidades y ayudar a crear proyectos de desarrollo local en materia de economía, salud y cultura. Dejar las comodidades de las grandes ciudades y “descalzarse”, una forma más que simbólica de dejar todo confort citadino a cambio de una vida sencilla al servicio del pueblo, de los productores nacionales y empresarios, de los líderes sociales.
Semejante desprendimiento requiere una alta capacidad de entrega, un inmenso convencimiento de que es necesario ese paso histórico y no hay fuerza más propicia que la juventud. Por ello, en este libro los testimonios corresponden en su mayoría a compatriotas que hace 50 años irradiaban una potente energía juvenil. Una generación que no se perdió en el marasmo ni en la alienación. Que hizo el intento hasta más allá de la razón común. Fracasó. Pero ese fracaso no fue por carencia de valor o ideas, sino por las poderosas circunstancias que impusieron los grupos armados. No es pues un fracaso sino una postergación, porque esta tarea histórica tendrá que cumplirse algún día.
Sólo teníamos el día y la noche no es más ni menos que un jubiloso inventario de esta gesta de utopistas modernos, hombres y mujeres por parejo, y por lo mismo no se puede encasillar al estilo de los mercaderes que todo lo rotulan pensando en las ventas. Un libro que podemos leer como queramos, en ese sentido es también una propuesta fuera de los cánones. Bien siguiéndole la pista a uno de los descalzos a través de los Diez pasos que los autores del libro han delineado, o deteniéndose en cada paso para explorar sus características. En todo caso uno puede suspender donde quiera, saltarse páginas, picotear por aquí y por allí, devolverse… Algo parecido al libro circular que no tiene fin. Depende de cada lector.
Por supuesto, esta gesta tiene su indiscutible figura cimera: Francisco Mosquera Sánchez, el ciudadano de Piedecuesta, como solía presentarse en las reuniones de los Ateneos. Bajo su guía se salvó más de una generación. Su espíritu crítico, su rigurosidad de pensamiento, sus escritos, el ánimo universal que lo imbuía, lo convertían en un líder más allá de la mera mecánica política. La literatura, el teatro, la música, la filosofía, la ciencia, lo movían sin tregua. Sólo un hombre así, de ese tamaño intelectual, podía echar a andar la aventura humana más luminosa que se ha iniciado en nuestro país y que a pesar de estar suspendida aún, llegará el día en que una nueva oleada de descalzos sabrá ayudar a transformar a Colombia.
Así pues, este libro no es una novela ni una colección de cuentos o crónicas. Es, en el más elevado sentido, uno de los libros de aventuras más importantes que se han publicado en las últimas décadas. Aventuras vividas, aventuras para la memoria del país, aventuras que ya no le pertenecen a nadie en particular, sino que enriquecen nuestro patrimonio cultural.
EL PEQUEÑO PERIODICO Medellín, Sept. 2024
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