Una lucha única
En un mundo globalizado, de conexiones instantáneas, es una paradoja, quizás la más significativa de todas, que la democracia se encuentra en franco retroceso frente a los regímenes autoritarios, como lo evidencian los potentes informes de Variedades de la democracia (V-DEM), ya referidos en otras ocasiones en esta sección editorial. ¿Es posible pensar que los avances extraordinarios del planeta se hubieran podido realizar sin la consolidación y proyección de los usos democráticos que vivieron, décadas atrás, momentos de esplendor y acrecentaron la fe en un futuro de progreso equitativo e indetenible de la humanidad?
Es imprescindible ubicar la épica lucha del pueblo venezolano, y de su liderazgo por el cambio político, en ese escenario mundial en el que progresan las formas autocráticas de gobierno, en algunos casos de apariencia democrática, en otras tan aberrantes como las que padecemos los venezolanos, para tratar de entender tanto su profundo significado de impacto global como las enormes complejidades de hacer respetar un desenlace electoral y la toma, por tanto, del poder que legítimamente reclama la voluntad popular.
La historiadora y antropóloga venezolana Elizabeth Burgos, entrevistada por César Miguel Rondón la semana pasada, utilizó la expresión «lucha única» al analizar el caso venezolano. Burgos, que conoció las entrañas de la dictadura castrista en los años sesenta y setenta del siglo pasado, llamó la atención sobre la gran evidencia de este momento político: la fuerza de la oposición democrática estaba en la propia Venezuela, en su gente, en sus inmensos y humillados sectores populares, que votaron por el fin de la tiranía y el retorno de los hijos, hermanos y hermanas, padres o madres, que se fueron del país en busca de un futuro que se les niega en su patria secuestrada y cuya soberanía se le entregó a Cuba, una nación con una economía miserable pero que actúa como un ejército mercenario puertas afuera.
Días antes de las elecciones del 28 de julio, Moisés Naím, nuestro reconocido comentarista global, identificó, también en el espacio de César Miguel Rondón desde Miami, a María Corina Machado como un «milagro político». Un suceso que no es producto de la azar sino de la perseverancia, la consistencia y de una convicción a toda prueba de que el trabajo bien hecho produce resultados que pensábamos inimaginables. La gesta del 28J solo se explica por la capacidad y la disposición de vencer todos los obstáculos, inmensas trampas con su colofón final, que el régimen de Maduro con la asesoría de los dueños extranjeros de la soberanía nacional ha colocado uno tras otro en el camino de la oposición democrática.
Falta, todos los venezolanos y el mundo lo saben, vencer el último. Cobrar la victoria que emergió de las urnas, indiscutible, innegable y apabullante. Es una lucha inspiradora. Burgos decía que solo con la fuerza de los votos, de la gente. Una lucha única, que bebe de la desobediencia civil pacifista que iluminó la ruta de Mahatma Gandhi, también la de Nelson Mandela que soportó 27 años de cárcel para recuperar a Suráfrica del grosero Apartheid que discriminó y segregó por décadas a su propia población.
Es una lucha histórica contra la pretensión hegemónica de una gente que ha destrozado, sin necesidad de una guerra, una nación de tradición libertaria, que vivió momentos de pujanza regional y que fue, en sus mejores tiempos, hogar de inmigrantes venidos de cualquier parte del mundo, de China y de Turquía, de naciones árabes, de España, Portugal e Italia, los que huían de las dictaduras militares del Cono Sur, que se intuían las últimas, de los Andes, del Caribe, de nuestra vecina Colombia.
Persistir, confianza, firmeza, paciencia, compromiso. Podemos hacer una lista de las palabras y de sus significados que nos han traído hasta aquí durante este cuarto de siglo. Y hay que alimentarlas y mimarlas para vencer, recuperar el país para los ciudadanos y reconstruir, con el esfuerzo de todos, y el respeto de todos, una tierra de libertad, de trabajo y de progreso.
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