Siendo María la primera y perfecta adoradora de Jesús, la única que verdaderamente glorificó al Padre por su amor a Jesús, es natural pedir e implorar a nuestra Madre que nos enseñe a adorar; pedirle que venga con nosotros a adorar a su Hijo, hoy presente en el Santísimo Sacramento.
Así, unimos nuestro amor a Jesús con la alabanza y el amor perfecto de María. Jesús acepta nuestra hora de adoración como si fuera la misma María la que orara. No importa la debilidad de nuestra fe o la pobreza de nuestro amor, María nos coloca en su corazón y Jesús acepta nuestra hora como si viniera directamente del corazón mismo de su Madre.
El Inmaculado Corazón de María suple lo que falta en nuestro propio corazón. Si nuestra fe y nuestro amor a Jesús son débiles, si estamos distraídos y poco conscientes de la presencia real de Jesús, entonces, con la ayuda de María, adoraremos con su fe, con su corazón y con su ternura (...).
No hay comentarios:
Publicar un comentario