Por qué no se calla
Uno es garrapata, otro muñeco de torta, uno más, imbécil. Jorge Rodríguez está desatado. El presidente de la asamblea oficialista es quizás el político menos popular del país, incluso menos que Nicolás Maduro, que ya es decir, pero su manual de insultos es único e insuperable por la bilis que destila.
A Rodríguez no lo postulan para nada que sea una elección popular, salvo de su ilegítimo parlamento, en el que cuenta con 270 adeptos, que se ganan su sueldo levantando la mano. Esta semana lo hicieron, obedientes, para pedir la abolición de la monarquía española, considerar en una futura sesión la independencia de vascos y catalanes y, de inmediato, proceder a la ruptura de relaciones diplomáticas, comerciales y consulares con el Reino de España.
Pero, además, no se va a callar. Está obligado a hablar, a despotricar, casi con seguridad para ganar la confianza de su jefe Maduro y de Diosdado, porque los embarcó en la firma de los Acuerdos de Barbados, porque este genio, de lengua viperina, despreció, no percibió, la fuerza popular que promovía la primaria opositora de octubre pasado y, mucho menos, el potente liderazgo de María Corina Machado. Como estratega político es poco fiable para operaciones de envergadura, sí, en cambio, para la coacción en espacios reducidos, de lo que hay pruebas abundantes.
No se va a callar porque el régimen de Maduro, con Rodríguez y Cabello, aunque digan lo contrario, teme del papel que España —su rey, su parlamento e, incluso, su gobierno— pueda desempeñar en el reclamo del ejercicio legítimo del poder en Venezuela.
Desde el 28J, la cúpula en el poder es más ilegítima de lo que era, porque cometió el mayor fraude de la historia republicana. Por eso, utilizan a los dos españoles detenidos en el estado Amazonas como arma de presión y, por eso, responden cada declaración de líderes políticos españoles, sean funcionarios de gobierno, como la ministra de Defensa, Margarita Robles, que dijo sin anestesia que en Venezuela manda una dictadura, o de Josep Borrell, que representa a la Unión Europea, y ya está más que convencido de que Edmundo González ganó las elecciones presidenciales.
Amenazar con romper las relaciones diplomáticas, consulares y comerciales con España es absolutamente un absurdo de un régimen absurdo, sostenido sobre la fuerza y el chantaje, a individuos, a instituciones y a gobiernos extranjeros.
Un país como Venezuela, que está en los huesos, no puede darse el lujo de aislarse del mundo y de entorpecer los negocios legítimos que empresas internacionales, entre las cuales hay españolas interesadas en el petróleo y gas venezolano, puedan concretarse, porque algún bien (la duda parte de quienes son los que dilapidan la hacienda nacional) reportará a una economía enclenque y a los venezolanos que reclaman trabajo e ingresos.
La intención es callar a quienes advierten y debaten y se preocupan por el escándalo monstruoso ocurrido en Venezuela. Porque eso solo significará más migración (hacia Colombia, Brasil, España, Estados Unidos) y más miseria. La inmensa mayoría del pueblo venezolano, eso lo pueden tener por seguro las cancillerías del mundo democrático, rechazan a Maduro, a Cabello y a Rodríguez. Sus amenazas solo confirman su desvarío político.
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