Con su amplio conocimiento de las muchas maneras en que las mujeres pueden poner su feminidad al servicio de situaciones particulares de la vida, santa Edith Stein considera a la Virgen María como el modelo ideal.
La feminidad, decía, “encuentra su imagen más perfecta en la Virgen purísima, que es esposa de Dios y madre de toda la humanidad. Junto a Ella están las vírgenes consagradas que llevan el título honorífico de Sponsa Christi (esposa de Cristo) y están llamadas a participar en su obra redentora. Pero la imagen de la feminidad es perpetuada también por la mujer que se encuentra junto a un hombre que es imagen de Cristo y que ayuda a construir su cuerpo, que es la Iglesia, a través de una maternidad física y espiritual”.
Al evaluar la situación de muchas mujeres de su época, Edith Stein escribió que "muchas mujeres están cargadas por el doble deber de la vida familiar y profesional" y que también hubo mujeres que iniciaron una profesión que amaban, pero cuyas esperanzas de felicidad no se cumplieron porque “ni buscaron ni encontraron los medios para hacer fructificar su naturaleza femenina en la vida profesional”.
También destacaba la situación de las "religiosas poco conscientes del pleno significado de sus votos o incapaces de mantener el sacrificio total que exige su vocación, después de que el ardor de su primera juventud ha decaído".
¿Su remedio para esta triste situación?: “La vida de una mujer debe ser una vida eucarística —afirmó—, si quiere dar frutos”. Estaba convencida de que “toda mujer que vive a la luz de la eternidad, puede realizar su vocación”.
Sostenía que “solo en una relación diaria e íntima con el Señor en el sagrario, podemos olvidarnos de nosotros mismos, liberarnos de nuestros propios deseos y pretensiones, y tener un corazón abierto a las necesidades y deseos de los demás”.
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