Las Mafias del Estado
En democracia los enemigos a vencer por sus fuerzas armadas de leyes constitucionales que precisan sus funciones están en primer lugar la defensa de los límites territoriales contra la invasión parcial o total de ejércitos, guerrillas subversivas y bandoleros, más su obligación inmediata de rescatar y apoyar presencialmente a personas y poblaciones víctimas de distintos desastres ocasionados por la naturaleza, ahora más frecuentes debido al cambio climático.
El veterano periodista nicaragüense Carlos Fernando Chamorro – desterrado por segunda vez, actual representante de su honorable dinastía democrática en periodismo noticioso y de opinión– define a quienes practican exactamente lo contrario con la frase Mafia de Estado. Históricamente son habitantes armados quienes sustentan o rechazan a los regímenes en el poder, sean democráticos, autoritarios, dictatoriales o criminal y globalmente organizados. Verdades obvias que pocos admiten.
El castrochavismo militarizado, presente en Cubazuela desde su inicio electoral –1999– el único legítimo en veinticinco años, bautizó y selló su triunfo rechazando la ayuda tecnificada estadounidense para rescatar del enorme deslave a la gran cantidad de los desparecidos y damnificados.
Las Mafias de Estado –Rusia, China, Norcorea, Irán, Turquía, Cuba, Nicaragua,Venezuela, en proceso Bolivia, El Salvador, Honduras y Colombia si prosigue la sospechosa neutralidad el presidente Petro– consideran que su enemigo primario a reprimir y eliminar es precisamente la información abierta desde prensa escrita, radial, televisiva y digital. En Latinoamérica tamaña difícil y peligrosa tarea recibe distintos nombres, siempre con el inherente tono heroico castrista de la consigna “Patria o muerte”. Su “patria” delictiva, sanguinaria, que en principio dedica su arsenal bélico al interno espionaje, migración forzada, expropiación, amenaza, soborno, secuestro, tortura, ejecución, y la eliminación de su principal enemigo, el periodismo libre, porque es el nítido espejo público de sus errores y delitos, su persecución de toda disidencia partidista verdadera y de los reclamos populares diarios.
Al fondo de esa conducta hay la total ausencia de argumentos lógicos, convincentes, que la justifiquen. Sienten pánico a perder su ilegítimo poder, pues los espera la justa justicia que al final sí llega. Terror si varios adolescentes protestan tirando piedras y los torturan bajo la etiqueta de “terroristas.”
Lo mostrado en la película El Padrino –1972– y la novela de Mario Puzzo que la inspiró, revela los nexos de ida y vuelta, entre los clanes del gangsterismo civil familiero y los gubernamentales de turno con su armas modernas o el vil garrote en el castrochavismo, imprescindible modelo del corrupto en disfraz de uniformado castrense. Trágico circo de cuando el ilícito poder privado imita al delictivo estatal o viceversa, cuando la gobernanza criminal remeda los mecanismos ilegales de las bandas particulares. Juntos pueden sobrevivir solo con base en la lealtad absoluta, el culto personalista del “sí señor” versión centro y surhemisférica del “yes man” que pretende santificar el ganador trumpismo, si los dejan. «La Cosa Nostra», antes clandestina se torna rutina oficialmente tropicalizada.
Con o sin medallitas soleadas, con o sin uniformados militares que se forjaron en cuarteles locales o del exterior, al final, su cúpula dirige todavía y a punta de fechorías, desconoce sus deberes constitucionales y los derechos legales de todo el victimizado país. Pero Venezuela conoció cuarenta años de imperfecta democracia civilista y la prefiere al dominio criminal de pandillas armadas.
Generales, capitanes y afines de la cresta son la cobarde Mafia del Estado padrinomadrurista. No quedarán mucho tiempo más ni volverán. En cambio sí habrá esa opción del regreso voluntario para buena parte de los ya 9 millones de diaspóricos.
No hace falta ser especialista, mago, adivino ni astrólogo, para vislumbralo.
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