El extranjero
El régimen migratorio fue, es y seguirá siendo “dubitativo”. Incierto para quien emigra y el gobierno que lo recibe

El 19 de mayo de 1942 se publicó en francés el libro de Albert Camus “L Ètranger”, cuyo personaje central “Meursault”, pese a cualquier acontecimiento bueno o malo, se muestra indiferente por considerarle banal. La felicidad, a su juicio, habría que buscarla en uno mismo, en la seguridad de la propia existencia, en la conciencia del ser y en la razón misma de este. No en una sociedad cuyas leyes el individuo desconocía ni conoce o no creía, ni cree en ellas. Por lo que Meursault para Camus es un “extranjero” que juzga y remueve los fantasmas de una sociedad angustiada, cuya moral carente de sentido regula la vida de un todo social. Por ende, ha de tenerse conciencia de que “la foraneidad, forastería y alienación” tienen sus dificultades. Y mucho más que bastantes.
En una seria investigación de la autoría de Nguyen Hoang Phi Lien se escribe que la migración, fuente generadora de la “extranjería”, es un hecho de la historia humana y no “nuevo”, más bien, antiguo como el mismo mundo. Se lee, asimismo, que para la ONU el número de migrantes, esto es, “extranjeros”, para el 2015 fue de 244 millones, un 41 % de incremento con respecto al año 2000 y que los “emigrados, expatriados y exiliados” en su mayor número, se acota, también, anhelan encontrar una vida mejor fuera de sus propios países, tarea que, sin embargo, no les resulta fácil en una humanidad cuestionada y cuestionable.
- Lea también: Bukele ayuda a Trump a burlar bloqueo judicial a Ley de Enemigos Extranjeros
- Lea también: América Latina, el tablero de ajedrez de la KGB
El anhelo cada día más complejo en un escenario “encizañado”, el cual conduce a convertir el deseo, en un importante número de casos, hasta en una “una despiadada y cruel mentira”, por lo que la suspirada “ciudadanía” para los más termina siendo “una adquisencia imaginaria”. El dilema tiene sus siglos y pareciera proseguir.
“El extranjero”, bíblicamente, ha dejado su patria o clan para pedir asilo en otra comunidad. También se refiere a alguien de un grupo étnico, lingüístico o racial diferente al “nativo”. Algunos versículos bíblicos son “bondadosos” para con “el foráneo”: 1. A los extranjeros se les ha de tratar como ciudadanos y amárseles como a uno mismo, 2. El Señor protege a los extranjeros, como sostiene a los huérfanos y a las viudas, 3. Si proviene de tierras lejanas y ora Dios escuchará sus peticiones. Se anota, incluso, que la migración fue una forma de vida para los patriarcas cuándo se constituyeron como pueblo. Y que el desplazamiento geográfico de individuos o grupos, por causas económicas o sociales se dibuja en el Génesis como fruto del juicio divino”, apreciación que conduce a que Dios legitimó como pauta religiosa a la iniciativa, a fin de que la persona que había creado buscara una mejor vida en atmósferas más propicias que adonde había nacido.
El Padre y el Hijo, no pareciera ilógico atestiguar que estaban conscientes de que “un estado de ser y una condición de gracia y santidad”, había que buscarlos no excluyentemente donde se germinaba. Por lo que se terminó legitimando como “sustantivo, status y hasta virtud al “extranjero (lingüísticamente “de otras latitudes”)”. Pero, dotándolo, paralelamente, como legitimación para luchar por ello. Un “derecho natural” quedó estatuido, correspondiendo a filósofos estudiarlo, como realmente ha acontecido.
A manera de ilustración, en un análisis hecho en Chile por un grupo de destacados expertos, en lo relativo a la tipificación del “extranjero” en la “Declaración de Derechos Humanos de 1948”, quedó reiterada la legitimación como “derecho natural” de la persona humana a migrar dentro de su mismo país y de uno a otro (derechos de los que gozamos por el mero hecho de ser seres humanos… que preservan ciertos intereses fundamentales de la persona…).
Limitaciones, por supuesto, han de existir a fin de evitar lo que se conoce como “la inmigración irregular”, advertencia que no deja de hacerse a la propia ONU. La Comisión Chilena, de hecho, concluyó en que han de diferenciarse “los refugiados y los migrantes”, por lo que se hace necesario estatuir algunas precisiones.
En primer lugar, el documento de la ONU diferencia entre “los refugiados” (quienes huyen de sus países por guerras, desbarajustes políticos, catástrofes naturales y hambrunas), con respecto a los cuales es obligatorio para las naciones receptoras atender sus necesidades fundamentales “por una cuestión moral y de humanidad”.
En lo correspondiente a “los migrantes”, quienes en rigor son los más numerosos, han de cumplir las legislaciones propias del país que les ha recibido. Los expertos se pronuncian, en rigor, por reconocer la distinción entre “migrantes regulares e irregulares”. Una interrogante, sin embargo, ha de formularse ¿Pero qué revela la realidad con respecto a esta distinción? Las respuestas y los comportamientos de los gobiernos preñados de anarquismo y otros vicios. Ese es en realidad “el quid”.
El régimen migratorio fue, es y seguirá siendo “dubitativo”. Incierto para quien emigra y el gobierno que lo recibe. Basta mirar lo que hoy sucede: “Un cataclismo migratorio” (lingüísticamente, “Una gran catástrofe o desastre de un inmenso alcance, ya sea natural —como un terremoto o inundación— o social/político, que causa una transformación o destrucción significativa”).
Los Estados Unidos han sido históricamente, tal vez, el país que haya recibido el mayor número de migrantes, materia regulada en la “Ley de Inmigración y Nacionalidad” promulgada en 1952 y la cual ha sido enmendada varias veces. La inmigración históricamente le ha sido favorable, pero hoy confronta serios problemas. Desde la tierra de Georges Washington, anhelada por su desarrollo, se experimenta “un proceso de expulsión migratoria” duramente cuestionado.
Para finalizar acudamos a otro libro, “El Afrancesado”, de la autoría de Fernando Diaz-Plaja, profesor español en diversas universidades, inclusive, extranjeras. En la contraportada leemos “Con personajes históricos reales, esta obra es a la vez un relato de intriga, amor y aventura, que explora el destino de un hombre marcado por la difícil decisión de mantenerse fiel al amor de una mujer o el deber de defender su verdadera patria. Miguel, el protagonista, es un criado de Leandro Fernández Moratín, español como el primero, con residencia en París, esto es, “dos migrante de España e inmigrantes en Francia”, al igual que su asistente (Miguel).
El último ambicioso y luchador ingresa en el ejército napoleónico, obteniendo las más altas distinciones por su valentía en las distintas batallas europeas. Pero en 1808 Napoleón invade España, por lo que Miguel ha de guerrear contra sus paisanos españoles, lo cual hace. De allí el titulo del libro “El afrancesado” (Novela Histórica, Selección Oro, Ediciones Martínez Roca. S.A, 1998). Que los lectores, si los hay, nos excusen, pues no abrigamos duda alguna de que Don Fernando se está refiriendo, con el título de su obra, lógicamente, a “la persona que imita o emula lo francés”, pero resulta que “Afrancesado” para el Diccionario de Americanismos de la Asociación de Academias de la Lengua Española, aparece, también, como un adjetivo referido a “hombre homosexual”, una seria limitación, en principio, para pretender ser aceptado como “migrante de la Madre Patria” e “inmigrante de Francia”, dado el severo cuestionamiento hoy mas latente contra el movimiento LGTB (Lésbico, Gay, Bisexual, Transgénero).
La migración, tanto para quien sale, como el que entra, como que tiene sus complicaciones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario