A Pompeyo Márquez, con cariño
Pompeyo sintetiza el capítulo venezolano de las dolencias universales del siglo XX. Se trata de uno de los políticos más completos que ha dado el país en mucho tiempo
Pompeyo Márquez, Santos Yorme, ícono en la resistencia en contra del perezjimenismo; símbolo venezolano de la lucha por la justicia y las libertades públicas, arriba a sus 95 años. De su postura irreductible y su vínculo indisoluble con las angustias nacionales podemos dar fe incluso ahora, leyendo con frecuencia sus orientadoras y fervorosas reflexiones.
Pompeyo sintetiza el capítulo venezolano de las dolencias universales del siglo XX. Se trata de uno de los políticos más completos que ha dado el país en mucho tiempo. Como todos los dirigentes de su generación, fue una víctima existencial de la Guerra Fría. Militante comunista por décadas, estuvo presente en el Congreso en el cual el PCUS (el disuelto Partido Comunista de la Unión Soviética, la Ciudad del Vaticano de la dictadura del proletariado) abandonó el culto por Stalin y asumió la apertura de la era de Nikita Khruschov.
Pompeyo asumió parte importante del entramado de la lucha clandestina en contra de la última dictadura. Santos Yorme, su nombre en la clandestinidad, se convirtió en un símbolo de la resistencia democrática. En 1968, las dolencias dentro del comunismo venezolano ya lucían insalvables, luego de la invasión soviética a Checoslovaquia en 1968. Comenzaba a insinuarse el parto del MAS. El pulso entre las dos tendencias que debatían el futuro y la pertinencia del socialismo tomó por una sola calle una vez que Pompeyo, uno de los dirigentes más esclarecidos y respetados de entonces, decidiera acompañar a Teodoro Petkoff en el planteamiento del MAS, sin duda uno de los experimentos políticos más fértiles e interesantes que haya tenido en la Venezuela del siglo XX.
Pompeyo es el símbolo viviente de un estadio de la política que se concretó con toda claridad a finales de los años 90: el postcomunismo. La lección universal que cursó la humanidad con la caída del Muro de Berlín. Un estadio definitivo, con enseñanzas que dejan jurisprudencia, que colocan en su puesto la ecuación entre la libertad y la justicia. Habiendo sido uno de los más esclarecidos y austeros exponentes del movimiento que hizo posible la movilización de las masas y su ingreso al debate universal, Pompeyo pudo remontar las consecuencias del derrumbe comunista sin dejar de obrar en el marco de un debate democrático y justiciero. Pompeyo es un dirigente que jamás ha dejado de actualizarse.
Porque, en su arduo trajinar de estos años y décadas, si algo hemos aprendido de él es que las cosas hay que debatirlas. Todo hay que ponerlo en tela de juicio. El mérito de Pompeyo no estriba únicamente en sus reflexiones, su ejemplo, su amor a Venezuela, su valentía y su desprendimiento. Con Pompeyo hemos aprendido que el revisionismo no es un pecado, sino al contrario, es un saludable síntoma, que da cuenta de que tenemos en su puesto el espíritu crítico y de que estamos usando la cabeza por cuenta propia. Todo hay que someterlo a debate. Para poder ser genuinamente de izquierda hay que estar dispuesto a someter a un duro juicio al término mismo, sus implicaciones y sus enormes lagunas.
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