¿Por qué admirar a Pompeyo Márquez?, por Américo Martín
Pompeyo Márquez cumple 95 años, una historia de vida apegado a la lucha democrática y la construcción de la unidad nacional
“Un padre”, sin especificar que lo fuera en lo político, probablemente por sentir que de esa manera hubiera limitado la dimensión del afecto. Así lo sintió Teodoro, su compañero en la última y fecunda etapa de constructor de partidos. “Un ser colectivo” lo definió Homero Arellano, con buenas razones porque en su casa lo mantuvo enconchado durante un par de años y fue su enlace en la notable entrevista secreta con el perseguido secretario general de AD, Alberto Carnevali. “Un hombre de avanzada, de progreso, de renovación”, declaró el propio Pompeyo al periodista que cinco años atrás, al asomarse a los 90, quiso saber cómo se definía a sí mismo en aquel momento de su vida.
No importa cuán variadas y ricas sean las ejecutorias de los personajes históricos, al final pueden ser resumidos en una palabra solitaria o en un gesto que mueve a imitarlo. Churchill, por caso, y su V gestual, muda pero sonora como un trueno. El vocablo que resume a Pompeyo, el ser colectivo de Arellano, es la unidad, o “Unidad” pura y simplemente, sin pronombre personal.
A los 15 años, militando en la juventud de AD, supe de este personaje –una leyenda, ya- por el poeta Rafael José Muñoz, quien me dijo que era el nuevo secretario general del PCV. Se sabía de su sencillez y pasión por el estudio, que si inicialmente imaginaría como parte esencial de un liderazgo responsable, fue después una segunda naturaleza en él.
- Está escribiendo un libro de economía, me deslizó el poeta, para suscitar mi admiración.
¿Y qué tiene de especial escribir un libro? En su caso, mucho. No tuvo formación universitaria y, consciente de ello, aprovechó a sus amigos, compañeros y camaradas, para superarse. Y mire que pudo extraer, con creces, la savia del conocimiento extremando la autoformación y requiriéndolo con humildad de intelectuales copartidarios que siempre lo admiraron. Más de nueve títulos publicados, además de incontables artículos, informes y ensayos, dan fe de ello.
Pompeyo, desde que supe de él en tiempos de dictadura perezjimenista, sostenía que sin unidad no sería posible superar la agobiante e implacable armazón que oprimía a los venezolanos. AD, el principal partido de la resistencia, venía de regreso de la heroica pero a la larga infructuosa política del “rápido retorno” dirigida por el extraordinario Leonardo Ruíz Pineda. “El de la fina valentía y gozosa audacia”, escribió don Rómulo Gallegos de Leonardo, al tener noticia del bárbaro asesinato del gran líder de la resistencia.
El compañero de Ruiz Pineda, Alberto Carnevali, promovió entonces la unidad con los demás factores –moderados, de entonces, como Copei y URD, y radicales como el PCV- Era un asunto de todos, sin exclusión, sin exigirle a nadie dejaciones principistas. Fue el primer intento de unidad de lo diverso, única posible frente al obstáculo de granito que impedía que siguiéramos debatiendo pero protegidos por la democracia y la Constitución. Había, pues, que alcanzarlas desde la resistencia y con unidad… plural, diversa.
Pompeyo se reunió con Alberto y, con la lucidez que siempre lo ha caracterizado, se movió como un ferrocarril en esa dirección. Frustrado el intento por la inesperada prisión y muerte de Carnevali, será Pompeyo factor fundamental para levantar la idea, cosa que hizo en un Pleno clandestino del CC de su partido. Unidad sin la falsa astucia de “distinguir” corrientes en el aliado potencial o real, para aceptar solo a los más cercanos y denunciar obsesivamente confabulaciones secretas y traiciones de quienes piensen distinto. Esa lección, unidad con todos, sí, con todos, moderados y menos moderados, se convirtió pronto en la nuez de la recomposición de las fuerzas opositoras. Aferrados a ella, logramos lo que parecía un milagro. ¡Renació la democracia! Una lección imperecedera que bajo las circunstancias de hoy todavía, para no pocos, es una asignatura pendiente.
Pompeyo es impresionante. No hay manera de apartarlo de la rica veta unitaria. 95 años y no deja de remachar la unidad sin esguinces. Testimonios elocuentes son sus columnas en TalCual y Ultimas Noticias. Su pasión por Venezuela es un torrente inextinguible. ¡Claro que es un personaje colectivo! Se ha hecho respetar por todos. Lo admira la inmensa mayoría, que lo ve como hombre de una sola pieza, inconmovible en su trinchera, comprometido hasta el fin. Para mí, su amistad personal es un regalo de los dioses.
Los autócratas, dictadores y proclives al pensamiento totalitario saben que es una lanza dirigida contra quienes hacen de sus estólidas razones – valga el verso inspirado del poeta urguayo Julio Herrera y Reissig- “una horca para el justo”.
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