Rafael Simón Jiménez: Veinte años del triunfo de Chávez; De la ilusión a la tragedia.
La victoria de Hugo Chávez el 6 de diciembre de 1.998, no fue el resultado de la casualidad, ni de ningún fenómeno sobrenatural. Fue como todos los experimentos similares, la consecuencia lógica del desencanto, la frustración y la desafección acumuladas en una sociedad que por años había depositado su voto y su confianza en unos líderes y unas organizaciones políticas, que progresivamente se alejaron de la gente, y de unos gobiernos que se fueron colocando de espaldas a las necesidades, las demandas y las soluciones de una población que vio deteriorarse sus condiciones de vida, y que comenzó a mostrarse proclive a salidas radicales.
Sobre ese País que repudiaba las formulas tradicionales, Hugo Chávez, el golpista fracasado del 4F-92, coloco un mensaje vengador y patibulario, de ideas básicas, que se conecto prontamente con el descontento ya inmensamente mayoritario de la gente. Acabar con la creciente pobreza y exclusión social, liquidar de raíz la corrupción de los políticos y las elites que entonces lucía protuberante y refundar la desgastada democracia sobre nuevas bases de inclusión, participación y protagonismo popular, fueron la trilogía sobre la que machaconamente el frustrado golpista, desdoblado ahora en versátil orador y zamarro político, centro su relato logrando prontamente un efecto multiplicador que catapulto su popularidad y que lo hizo electoralmente inderrotable.
El arribo al poder de Hugo Chávez, y sus primeras medidas de gobierno, le ganaron aun mayor apoyo de opinión pública, sus reiteradas promesas de respetar el estado democrático y de garantizar la competencia electoral, dentro de sus propósitos proclamados de reformas sociales, acrecentaron las simpatías de un país ávido de cambios. Esa creciente popularidad le permitió no solo convocar una constituyente que en tiempo record produjo un nuevo texto constitucional, aprobado en referéndum por primera vez en nuestra historia, sino obtener sucesivas victorias comiciales, que sofocaron y desgastaron a los viejos partidos políticos.
Amparado en un discurso que se enganchaba directamente con los sectores más pobres del país, a los que coloco en el centro de su mensaje político, y más tarde llenas las alforjas gubernamentales con miles de millones de dólares generados durante el ciclo alcista de precios petroleros más prolongados de nuestra historia, se implemento desde el gobierno un sistema de dadivas, dispensas y subsidios bajo la denominación de “misiones “que amen de ganar adhesiones en sus destinatarios le permitió construir un mecanismo de control político que progresivamente mutaría hacia la sumisión administrada con elementos perversos como el denominado “carnet de la patria “ que de hecho se constituye en un mecanismo de exclusión y discriminación para quienes se muestren desafectos a las políticas gubernamentales.
Conforme a lo que ha sido la experiencia de los ensayos populistas en América Latina y el mundo, el despilfarro, la impune y galopante corrupción, la ineficiencia y la improvisación fueron depredando los recursos públicos, lo que aunado a la caída prolongada de los precios petroleros, incubaron un desastre económico y social de proporciones nunca antes conocidas en Venezuela. La muerte de Hugo Chávez, coincidió con el naufragio de las finanzas públicas, la erosión de las reservas internacionales, el desbocado endeudamiento, y el desmantelamiento operativo, tecnológico y logístico de PDVSA, todo lo cual se tradujo en un ciclo interminable de hiperinflación, devaluación, decrecimiento económico y sus secuelas sociales de empobrecimiento, marginalidad y deterioro abismal en las condiciones de vida de la población.
La designación de Nicolás Maduro, como heredero in extremis de Chávez, fue lo que en criollo pudiera denominarse “la tapa del frasco “, pues el nominado mas allá de su incondicionalidad al caudillo, no tenía ni meritos, ni capacidad, ni formación, ni autoridad alguna para asumir la conducción del gobierno en medio de las precariedades y problemas que se multiplicaban y que exigían un viraje, un cambio, un golpe de timón, que permitiera corregir el desastre que se fraguaba en un estado saqueado y desmantelado en tantos años de incompetencia y rapiña.
El improvisado sucesor del fallecido líder de la “revolución Bolivariana “al no saber qué hacer, ni cómo hacerlo, se dedico simplemente a administrar y profundizar el desastre, lo que por supuesto significo incrementar el drama social cuyas secuelas no solo se manifiestan a lo largo y ancho de Venezuela, sino que dejan sentir su efecto sobre todo el continente al propiciar la huida y éxodo desordenado de casi cuatro millones de venezolanos, que ante la disyuntiva de morirse de inanición, buscan en países vecinos una oportunidad de subsistencia.
Las dos décadas de predominio Chavista, dejan para Venezuela un saldo trágico y desolador. Jamás, al menos desde que el país, hace más de 100 años se transformo en productor petrolero, se había vivido una situación de ruina y destrucción como la que hoy atormenta la existencia de sus habitantes. Pobreza, desbarrancamiento social, exclusión, condiciones infrahumanas de vida, consumen la cotidianidad de la gente. Eso que en la nomenclatura chavista se conoce como el “legado del comandante “se ha constituido en una tragedia colectiva para millones de venezolanos.
Veinte años de un experimento que en su momento, ilusiono a los venezolanos, y término en la peor crisis de toda la historia, solo deja una urgencia: como salir lo más pronto posible del desastre, para iniciar la reconstrucción de la martirizada Venezuela.
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