Existe una forma muy sencilla de realizar esa gran obra de nuestra vida que es la oración: el Rosario. El Rosario puede convertirse en nuestra escuela de oración, ¡a condición de que aceptemos volver a ser sencillos, como niños pequeños que no se jactan ni enojan!
El Rosario es una escuela mariana. Dejemos que la Virgen María nos enseñe a contemplar al Señor, a guardar la Palabra en lo profundo de nuestro corazón, a formar un corazón semejante al suyo.
El Rosario consiste en la repetición por decenas del saludo angélico, intercaladas estas con doxologías, meditando. Digo, “meditando” no en la literalidad de las palabras, sino en los misterios que estas evocan, porque toda la vida de Jesús, con todas sus enseñanzas, está contenida en el hecho sugerido con tanta delicadeza por esa perla incomparable: el avemaría.
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