Venezuela: los militares entre la espada y la pared
La nación se encuentra hundida en una crisis nacional, y sin cabeza. Y, de corto a mediano plazo, las elecciones se volverán ineludibles, para todos los actores
Heinz Dieterich
Venezuela sin negociación
Pese a que la política de Miraflores y de la MUD empujan el país cada vez más hacia un estallido social y la instalación de un régimen militar abierto, no realizan negociaciones serias para evitar tal catástrofe. La razón de esta paradoja radica en la esencia de la negociación. Negociaciones serias sólo se realizan cuando las estrategias de lucha presuntamente exitosas, que en términos lógicos son hipótesis sobre el futuro, han sido derrotadas en la práctica. Es decir, cuando los adversarios han llegado a la conclusión, que no pueden imponer su agenda y sus intereses al otro y, por lo tanto, tienen que negociar un compromiso. Este punto no ha llegado en Venezuela, porque tanto la fracción socialpopulista como la neoliberal de la clase política están convencidas, que con su estrategia actual prevalecerán en la conquista del Estado y el botín real, la renta petrolera.
La Madre de todas las negociaciones
El mejor modelo didáctico para explicar la conflictividad en una sociedad de clase, es la guerra. Mientras un Mariscal de Campo está convencido que ganará terminantemente en el campo de batalla, no ve razones para negociar un quid pro quo (algo por algo) con el enemigo. Por este motivo, Obama negoció una frágil “paz caliente” con Cuba e Irán. O, cuando el imperialismo inició su gran campaña militar (Plan Colombia) contra las FARC, se le dijo a un oficial yanqui, que no podían destruir militarmente a la guerrilla. “Lo sabemos”, contestó. “Sólo queremos causarles 5000 muertos a las FARC, para que acepten que no pueden ganar la guerra y que tienen que negociar un arreglo.” En Venezuela, ambos adversarios mantienen la ilusión de que van a ganar la “guerra” con las estrategias empleadas. Ambos están equivocados. Pero, mientras no hayan vivido la experiencia de su derrota relativa, no negociarán en buena fe. El resultado inevitable de su ceguera —un creciente caos social y político- será un régimen militar abierto.
Cambio cualitativo en el papel de los militares venezolanos
Los Estados Mayores del Comando Sur (SOUTHCOM), de la Fuerza Armada colombiana y de la Fuerza Armada venezolana ya tienen preparados sus “planes de contingencia”, para el caso de la toma del poder por las FANB. La situación (teatro de operaciones) más compleja se presenta para los militares bolivarianos. Para los compañeros en armas de Hugo Chávez no es una cuestión de querer asumir formalmente el poder del Estado, sino de estar obligados por los políticos a hacerlo. No quieren tomar el poder públicamente, porque la forma institucional en que lo ejercen ahora es idónea para ellos. Sustituyen la austera, disciplinada y monótona vida castrense de los cuarteles por las prebendas de altos ejecutivos de empresas transnacionales o burócratas estatales, sin ser responsables del desastre oficialista. Y sus esposas, un vector fundamental en la institución, pueden abandonar los feos y aburridos casinos de oficiales y los confesionarios de los curas (otro vector de poder importante), para vivir “adecuadamente”. En fin, disfrutan de las dulces mieles del poder (Fidel), sin cargar con la corona de espinas de la responsabilidad pública.
Y tomar formalmente el poder, significaría hacerse cargo de un problema, que es prácticamente insoluble para ellos. No tienen el know how económico, ni el equipo humano, ni el apoyo social, ni el internacional para hacerlo. Será una misión tipo kamikaze (de inmolación). Y, a pesar de esto, tendrán que hacerlo, porque las dos facciones de la clase política —la cretina y la idiota- implacablemente empujan al país hacia tal desenlace.
Maduro no es el problema
La incapacidad del gobierno para resolver cualquier problema y los exabruptos del Presidente han hecho nacer en las redes sociales la hipótesis, de que Maduro “no es apto para gobernar”. Pero, el hecho es, que Maduro no “gobierna”. Maduro no es más que el vocero de la camarilla dominante del PSUV, que controla Cabello. Maduro sólo juega el papel que se le ha asignado en la división política del trabajo de la camarilla. Quien realmente gobierna es Cabello. Y Cabello es una peligrosa combinación de objetivos claros y una gravitación natural hacia los métodos de la guerra sucia. La “errática” política del gobierno no se debe a la ineptitud de Maduro, sino al objetivo estratégico de la gobernanza oficialista: una intervención militar abierta. Incapaz de desarrollar cualquier estrategia racional de superación de la crisis, la toma del poder por los militares dejaría el paquete de la salvación nacional en manos del Estado armado, no del partido y del Estado civil. Esto explica, porque el bloque de los militares —que ahora es el único poder real detrás de Miraflores, con unos 25 militares como ministros y gobernadores en servicio militar activo o reserva- no ha intervenido decididamente en el catastrófico curso del Titanic; excepto el bloqueo del desconocimiento oficialista del resultado electoral. Está entre la espada y la pared. Si acepta el desenlace del proceso actual se le aplicará la receta de Macri, la destitución de toda la cúpula castrense actual. (En Argentina, 25 generales.) Si toma el poder formalmente, fracasará y se vuelve insignificante.
El papel de la MUD y Washington
Queda por explicar, porque la MUD también participa alegremente en esa ruleta rusa. La política de la oposición contribuye a esa dinámica, porque sabe que, debido a la correlación de fuerza nacional e internacional, ganará la batalla, tanto dentro de un escenario civil como en uno militarizado. ¿Y qué ganaría con la instalación de un régimen militar abierto? La respuesta es obvia. Para llevar a cabo la estrategia continental del “roll back” del desarrollismo socialdemócrata, debe destruir no sólo el “bolivarianismo” civil y de masas —objetivo, ya casi logrado- sino destruir su baluarte real: la Fuerza Armada bolivariana. Ante una tarea insoluble, la idea y las fuerzas reales del “bolivarianismo”, quedarían aniquilados por mucho tiempo.
La Nación sin cabeza o ¿qué resuelve un régimen militar?
Un régimen militar —aunque pensado como transitorio hacia elecciones generales- no resolvería la situación actual. En primer lugar, porque las elecciones las ganaría la oposición con creces. Y, en seguida, vendría el Thermidor —la contrarreforma neoliberal oligárquica de Macri- con el descabezamiento de las FANB y la destrucción de las pocas conquistas sociales que han quedado. Ninguna persona sensata va a querer sustituir un mal por otro. En segundo lugar, la economía y el tejido social dañado no aguantarían los tiempos de proceder institucionalmente. La solución debe implementarse de inmediato, con las drásticas medidas económicas necesarias, una narrativa creíble de salvación nacional y un nuevo liderazgo que puede convencer a las masas. El problema es, que no se ve ninguno de esos tres elementos en la MUD, ni en el gobierno, ni en las Fuerzas Armadas. La nación se encuentra hundida en una crisis nacional, y sin cabeza. Y, de corto a mediano plazo, las elecciones se volverán ineludibles, para todos los actores. ¿Qué hacer, entonces?
¿Qué hacer?
Bajo los supuestos de que la cúpula militar pueda mantener la cohesión de la Fuerza Armada ante la deteriorante situación socio-económica y las continuas estupideces económicas del gobierno —ver propuesta de default de Salas y su mentor español en el país de los cuys (Ecuador)- así como lo ineludible de nuevas elecciones en un periodo de tiempo relativamente corto, no hay otra solución progresista al impasse, que la creación de un Nuevo Partido pragmático del Centro. Para la transición necesaria hacia una economía autosustentable, Venezuela requiere de una especie de Deng Xiaoping tropical. ¿Habrá alguien en el país que pueda asumir ese formidable papel, crear un colectivo y salvar al país? Si no, el caos, la oligarquía y el FMI se lo van a tragar vivo.
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