Nuestra caperucita roja
Desde niño todos oímos el cuento de aquella niñita obediente que le llevaba al bosque profundo la cesta con comida a su abuelita. Aquella viejecita, débil y enferma, postrada en su lecho en la cabaña del bosque.
Había en el bosque una fiera, el lobo, que vivía ansioso de morder carnes tiernas. Fiera voraz, astuta y engañosa que dominaba las artes del disfraz para esconder bajo los trapos y las cobijas su peludo cuerpo y saltar sobre la pobre niña cuando estuviese distraída y cercana.
Si no llega el cazador a tiempo todos podemos imaginar el final más probable.
Qué nos trae hasta este rincón de las memorias, se preguntará usted, amable lector. Les pido disculpas a quienes prefieren guardar sus infantiles recuerdos sin asociación alguna a la triste vida adulta.
La declaración del Tribunal Supremo de Justicia o, mejor diríamos, de Injusticia, me ha recordado demasiado esta historia, al punto de que sentí deseos de compartirla con ustedes, mis apreciados lectores, quienes aún se preguntan si vivimos las mismas experiencias.
La Asamblea, con la ingenuidad de la nieta del cuento, no solo se preocupa por la salud de su abuelita, el soberano, que padece hambre de sus alimentos fundamentales: justicia y libertad, sino que también va por los caminos del bosque cantandito y convencida de que después de la merienda la abuelita recuperará el vigor y la energía para salir de la cama, de la choza y del bosque, y volverán a ser una familia unida otra vez.
No cuenta la Asamblea con que el lobo aparecerá, como lo hizo en el cuento de la vieja asustada que se metió en el escaparate, y el lobo, con sus ropas, se escondió bajo las cobijas. Caperucita apareció en diciembre, cuando el lobo ágil y pícaro se arrastró entre ramas y normas que dirigen los caminos del bosque, entró en la choza y la abuela en el escaparate dejó sus ropas sobre la cama. Allí en el lecho, esperó a su preciada presa. ¡Qué bien quedó la cobija del Tribunal Supremo!, pensaba. ¡Qué buenas estas dormilonas del sastre monsieur Escarrá! Apenas entró, la niña angustiada se preguntó sorprendida por la amplitud de la sonrisa de la abuelita: ¿Por qué ríes, abuelita? Cuando descubrió el bigote se preguntó: ¿Para qué son esos dientes tan grandes? Y se llevó la gran sorpresa cuando descubrió que no era la cándida abuelita la que tenía enfrente, sino el lobo, feliz de haber engañado a la Asamblea infanta.
Esta historia, que es nueva, aún no ha escrito su final. Solo podemos pensar que seguirá en el escaparate, secuestrada por el terror y sin valor para asomarse a la realidad. Lo que sí sabemos es que el lobo seguirá sin descanso perturbando a Caperucita, quien correrá atemorizada y desorientada por un bosque sin cazadores que espante al lobo.
El lobo, rabioso, enojado, le gruñirá a la niña que es necesario el diálogo donde guarda sus mejores engaños y mentiras. Todo se habrá perdido si Caperucita no despierta y reconoce el peligro del lobo y con valor y decisión le da una vuelta al final de la historia.
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