Rodolfo Izaguirre: Encadenados
Se dice que personalizo el eslabón unido al que me sigue y éste junto a otro y a otro más a fin de formar la larga cadena que convierte mi propia existencia en un torrente de vida que discurre y fluye como el agua de los ríos y hace posible esa totalidad abstracta y numerosa que se llama humanidad. Una cadena que es también símbolo del matrimonio no solo de la pareja humana sino del cielo y de la tierra porque ante todo es comunicación, lazo, vínculo. Arthur Rimbaud “tendió cuerdas de campanario a campanario; guirnaldas de ventana a ventana; cadenas de oro de estrella a estrella. Y allí bailó”. Diferente a la codiciada práctica de sadismo que disfruta encadenando, voluntariamente o no, a la presunta víctima de los tormentos.
Lilian Tintori, Mitzi Capriles y Antonieta de López se encadenaron en las inmediaciones del Vaticano, y en la Nunciatura de Caracas lo han hecho Rosa Orozco y el diputado Rosmit Mantilla no para llamar la atención de un Papa que pareciera compartir la complicidad pasiva de Rodriguez Zapatero en una Mesa de Diálogo, sistemáticamente boicoteada por el régimen militar bolivariano, sino para remover cualquier asomo de tolerante indiferencia que pudiera existir entre el cielo y la tierra. El Nacional, en un recio e inteligente editorial descubrió que en Venezuela existen dos Iglesias: la del Vaticano, extremadamente cautelosa y prudente frente al desmadre venezolano no obstante estar suficientemente informada de lo que nos ocurre, y la de nuestros Cardenales y Obispos que están dando la cara con coraje y valentía. La Conferencia Episcopal, finalmente, se dejó de ruegos y oraciones y decidió expresarse sin tener que poner la otra mejilla para recibir nuevos tortazos.
¡Respeto al Papa Francisco como Papa pero no como político! En este terreno no es santo de mi parroquia y Dios sabe que haría dura penitencia si estoy chapoteando en el error, pero tengo la ligera impresión de que debajo de su santidad hay un revoloteo peronista que no me gusta para nada. ¡Es una opinión muy personal, seguramente equivocada! Pero es que nunca me he sentido orgulloso las raras veces que el Vaticano ha pedido perdón, con siglos de retraso, para reconocer sus despiadados actos durante la Inquisición, el Índice de libros réprobos, la conquista y colonización en América, la pasividad frente al nazismo y en el momento actual por el imperdonable rechazo homosexual y la absurda discriminación de que es objeto la mujer condenada a ser receptáculo demoníaco y fuente de disolución moral desde los tiempos de San Pablo y otros Doctores de la Iglesia.
Encadenarse por motivos superiores como son los de alcanzar la libertad personal y la de los presos políticos y recuperar la dignidad de un país escamoteada por un régimen militar deshonesto y malvado significa cumplir un gesto de cívica altivez. Significa luchar por el rescate de los derechos humanos. Si se trata de presionar al vicario de Cristo para que en la Mesa del Diálogo tome distancia de Maduro y del incorpóreo Rodríguez Zapatero, va mi aplauso por los venezolanos voluntariamente encadenados.
Estar sometido con un collar, una argolla de hierro en el cuello y encadenado a otras víctimas es tortura, suplicio y esclavitud desde tiempos antiguos; una práctica constante de tiranías e imperios perversos que ofende toda memoria. Negros africanos, ilotas griegos esclavos de los lacedemonios; humano botín de guerra de los Césares romanos desfilando entre lábaros y pendones de gloria.
Pero el collar, sin embargo, a diferencia de las cadenas ofrece apreciaciones y usos diversos. Lo han llevado los esclavos, pero también los reos condenados a trabajos forzados hasta el siglo 19 con la bochornosa cadena atada a las manos y a los tobillos. Habrá que reconocer que los pesados grillos en los pies en tiempos de Juan Vicente Gómez liberaban a las víctimas de las cadenas. En todo caso, el atildado cortesano palaciego o el Consejero del Rey ostentan cada uno un lujoso collar que pregona la prosapia o la alta investidura, y el militar de rango podría llevarlo si así lo exige el boato del uniforme de gala, pero lo porta también el académico a la hora del discurso de incorporación y es de uso frecuente en los animales domésticos. La particularidad está en la relación que se establece entre quien impone el collar y el que lo recibe porque para este último, recibirlo es casi una obligación. El uno, al imponerlo, se eleva; el otro, al recibirlo, se encumbra pero al mismo tiempo se somete. Es más, puede ocurrir que en el ofrecimiento de un collar de perlas, por ejemplo, se asome o se esconda alguna intención erótica.
De tal manera que aplaudo y seguiré aplaudiendo hasta el fin de mis días a Lilian, a Mitzi, a Antonieta, a Rosa y al diputado Rosmit. Los llevo en mi memoria y en mi corazón. Al igual que los obispos y cardenales, ellas y él nos representan en dignidad, valor y verdadero sentimiento patriótico. Sé que me representan mis vecinos y me representa también el cura de la parroquia y el que con su sotana raída y las sandalias sucias de polvo lleva a cuestas su misión redentora por pueblos y aldeas que se niegan a morir. ¡Pero no me siento plenamente representado por Francisco en el Vaticano aunque la carta “confidencial” del cardenal Pietro Parolin me invite a mudar de opinión.
Si a ver vamos, también estamos encadenados los venezolanos que rechazamos al régimen militar y mostramos al mundo la ignominia de nuestras cadenas no para suscitar lástima sino con el propósito de remover las conciencias, agitar y alterar la pasividad de los espíritus y encontrar finalmente la llave que no solo abrirá los cerrojos sino que habrá de liberarnos de todas las cadenas y los oprobios.
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