¿Será lo Nuestro Síndrome de Estocolmo?
No sé a ustedes, pero a mí se me parece mucho, con sus excepciones, a lo que nos pasa en Venezuela a la mayoría de la gente que tratamos de sobrellevar la cosa
Echando una mirada para ver de qué trata el famoso síntoma he buscado una definición, de las tantas, para entenderlo, resultando que es “un trastorno psicológico temporal que aparece en personas que han sido secuestradas y que consiste en mostrarse comprensivo y benevolente con la conducta de los secuestradores.”
No sé a ustedes, pero a mí se me parece mucho, con sus excepciones, a lo que nos pasa en Venezuela a la mayoría de la gente que tratamos de sobrellevar la cosa. Es una opinión personal, pero créanme que se me parece.
Según la psicología clínica el síndrome de Estocolmo sería entonces una suerte de mecanismo de defensa inconsciente del secuestrado, que no sabe o puede responder a la agresión de los secuestradores y que se defiende también de la posibilidad de sufrir un shock emocional. Así, se produce una identificación con el agresor, un vínculo en el sentido de que el rehén empieza a acostumbrarse y tener sentimientos de identificación, de simpatía, y de tolerancia por su secuestrador. La cooperación entre el rehén o víctima y el autor puede deberse en gran parte a que ambos comparten el objetivo común de salir ilesos del incidente.
Veamos su origen. El 23 de agosto de 1973, Jan Erik Olsson, un presidiario en libertad condicional entró en el banco Kreditbanken, para atracarlo, en el centro de Estocolmo la capital de Suecia. Al ser alertada la policía dos oficiales llegaron de forma casi inmediata, el atracador hirió a uno de ellos y tomó cuatro rehenes. Olsson exigió tres millones de coronas suecas, un vehículo y armas. Así comenzaron las negociaciones entre atracador y policía. Tras seis días de retención y amenazas del secuestrador,ante la sorpresa de todos, una de los rehenes, Kristin Ehnmark, no mostró miedo del secuestrador temiendo una actuación policial que pudiera terminar en tragedia. El criminólogo Nils Bejerot acuñó a consecuencia de aquel caso, el término Síndrome de Estocolmo para referirse a rehenes que sienten este tipo de identificación con sus captores.
El propio Bejerot explicaba que este síndrome es más común en personas que han sido víctimas de algún tipo de abuso, como rehenes, miembros de sectas, prisioneros de guerra o campos de concentración.
A partir de entonces se han identificado casos evidentes del síndrome, como el de Patricia Hearst* en 1974 nieta del legendario magnate de la prensa en EEUU, William Randolph Hearst y única heredera fue secuestrada por el Ejército Simbionés de Liberación (SLA), una guerrilla urbana que contaba con una docena de miembros Inspirados por los movimientos guerrilleros de izquierda latinoamericanos, que tenían como objetivo derrocar "la dictadura corporativa" del gobierno de Richard Nixon. Consideraron que los Hearst eran una familia de la clase dirigente que controlaba EE.UU. y raptaron a la nieta del patriarca de 19 años. Tras pagar la familia mas de seis millones de dólares, a la organización terrorista, en forma de extravagantes donaciones, no se supo más de la joven, creyéndosela muerta.
La sorpresa fue enorme cuando dos meses más tarde fue fotografiada, rifle de asalto en mano, durante un atraco del SLA a un banco californiano. Se había unido a la organización y cambiado su nombre por el de Tania (como homenaje a Tamara Bunke, la guerrillera amante del Che Guevara) Fue un gran escándalo mundial, identificando por primera vez a la persona raptada como aquejada de Síndrome de Estocolmo.
Hace pocos años en Venezuela conocimos bien el caso de Clara Rojas cautiva de la FARC, la guerrilla colombiana. Clara Rojas, secuestrada en febrero del 2002 dio a luz en cautividad un hijo de un guerrillero, Emmanuel, y nunca quiso dar la identidad del padre, tal vez para protegerlo. Sólo se sabe que era de los que vigilaban a los secuestrados y que Manuel Marulanda, alias “Tirofijo”, fundador de las Farc, solía decir: “el niño es la mitad nuestro”. Nunca dieron ningún dato sobre el guerrillero.
El caso de Venezuela luce como un síndrome colectivo y duradero. Solo así, desde mi punto de vista, es comprensible que todo un país pasando lo que está pasando, teniendo la oposición una mayoría absoluta reconocida en su momento, muy a su pesar en diciembre 2015, por el propio gobierno y sus partidarios, soporte lo que está soportando.
Desde la llegada del régimen, electoralmente ganadores en 1999, pronto se supo que no tenían claras las ideas de cómo gobernar y llevarnos a aquel “mar de la felicidad” fogosamente prometido en campaña; no se sabe bien si era una promesa prestada de Fidel Castro o el título trucado del mundo imaginado por Aldoux Huxley. Más de tres lustros prueban que no han sabido hacer nada medianamente pasable, ni el mar tiene agua, pero si sus ideas no estaban claras, sus intenciones sin embargo sí: quedare con todo.
Y lo han logrado sin duda, secuestrando poco a poco a la república, con la desidia de muchos y la anuencia de casi todos, convirtiéndonos en sus rehenes. Nosotros criollamente nos quejamos y vociferamos, o sea que pataleamos, pero nuestros “orwelianos” gobernantes nos dan nuestra ración casi diaria de Gran Hermano (como en la novela son varios) por ojos y oídos y… vamos yendo; qué quieren que les diga, yo creo que estamos todos bajo el síndrome, síntoma, influjo o como quieran llamarlo pero de Estocolmo.
La buena noticia es que según lo que dijo en su día Nils Bejerot, su descubridor, el síndrome tiene recuperación. Hasta Clara Rojas se recuperó y también Patricia Hearst de quien les muestro una foto.
* Su caso es tan interesante que amerita un artículo aparte.
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