domingo, 5 de febrero de 2017

Los innombrables y el bodeguero

Los innombrables y el bodeguero

Raúl Fuentes
Un columnista de El País pide perdón a sus lectores por mencionar a Trump y argumenta que lo hace porque «uno no es nadie si no se refiere a él en estos días». Deberíamos aquí seguir su ejemplo cada vez que señalamos, sin pretender ser alguien, a los responsables del desastre nacional. Del eterno se ha prohibido hablar mal en los espacios públicos que Cabello estima son propiedad roja, y lo mejor, para la salud mental del país, sería desterrar su nombre de la memoria colectiva. Del presidente obrero no podemos olvidarnos, aunque quisiéramos, porque, al ejercer el poder sin dominio alguno del arte de gobernar –la ignorancia no exime de culpabilidad–, deviene en principal causante de nuestras desgracias; pero, tal vez tengan razón quienes conjeturan que es el «pagapeos» designado para dar la cara por una presunta jefatura colegida que maneja los asuntos del Estado –una sinarquía con toque fundamentalista en la que milicos y cubanos tendrían voz cantante y voto de calidad– y, por ello, es la diana a la que apuntan los dardos del descontento. Salir de él no significaría, entonces, salir del gobierno, sino del mascarón de proa; en ningún caso, empero, se puede exculpar al niño llorón ni al fantasma que lo pellizca por la vindicación del manguareo con que se dio inicio a una larga jornada de cardiopatrioteras exaltaciones de el-que-te-conté y, a semejanza del malvado Lord Voldemort de Harry Potter, no-debe-ser-nombrado para evitar maleficios, que con la maldición que padecemos basta.
Decidió el delfín de acuario que no se laborase el miércoles 1° de febrero; ese día se festejó, con papelillos y disfraces, ¿a que no me conoces?, el bicentenario del natalicio de Ezequiel Zamora (a) Cara ’e Cuchillo –«Valiente Ciudadano» lo motejó, adulación superlativa, el ayuntamiento de Barinas–, pulpero antipaecista y monaguero, esclavista y usurero, venido a más por obra y gracia de agraristas sin santo patrono e historiógrafos marxistas (Brito Figueroa, entre otros) que lo quisieron precursor del socialismo y le atribuyeron un credo zapatista avant la lettre; sin embargo, ni siquiera es seguro que abrazara el federalismo como doctrina, pues esta, tal cual asienta Laureano Vallenilla Lanz (Cesarismo democrático), fue producto del oportunismo de Antonio Leocadio Guzmán quien, en una intervención en el Congreso Nacional (1867) confesó: «No sé de dónde han sacado que el pueblo le tenga amor a la federación, cuando no sabe ni lo que esta palabra significa. Esta idea salió de mí […] toda revolución necesita bandera […] y ya que la Convención de Valencia (1858) no quiso bautizar la Constitución con el nombre de federal, invocamos nosotros esa idea […] si los contrarios hubieran dicho federación, nosotros hubiéramos dicho centralismo»; en homenaje, pues, a ese bodeguero, liberal por conveniencia y no por convicción –injertado por el comandante siempre vivo en el «árbol de las tres raíces»–, el tú-sabes-quién de menor cuantía impulsó la holgazanería y prendió un bochinche carnavalesco con dilatada anticipación para glorificar, ayer, la infamia perpetrada el 4 de febrero de 1992, cuando se intentó defenestrar y asesinar a Carlos Andrés Pérez. Día de la dignidad han tenido la desvergüenza de llamar al recordatorio de esa abyección. No importa que murieran inocentes y se haya violentado la Constitución. La poshistoria chavista sostiene que fue una insurrección popular inspirada «desde la izquierda» y, por tanto, inobjetable. Sigamos celebrando que el tiempo sobra.
Sí. Tiempo de más tiene por delante quien se ha desentendido ostensible y olímpicamente de las obligaciones inherentes a un cargo en el que el TSJ lo atornilla mediante dictámenes que enfangan el derecho. Innominado II ha delegado sus competencias en generales y estados mayores a fin de gozar de tiempo libre, como las madres en su día con los artefactos que promovía una afamada marca de licuadoras. Ha conquistado la potestad de apoltronarse a placer, ciñéndose quizá a las tesis postuladas por Paul Lafargue, periodista, médico y agitador franco-cubano, conocido, más que leído, por haber esposado a Laura Marx, la segunda de las hijas del autor de El capital. Escribió el sujeto de marras un ensayo, En defensa de la pereza, en el cual tacha de locura el amor por el trabajo, ensalza la holganza como fin último de la revolución proletaria y afirma, entre malintencionadas interpretaciones, que Cristo predicó la ociosidad; echando mano de los pensadores habituales –de los presocráticos hasta su yerno– da forma a su «refutación al derecho al trabajo» y otorga condición divina al dolce far niente: «Jehová, el dios barbudo y de aspecto poco atractivo, dio a sus adoradores el supremo ejemplo de la pereza ideal: después de seis días de trabajo se entregó al reposo por toda la eternidad». ¿Se las echó al hombro el Todopoderoso? De oídas deben haberle llegado al zángano que se niega a trabajar sin renunciar a las delicias del mando (¡qué manguangua!) noticias de la haraganería celestial y se dispuso a duplicarla en tierra.
Deslastrado de penosos deberes que le aburrían de lo lindo, se dedica a divertirse escenificando batallas, no con armas de juguete y soldaditos de plomo, sino coreografiadas por oficiales y tropas de carne y hueso con armamento verdadero made in China & Rusia. Juegos de guerra en cadena nacional para que sepamos, mira lo que tengo, de que la pelea es peleando. Sigue apostando por el miedo, sin reparar en que el cántaro ha ido demasiadas veces a la fuente y está a punto de reventar; que la coartada del diálogo ya no da para más y es inútil seguir invocando al verrugas y, mucho menos, para prohibir que se le critique, con hacerle el «fo» es suficiente –es curioso que esa iniciativa no se deba al autobusero sino al colector que cobra con el mazo dando–. Para lucirse en esta semana de ominosos recuerdos, el hombre tras el volante, ataviado para fiestas en Elorza, se disgustó, ¡otra vez!, con el expresidente de la Asamblea Nacional que le sacó la piedra cantándole unas cuantas verdades acerca de Zamora. Humillado, ofendido, haciendo pucheros e incapaz de contener culateros soplos de postrimería, se cagó en la libertad de expresión, se limpió con la carta magna y exigió sanciones para el diputado socialdemócrata. ¿Cómo se le ocurre llamar «cosa pavorosa» al bodeguero? ¡Qué atrevimiento! No, Henry, te equivocas: no es pavorosa… ¡es pavosa! Tan pavosa como la identidad de los innombrables.

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