Una vaina loca
El proyecto bolivariano es más continuidad que ruptura con lo que hemos sido como país. Como tal, es una profundización exponencial de los vicios generados por la cultura de la renta petrolera, la crisis terminal de un modo de hacer política y concebir la transformación de la sociedad. Un dejavú en el cual la historia se repite como comedia
Dentro de las argumentaciones esgrimidas por quienes rechazan usar el calificativo de dictadura al gobierno de Nicolás Maduro hay de todo. Sin embargo una de las más extravagantes, por decirlo elegantemente, es la que afirma que, para serlo, a la dictadura del siglo XXI venezolana le haría falta “seriedad”. Según, en las dictaduras “serias” el autócrata mantiene el estado de las cosas bajo un férreo orden, castigando a quienes cometen delitos, medran del presupuesto público o dejan obras de infraestructura sin terminar. Así que mientras esto continúe como lo conocemos, el gobierno venezolano debe denominarse “algo raro”, o quizás “una vaina loca”. Para estas neuronas, entonces, la única posibilidad de dictadura –seria por supuesto- se llama Marcos Pérez Jiménez.
Tal razonamiento no sólo es pueril sino ineficaz políticamente. Una vaina loca, es decir un país con sus especificidades, hemos sido siempre. A estas alturas es un lugar común recordar que el cambio entre nosotros demanda organización y movilización de la gente, nosotros y ellos. Y esto no se va a lograr si se eterniza ese particular onanismo intelectual que evita nombrar las cosas por su nombre si por dicha maroma la situación, mágicamente, reducirá sus niveles de malignidad. En el imaginario popular la ausencia de democracia es sinónimo de dictadura. Y a pesar que la palabra esté cargada semánticamente por años de historia latinoamericana, transmitirá la gravedad del momento presente y la necesidad de tejer los hilos de la resistencia ciudadana.
El proyecto bolivariano es más continuidad que ruptura con lo que hemos sido como país. Como tal, es una profundización exponencial de los vicios generados por la cultura de la renta petrolera, la crisis terminal de un modo de hacer política y concebir la transformación de la sociedad. Un dejavú en el cual la historia se repite como comedia. Siendo así, la única conducta que se castiga es la infidelidad política. El caos restante es funcional al modelo. Si no se toman decisiones en materia fiscal o se aplican medidas eficaces para prevenir la inseguridad, es porque mantener la zozobra sigue siendo rentable, política y económicamente. La vocación totalitaria desea la colonización de las mentes, por la propaganda, y los cuerpos, encerrados en espacios privados en el que es imposible la construcción de eso que llaman ciudadanía. Continuar meditando en términos que aumentan la incertidumbre es una garantía de parálisis. Si decimos que debemos recuperar la democracia es porque estamos en una dictadura, del Siglo XXI. Cuando la volvamos a tener debería ser más auténtica que la de antaño: Con derechos sociales y políticos para todos.
@fanzinero
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