ENVIDIA II
Rodulfo González
Siento envidia, dulce
amada, del humilde carretero que todos los días, con su cargamento de flores
cultivadas por él primorosamente, vendía luces y fragancias a lindas
doncellas de distantes pueblos, comarcas y ciudades y a su regreso, cansado y
exhausto, siempre tenía quien lo esperara con un beso y suculenta comida que
consumía vorazmente para saciar el hambre.
Siento envidia, amada
deliciosa, del jardinero que es capaz de proporcionarles a las plantas el abono
exacto para que produzcan las flores de narciso, mirto, azucena, lirio,
rosa, claveles y dalias más hermosas.
Siento envidia de las
caudalosas y cristalinas aguas del río, amada encantadora, porque a sabiendas
de que su destino será ser devorado por las fauces del mar, no deja de saciar
la sed del hombre y de los animales, ni deja de cantar, ni deja de regar los
sembradíos ni deja de limpiar los cuerpos de los bañistas.
¡Oh, río admirable, que tienes
el valor, que yo no poseo, de enfrentar tu destino sin desatender tus faenas
diarias!
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