LAS NIÑAS SUICIDAS DE EL SALVADOR
Por PATRICIA CLAREMBAUX y ALMUDENA TORAL
DESLIZA PARA CONTINUAR
En el país con más feminicidios de la región más violenta del mundo, donde la brutalidad ha sido instaurada por las pandillas y naturalizada por la sociedad y el Estado, las niñas que se quitan la vida son cada vez más pequeñas. Nadie habla de ello.
Este proyecto fue realizado en colaboración con The Pulitzer Center on Crisis Reporting
“No le voy a dar el gusto de que me mate”, pensó María cuando tenía 15 años, mientras su pareja a la fuerza, un pandillero de la MS-13, caminaba hacia ella con un hacha en la mano. “Hoy sí te voy a matar”, le dijo él. Ella se encerró en el baño y trató de quitarse la vida.
Un tercio de las mujeres que se suicidan en El Salvador son niñas, adolescentes menores de 19 años, como María. Más de la mitad tiene entre 10 y 24 años. Estos son los datos oficiales disponibles, pero se sabe que el subregistro es alto: hay municipios que ni siquiera contabilizan los feminicidios y mucho menos los suicidios.
Y las niñas se matan porque, como a María, la violencia las lleva al límite de lo tolerable: se envenenan y se cortan los brazos para evadir el dolor de tanta impunidad y silencio cotidiano. Sin embargo, estas muertes son invisibles en el país centroamericano, uno de los que registra más homicidios del mundo.
La escena de un crimen procesado e investigado como feminicidio una noche de septiembre de 2018. El Salvador, un país más pequeño en tamaño y población que Nueva Jersey, tiene la tasa de feminicidios más alta de Latinoamérica. Almudena Toral/Univision
El desgaste emocional más obvio para las niñas salvadoreñas es el que les causan los pandilleros, que las violan, las golpean y amenazan con matar a toda su familia si no se someten. Pero además, viven la violencia en casa, de parte de familiares o amigos que las abusan mientras sus padres callan por el chantaje del dinero o por temor a represalias. Y luego está la violencia del Estado, que ha condenado a décadas de prisión a decenas de jóvenes violadas, con embarazos producto de esa brutalidad. Las acusan de abortar.
El día que el emeese (miembro de la pandilla MS-13) quería matar a María fue porque ella no le abrió inmediatamente la puerta de la casa cuando él timbró.
María llora con frecuencia, sola y en silencio. Se seca rápido las lágrimas para que no la descubran Gerardo y Nicole, los dos hijos que tuvo con el marero que fue su pareja, el hombre que más daño le ha hecho en la vida. La golpeaba con tanta fuerza que la dejaba inconsciente, la violaba, la perseguía hasta encontrarla donde fuera, incluso en México una vez que ella logró escapar con los niños.
“Él tuvo poder sobre mí porque yo le tenía miedo”, recuerda María. Por eso y porque también ella creía que los golpes y la violencia sexual eran normales en las relaciones de pareja.
Almudena Toral/Univision
Por casos como el de María, en 2012 El Salvador aprobó la Ley especial integral para una vida libre de violencia para las mujeres e incorporó la figura del suicidio feminicida por inducción o ayuda. Es decir, desde ese año, forzar a una mujer al suicidio mediante la violencia es un delito.
Ana Graciela Sagastume, fiscal a cargo de la dirección nacional de la mujer, niñez y adolescencia, dice que muchas víctimas no logran salir de esos ciclos de violencia y es posible que algunas prefieran morir antes que denunciar. “Si nosotros logramos determinar que una niña recibía abuso sexual y que ese es el nexo por el cual decidió quitarse la vida, podemos hacer una imputación”, explica.
Una niña de 12 años de una familia de clase media se suicidó el 18 de septiembre de 2018 en su casa. Aunque el caso se manejó con hermetismo, los medios salvadoreños aseguran que la joven recibía tratamiento psicológico. La imagen es de su entierro, al que asistieron sus compañeros de la escuela y familiares. Almudena Toral/Univision
Pero no es tan fácil llegar a esa imputación. En El Salvador, son pocas las mujeres que denuncian las agresiones que reciben. Primero, porque muchas asumen la violencia como algo cotidiano. Segundo, porque tienen miedo a que su victimario se entere, porque la policía filtra la información a las pandillas; abrir la boca puede llevar al asesinato de su familia más cercana y al de ella misma. Tercero, porque puede ocurrir que la mujer dependa
económicamente del agresor.
económicamente del agresor.
La fiscal Sagastume asegura que desde 2012, cuando entró en vigencia la ley, de 60 casos de suicidio feminicida investigados por la fiscalía de la mujer, solo uno llegó a imputación.
Almudena Toral/Univision
Se trataba de una mujer policía que se suicidó como consecuencia de la violencia de su marido. Los fiscales usaron como prueba los informes psicológicos donde la víctima hablaba con su terapeuta de los maltratos. A pesar de la evidencia, su esposo sigue libre. Es policía también. Y si lograran condenarlo por acosar y atormentar a su esposa al punto de llevarla al suicidio, la pena máxima sería de siete años de prisión, como lo establece la ley para este delito.
Pero este caso no representa al de la mayoría de niñas y mujeres salvadoreñas que viven ciclos de violencia. Muchas de ellas son muy pobres o muy jóvenes para atreverse a buscar ayuda. María, por ejemplo, no ha pensado siquiera en la posibilidad de ir al psicólogo, no podría pagarlo.
María no conoce las leyes que la protegen en su país ni cree que las autoridades sean capaces de hacerlas cumplir. Por eso lleva la mitad de su vida huyendo y tiene 22 años. De hecho, ‘María’ no es su nombre verdadero, prefirió usar otro para esta nota por temor a que las pandillas la encuentren, aunque ahora está a cientos de millas de El Salvador.
Almudena Toral/Univision
Comenzó a huir a los 12 años. La primera vez de su propio hermano, que se unió a la MS-13 porque ni él ni María tenían para comer. Su madre no los atendía, era alcohólica, vivía embriagada. El hermano la cuidaba tanto, que María no podía creerlo cuando lo vio acordando con las maras entregarla como pago por una pistola que perdió. Todo esto para que no asesinaran a la familia entera.
Esa vez, un extraño la vio llorando en la calle y se ofreció a sacarla del problema: “Vamos a decir que vos has sido mi novia, así él no va a poder decir nada”, le propuso. Ella, inocente, aceptó. Pero era otro emeese, el mismo que luego se convirtió en su verdugo, el padre de sus hijos.
María muestra una de las pocas fotografías que tiene de sus dos hijos cuando eran unos bebés. Aún estaba en El Salvador cuando esta imagen fue tomada. La mayoría de las fotos las ha ido perdiendo en cada huida. Almudena Toral/Univision.
Años después escapó de ese pandillero. Cuando creyó que estaba a salvo, volvió a ennoviarse con un hombre que le duplicaba la edad y vivía en otro municipio a las afueras de San Salvador. Pero la tranquilidad le duró un par de años. Miembros de la pandilla Barrio 18, rival de la MS-13, asesinaron a su nueva pareja de once tiros. Ella y los hijos del señor creen que fue porque se negó a pagar una extorsión.
Casi todos los diarios de San Salvador mostraron en su portada la foto del asesinato de la pareja de María en septiembre de 2018. Almudena Toral/Univision.
“Todavía yo me reprocho, ¿por qué solo a mí me pasan cosas así? ¿Por qué después de tanto sufrir, venirme a pasar eso? ¿Por qué a mí? ¿Qué he hecho? Créame que por ratos a mí me dan ganas de quitarme la vida porque esto no es vida”, se lamenta, trabada por el llanto. “Pero me pongo a ver a mis hijos y yo digo, ‘¿qué van a hacer ellos sin mí?’”.
Sus hijos de 7 y 5 años le han dado ánimo en los peores momentos, como cuando cruzaron el río Bravo en noviembre para llegar a Estados Unidos. Desde la llanta donde iban encaramados, los niños le gritaban: “Mami, aquí vamos nosotros, agarre fuerza”. Frases como esa la han mantenido viva. En EEUU pidieron asilo y ahora esperan una respuesta.
Pero no todas las familias en el país centroamericano protegen a los niños como
María a los suyos.
María a los suyos.
Almudena Toral/Univision.
En 2016, el Consejo Nacional de la Niñez realizó un estudio en 5% de las escuelas de El Salvador y encontró que más de la mitad de los estudiantes había sido agredido sexualmente por un miembro de su familia; y el consejo admite que aún tras esta cifra alarmante hay un subregistro mucho mayor.
Esa violencia tan extendida y la impotencia que genera en los jóvenes también los lleva a quitarse la vida.
¿Por qué intenté suicidarme?
Saraí, de 17 años, conoce ese sentimiento. Intentó matarse por primera vez a los 7. A los 5, vivía noches que eran pesadillas en la vida real. El padrastro la manoseaba. “Me amenazaba con que iba a tocar a mi hermana (de 3 años), entonces yo muchas veces me callaba. No quería que la tocara (...) prefería que me tocara a mí”.
Un año después, Saraí puso fin a los abusos con la ayuda de un extraño con quien solía conversar en un parque, cerca de su casa. “Él me ayudó a tomar valor y dejar que mi padrastro me tocara una noche para tener pruebas y denunciarlo”. Su aliado, escondido, tomó fotos que llevó a Fiscalía, y al día siguiente Evelyn, de 6 años, y su hermana de 4
fueron enviadas a un orfanato.
fueron enviadas a un orfanato.
Otra de las veces que trató de suicidarse —y no fue la última— fue a los 13 años. Se llenó de fuerza y le reclamó a su madre que no la defendió nunca de los abusos del padrastro. La mamá, borracha, le respondió: “Vos no sos mi hija” y Saraí, que había callado tanto tiempo, le dijo: “Pues gracias a Dios, porque nadie merece una mamá como usted”. Destrozada por la dureza de su madre, estaba lista para matarse pero pensó: “No puedo dejar sola a mi hermanita”. Eso siempre la ha salvado.
Saraí tiene 10 años intentando olvidar con ayuda de una psicóloga y una trabajadora social de la organización Ángeles Descalzos.
Allí conoció a Ashley, una niña de 6 años que también trató de suicidarse cuando sus padres fueron arrestados. Al padre por ser pandillero de Barrio 18 y a la madre, acusada de terrorismo, extorsión y de colaborar en un asesinato.
Almudena Toral/Univision.
La niña no sabe todos esos detalles pero los sufre: “Mi mamá no está, mi papá tampoco, y a mí me hacen falta mi mamá y mi papá”, responde cuando le preguntas “¿cómo te llamas?”, “¿qué edad tienes?”.
La mitad de las niñas entrevistadas se encuentran en el occidente de El Salvador, justo el área en la que el Ministerio de Salud asegura que hay más suicidios de niñas.
La imagen muestra el rostro incompleto de Ashley para protegerla por ser hija de un pandillero. Lucy Luna, directora de Asaprosar, una organización que apoya a niñas y adolescentes en situación de riesgo, dice que reciben cada vez más a niñas de menor edad que no duermen bien, no comen y que abandonan la escuela. De las 300 que atendían para septiembre, 20% llegaban buscando ayuda y con ideas suicidas. Almudena Toral/Univision.
El Salvador es un país donde la violencia está tan naturalizada, que ni los niños se sorprenden al ver un tiroteado desangrarse sobre la acera. Es una consecuencia de años de guerra civil, que hizo que los salvadoreños contaran más de 75,000 muertos y una cifra incierta de desaparecidos. Es también una consecuencia de la llegada al país de las pandillas desde finales de los 90, cuando comenzaron a ser deportados por Estados Unidos, donde se constituyeron inicialmente. Y con su arribo al país centroamericano solo trajeron
más sangre e instauraron el miedo.
más sangre e instauraron el miedo.
Pandillas: el origen del miedo.
Saraí ve a Ashley como a una hermanita y la protege en sus brazos durante la entrevista. La niña habla y la mira.
Su juego favorito es el ‘escondelero’: su hermano mayor, de 8, cuenta y ella se esconde detrás de las cortinas o los árboles. Dibuja mariposas perfectas, su animal favorito, y con los colores no se equivoca. Sus palabras apenas se entienden.
Saraí acompaña a Ashley en las tardes dos veces por semana después de la escuela.
Cuando no lo hace, se extrañan.
Cuando no lo hace, se extrañan.
Almudena Toral/Univision.
El psicólogo Dan Reidenberg dice que a los 6 años las niñas solo quieren acabar con el dolor que les causa la situación violenta, aunque no entienden que la consecuencia es permanente. Apenas entran en la adolescencia, dice, saben perfectamente que al agredirse desaparecerán para siempre. En cualquiera de los casos explica que la situación debe ser tomada con seriedad, pues cuando llegan a este tipo de decisiones las jóvenes han sufrido una violencia tan brutal que no tienen dudas: quieren acabar con sus vidas.
Pero si Ashley o Saraí hubieran muerto en el intento, sus casos no hubieran sido sumados en las estadísticas del Instituto de Medicina Legal Dr. Roberto Masferrer: porque por ser menores de 10 años no las cuentan, porque los suicidios a esa edad no son una tendencia.
La tercera violencia que conduce a las niñas salvadoreñas al suicidio es la del propio Estado que, por un lado, redacta informes reconociendo el grave problema de violencia y abusos contra las mujeres y niñas, y por otro, las acusa de homicidio agravado cuando se embarazan en esas condiciones y abortan, incluso espontáneamente. Esto deja a las mujeres con una sensación de desesperanza y desconsuelo.
A Evelyn Hernández la condenaron a 30 años por sufrir un aborto involuntario cuando ni siquiera sabía que estaba embarazada, producto de una violación. Y mientras ella escuchaba el veredicto solo pensaba: “No quiero vivir”. Los años que iba a pasar en la cárcel de mujeres de Ilopango, en San Salvador, eran más que los 17 que tenía ese
5 de julio de 2017.
5 de julio de 2017.
Un año y medio después llora sentada en un pasillo de la prisión. Su abogada y los activistas que la ayudan temen que la desesperación la lleve al suicidio.
Cuando Evelyn Hernández llegó a la cárcel de Ilopango, la encargada que la recibió le aconsejó no decir que había sido condenada por aborto. Le explicó que a las que llegaban por esa razón el resto de las reclusas las golpeaban. Cuando la voz se corrió, no la agredieron físicamente, pero mientras caminaba escuchaba frases como “usted mató a su hijo, se comió a su hijo”. Almudena Toral/Univision.
El pandillero que la violó y mantuvo bajo amenaza de muerte a su familia está libre. Evelyn está detenida desde que sufrió el aborto en abril de 2016: tuvo un fuerte dolor de barriga, pujó para defecar, sintió que se le desprendía el estómago
y se desmayó.
y se desmayó.
Despertó en el hospital y le dijeron que estaba siendo investigada por haber tenido un aborto espontáneo. “Si te duele, es tu culpa”, le dijo la doctora que la atendió cuando le ordenó abrir las piernas.
“Cuando veo, van entrando un montón de personas con papeles y me dicen: ‘Tenés que firmar aquí, porque estás detenida’”, recuerda. Entró en crisis. La sedaron. Cuando reaccionó estaba esposada a la cama clínica, custodiada por un policía.
El Salvador, como otros seis países de la región, tiene leyes que prohíben el aborto sin excepciones. En los últimos 20 años, decenas de jóvenes han sido condenadas a prisión por abortos espontáneos y emergencias obstétricas. Son acusadas de asesinar a sus hijos, sin importar lo que ellas puedan explicar o que sus vidas estuvieran en riesgo. En muchos casos, los embarazos son producto de violaciones cometidas por padres, padrastros, tíos o vecinos, hombres del entorno.
Arturo Carranza, coordinador de la unidad de salud mental del Ministerio de Salud, admite que las mujeres y niñas salvadoreñas están expuestas a injusticias y desigualdades en el trato, en la educación, en el acompañamiento del Estado. “Hemos dado pasos para mejorar esas situaciones. Sin embargo, aún no logramos retroceder lo suficiente para que nuestras mujeres puedan gozar de una salud mental más estable, duradera”.
No son muchos los lugares abiertos donde las mujeres puedan hablar de sus sufrimientos.
Una veintena de salvadoreñas consiguió un espacio secreto donde se reúnen para desahogar lo que viven en sus colonias y buscar soluciones. Es una dirección que solo ellas conocen, que visitan con frecuencia. En sus comunidades no pueden agruparse en asambleas, por ejemplo, porque hablar, ayudar a otras, enseñar a las mujeres a protegerse usando la ley, tiene consecuencias.
Carla, que es trabajadora social y activista, las vivió cuando acompañó a una joven a denunciar que un pandillero la amenazó de muerte. “El día de la audiencia ellos vieron que yo era la que andaba con esta mujer y empezaron a mandarme papeles, a hacerme llamadas de teléfono, me dejaban notas debajo de la puerta y me decían que me iban a secuestrar a mis hijos, que me los iban a llevar lejos, que ya no los iba a volver a ver, que los iban a entrenar”, cuenta.
Almudena Toral/Univision.
La amenaza se concretó. Un día entraron a su casa a la fuerza, golpearon a uno de sus hijos y le exigieron 8,000 dólares —que no tenía— a cambio de no hacerles más daño.
Luego ella, por temor a que uno de sus hijos fuese reclutado por las pandillas, decidió mandarlo a Estados Unidos con un coyote. “Fue duro tomar esa decisión, la decisión de que se muere aquí de una forma terrible, porque no se tocan el corazón para matar a alguien, o de que se muriera en el camino, en el desierto”. El joven ahora espera en Estados Unidos por su asilo.
En casa queda su hija de 14 años y ella también está en peligro. “Si tengo una jornada larga y no puedo buscarla a mediodía, ella no va al colegio, y sus maestros y la directora conocen la situación”.
Las amenazas cambiaron completamente la vida de esta familia y la forma en la que Carla ayuda a las mujeres víctimas. Ahora solo les enseña qué posibilidades tienen pero no las acompaña a denunciar, como antes. Va a las escuelas, habla con las niñas sobre las leyes que las protegen y deja que sean ellas quienes tomen decisiones.
Las amenazas también afectaron a la muchacha a la que Carla acompañó, y que retiró la denuncia, presionada por las pandillas.
Lo mismo le pasó a Patricia, quien también estaba en la reunión. Hace año y medio asesinaron a su prima. Era pareja de un juez que la maltrataba. Patricia decidió acompañarla a poner la denuncia por violencia doméstica y él le pagó a las pandillas para que la mataran. “Yo me sentía culpable, porque a pesar de que era una de las defensoras del municipio y luchaba, no la pude defender
y eso me dolió”, lamenta.
y eso me dolió”, lamenta.
Almudena Toral/Univision.
Es poco lo que El Salvador hace para frenar la violencia sin límites que viven las niñas y mujeres en las colonias más pobres. En el país ni siquiera hay una línea de prevención del suicidio, que les permita al menos llamar y hablar sin dar su nombre.
Arturo Carranza, coordinador de la unidad de salud mental del Ministerio de Salud, pone la mayor carga en la propia sociedad. Dice que el suicidio de niñas ha sido considerado “un problema de salud pública”, pero que es visto como “un tabú” por quienes están más cerca de las comunidades, como los sacerdotes o pastores y las propias familias. Explica que el Estado tienen una estrategia de educación sexual y otra de detección temprana de conductas suicidas en adolescentes y adultos, que tienen personal especializado en las escuelas para intervenciones breves. Pero se enfrentan en muchos casos al silencio.
“El Ministerio de Salud hace dentro de su mandato y posibilidades esfuerzos importantes para la prevención del suicidio”, dice Carranza. “Creo que nunca va a ser suficiente”.
Por eso, porque lo que hace el Estado no es suficiente, las propias mujeres han dibujado mapas de riesgo en sus colonias sin hacer mucho ruido: saben dónde están y quiénes son los pandilleros, dónde violan a mujeres y niñas, cuáles son las calles menos iluminadas. Procuran que todas conozcan esa información.
Enayda Argueta, coordinadora de investigación de la organización Háblame de Respeto y la activista que lidera estas reuniones, explica que tienen registro de 234 mujeres y niñas desaparecidas entre 2014 y 2018; 89 de ellas tenían entre 10 y 20 años. Saben que la cifra real es mucho mayor y que lo más seguro es que nunca vuelvan a saber de la mayoría de estas muchachas. La organización ha identificado en las estadísticas una edad en la que las adolescentes son más vulnerables: 854 jóvenes violadas entre 2015 y 2017, casi todas en la capital, tenían 14 años.
Lilian es una de las activistas que estuvo en el encuentro. Su hija está estudiando enfermería y eso hace que para los pandilleros la joven sea intocable. La madre teme, porque por un lado la protegen, pero por el otro la comprometen a atenderlos sin titubeos.
Almudena Toral/Univision.
“Se está haciendo costumbre el hecho de tener dos gobiernos: el normal y el subgobierno, que es el que rige en nuestras comunidades y al que estamos sometidas de alguna manera. Nos están haciendo vivir un suplicio”, replica Lilian. “Ni las niñas ni nosotras tenemos paz”.
Evelyn Hernández siente que al menos para ella las cosas podrían cambiar en cualquier momento. Una de sus compañeras en Ilopango era Teodora Vásquez, que pasó 10 años y siete meses presa, de 30 que contemplaba su pena por aborto. La Corte Suprema conmutó la condena de Teodora en febrero de 2018 y la dejó en libertad. Ahora Teodora es activista y denuncia en otros países la forma desmedida e injusta con la que El Salvador castiga a sus mujeres y niñas.
Mientras espera la libertad, Evelyn estudia los sábados porque quiere completar el bachillerato. Teje puntos de crochet por las mañanas y toma clases de baile por las tardes.
Así va pasando los días.
Así va pasando los días.
“Cuando salga de aquí lo haré con mi cara en alto. También quisiera ser una vocera, contar mi vida como realmente fue y seguir estudiando”, dice. Quiere casarse y tener hijos, pero no en El Salvador, porque no ve oportunidades. Sus días de libertad los sueña en España.
UN PROYECTO DE UNIVISION NOTICIAS, EN COLABORACION CON TIME Y THE PULITZER CENTER ON CRISIS REPORTING.
PRODUCCIÓN E INVESTIGACIÓN:Almudena Toral, Patricia Clarembaux y Julia Gavarrete
TEXTO:Patricia Clarembaux
VIDEO Y FOTOGRAFÍA:Almudena Toral
GRÁFICOS, ILUSTRACIÓN Y ANIMACIÓN:Mauricio Rodríguez Pons
MÚSICA Y DISEÑO DE SONIDO:José Osuna
EDICIÓN:Maye Primera, Lorena Arroyo, Justine Simons, Selymar Colón
EDITOR DE PROYECTOS ESPECIALES:José López
DISEÑO Y DESARROLLO WEB:Juanje Gómez, Adriana Bermúdez
TRADUCCIÓN:Jessica Weiss y David Adams
AGRADECIMIENTOS:Dan Reidenberg, Carlos Alejandro Cabrera Uribe, Óscar Martínez, Lucy Luna, Do
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