“Cuentos de camino” es uno de los relatos del Gabo que más me gusta. Su forma de conectar historias comunes de espantos, sin importar la cultura, es sencillamente sorprendente. Sin embargo, siempre pensé que este texto tenía como trasfondo el poner frente a nuestras narices lo parecido que somos, sobre todo en lo que respecta a nuestros miedos, a nuestros monstruos.
Traigo esto a colación porque leer recientemente sobre la situación de la libertad de expresión en Nicaragua me produjo la misma sensación que el texto de García Márquez, tenemos más en común de lo que pensamos. En esta historia están presentes las mismas características de lo que acontece en Venezuela: presiones económicas, falta de materias primas (papel y tinta), censura, agresiones y represalia contra medios y periodistas. Todo ante la mirada incrédula de propios y extraños y en pocas palabras: mismo cuento, distintos protagonistas.
De hecho, parece un déjà vu la situación descrita por la Fundación Violeta Barrios de Chamorro a este respecto. En Nicaragua, los periodistas sufrieron más de 300 violaciones, solo en el tercer trimestre de 2019, y en los últimos años las agresiones físicas o verbales a los profesionales de la información y los ataques a los medios se han vuelto algo muy común.
Y es que, al parecer, las amenazas a la libertad de expresión no son solo parte del rosario de historias recurrentes, sino más bien un lugar común en nuestros días. Basta echarle una mirada al último informe de Reporteros sin Fronteras. Entre otras cosas, no solo se afirma que nuestro continente (de norte a sur) fue en 2019 la zona de mayor deterioro en lo que respecta la libertad de información, sino que a los bochornosos escaños ocupados por Venezuela y Nicaragua en este ranking no le pierden paso países como Estados Unidos, Brasil y México. Este último, calificado incluso como uno de los más mortíferos para la prensa.
En Venezuela, sobre todo en El Nacional, podemos hablar con propiedad de persecución y sabotaje; de hostigamiento económico; de agresiones físicas y amenazas judiciales a periodistas. Por ello, más que solidarizarnos con periódicos nicaragüenses como La Prensa o con medios como Canal 100% Noticias o Confidencial, les instamos a seguir luchando por la libertad de expresión y de pensamiento; a saltar la barda impuesta por la censura con el ingenio y echar manos de las nuevas tecnologías.
En las últimas décadas, la dictadura del silencio ha encontrado una fuerte oposición en las redes sociales y en los sistemas de evasión de bloqueo informático, los cuales han permitido que la verdad prevalezca. Buenos ejemplos de ello saltan por todas partes (desde Cuba hasta Bangladesh), porque la autocensura no es, para quienes escogimos estar del lado de la libertad de información, una opción válida.
Así pues, a nuestros compañeros de Nicaragua queremos decirles que, si bien no hay fórmulas mágicas en esta cruzada, lo que sí sabemos que funciona, para mantenerse en ella, es la convicción de que al informar se hace presente y futuro; se fortalece una sociedad y se crea un ciudadano crítico y empoderado. Es precisamente esto lo que hace que el periodismo sea -por mucho que parezca un lugar común- “el mejor oficio del mundo”, y es esta certeza la que permite a los hombres y mujeres que les toca salir a la calle a enarbolar su bandera, restarles poder a esos “espantos” recurrentes y comunes que se sientan al lado de la libertad de expresión.