jueves, 20 de agosto de 2020

Chibly Abouhamad Hobaica

Chibly Abouhamad Hobaica, por Humberto Villasmil Prieto

UCAB

“¿Qué hay, Pardal? Espero que por fin este año podamos ver la lengua de las mariposas”
(Manuel Rivas)
Hace 40 años egresaba del Aula Magna de la Universidad Católica Andrés Bello de Caracas la promoción de abogados de 1980 que tuvo como padrino al Doctor Chibly Abouhamad Hobaica y que llevo a gala haber integrado.
Le conocí en 1975, cuando con escasos 18 años comencé a estudiar la carrera de Derecho en la casa de Montalbán. Fue mi profesor de Derecho Romano y desde el primer momento, confieso, le tuve un temor reverencial que se fue tornando en una admiración, un respeto y una gratitud que me acompañó y me guió toda mi vida.
Su magisterio me enseñaba Derecho Romano, pero mucho más aun y sin que yo lo percibiera, procuraba enseñarme a pensar jurídicamente. Con el paso del tiempo entendí que al enseñarme Romano, mi padrino –y aquel santo que fue el padre Luis María Olaso Junyent S.J., mi profesor de Introducción al Derecho- me estaban formando en la fisiología del Derecho como disciplina y como sistema.
Me enseñaron a pensar y sobre todo me formaron antes que informarme, porque como la vida vivida me permitió descubrir, aquel a quien se forma puede buscar la información que le hace falta, sistematizarla y comprenderla, pero el que solamente tiene información navegará siempre con destino incierto.
Chibly Abouhamad fue a no dudarlo de los más rutilantes juristas venezolanos de todos los tiempos. El origen de sus apellidos, libaneses, simbolizaba la tierra de la que vengo. Fuimos mestizos varias veces; capas de mestizajes se sobrepusieron una sobre otra, lo que nos brindó aquel país que disfrutaba de convivir, que recreaba cada día el encuentro de sus razas; aquella tierra que se enorgullecía de su mezcla; que miraba de frente al Caribe como volteaba a ver a Los Andes o al Amazonas o que se admiraba con Los Llanos que describiera como nadie el maestro Rómulo Gallegos. Todo eso fuimos y en esa tierra y en ese tiempo yo fui discípulo de mi padrino y de quienes con él me formaron; esos a quienes de seguro no tendré vida para agradecerles suficientemente.
Recuerdo que siendo un jovencísimo estudiante, atemorizado por aquel profesor sabio que daba clases con base a su propia obra, libros los suyos que quedaron en el legado de la mejor literatura jurídica venezolana de cualquier tiempo[1]; elocuente, vehemente, apasionado, que llegando a cada clase a tempranísima hora como solía hacer y perfectamente trajeado, solía terminar con el nudo de la corbata movido de lugar, como un cirujano después del acto quirúrgico cuando el gesto y su propia indumentaria evidencia que viene de algo tan importante como preservar la vida.
Y eso tan importante que venía de hacer mi profesor luego de dictar cada clase era enseñar, porque enseñar es al final mostrar; porque no apasiona sino aquello en lo que se cree, porque no puede haber elocuencia sino en lo que expresa nuestras más profundas convicciones.
Pero pasaron los años y al final de la carrera el profesor Chibly Abouhamad volvió a ser mi profesor, ahora en el último de los derechos civiles que se estudiaban en aquel tiempo. Aquello fue mucho más que una cátedra de Derecho de Familia; recuerdo tres episodios de aquel año en que cursé la asignatura que no olvidaré en mi vida.
Un día no sé si a mí o a todo el salón nos dijo el profesor Chibly Abouhamad que teníamos que leer un texto cuyo título era de por sí sugerente: “El Derecho como obstáculo al cambio social”. Yo, como seguramente otros de mis condiscípulos, seguro de que resultaría en pregunta de examen salí a leerlo inmediatamente.
El autor de la obra era Eduardo Novoa Monreal de quien entonces yo no tenía la menor noticia y mucho menos que el libro se había publicado en la prestigiosa Editorial Siglo XXI de México. Mucho después supe que era un profesor chileno; que había sido asesor jurídico del Presidente Salvador Allende y que pasó parte de su exilio en Venezuela. Incluso la segunda edición de ese libro, que tanto me influyó en mi juventud, la firmó el Doctor Novoa Monreal en Caracas.
La Venezuela de ese tiempo le abrió los brazos a los exilios de todas partes por lo que llegaron a vivir con nosotros chilenos ilustres: escritores, juristas, artistas. Algunos los conocí, de otros supe y como en el caso que comento, otros me influyeron sin saber que lo hacían. Por lo que después indagué entiendo que el profesor Chibly Abouhamad y el Doctor Novoa Monreal debieron haberse conocido en la Universidad Central de Venezuela, donde este último dictó clases durante el tiempo que pasó con nosotros.
Nunca pude imaginar que en el año 2016 vendría a vivir a Santiago de Chile y que una tarde al ir a dictar clases en la Maestría de Derecho Laboral de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile, la casa de Don Andrés Bello –honor que llevaré a gala toda mi vida-–y habiendo llegado muy temprano a la cita con los estudiantes, descubrí que un aula de clases de ese recinto llevaba el nombre del Dr Novoa Monreal. Ese encuentro se daba en la sede de Pio Nono; un diálogo sensorial envuelto en esa nostalgia que “es la metafísica del recuerdo”, como decía Guillermo Carrera Infante. Aquel día recordé a mi maestro y, de su mano, leí imaginariamente el capítulo por escribir de aquella obra que me influyera tanto en mi juventud y que él pusiera en mis manos.
Pero recuerdo otro libro que me influyó extraordinariamente y que mi profesor de Derecho de Familia me hizo leer aquel año del final de la carrera: Jean Carbonier era un célebre profesor de Derecho Civil en la Universidad de París y uno de los grandes teóricos de la corriente del pluralismo jurídico que había escrito un libro que llevaba por título “Derecho Flexible”[2] . En esta obra sostenía que el Derecho debía superar su prepotencia y asumir sus límites para regular asuntos que por su naturaleza, mejor serían atendidos por el no-Derecho. Descubrí muchos años después, que aquel era un texto de Sociología Jurídica que mi profesor me hizo leer en medio de la cátedra que dictaba sobre Derecho Civil de Familia.
Ahora lo tengo meridianamente claro, pues todo lo que nos daba a leer mi profesor –comenzando por su propia obra– nos estaba invitando a tener desde entonces una visión renovadora y profundamente crítica del Derecho. Poco tiempo antes el Doctor Chibly Abouhamad publicaba una de sus obras señeras: “El nuevo enfoque al Derecho de Familia” por el cual en 1977 la Academia de Ciencias Políticas y Sociales le otorgó el Premio de la Academia.
Cuarenta años después de mi graduación he vuelto a leer el discurso que ante la Academia el profesor Chibly Abouhamad dirigiera. Ese texto expresa claramente el hilo conductor de un pensamiento que me hizo entender mucho tiempo después que había sido un grandísimo jurista, con una visión holística del Derecho y con un afán renovador que yo no pude captar en toda su dimensión en aquellos años de mi inmadurez.
Ese discurso del profesor Chibly Abouhamad ante la Academia quisiera citarlo por dos motivos: por lo que dice y por lo que presagia. Porque me resulta de una actualidad absolutamente lúcida y premonitoria, en vista de lo que estamos viviendo y de los desafíos que tiene el Derecho ante sí.
Por su defensa de la justicia social y de un discurso jurídico que fuera al encuentro de los más humildes y de los más necesitados; por su crítica a la filosofía liberal individualista, al formalismo a ultranza, al positivismo jurídico formal: “La esencial circunstancia del presente, con su complejidad dinámica, con sus cambiantes características, con su espíritu de síntesis, con sus raíces históricas, con sus voces filosóficas en un mundo pleno de convulsiones, de angustias y esperanzas, nos impone hoy la comprensión de la sociedad, la comprensión de sus días, como condición para la comprensión del derecho, porque el derecho no es únicamente letra y código sino vida, historia y sociedad.
De ahí que presenciemos en este momento de la historia, el tránsito de la justicia conmutativa individualista hacia los nobles fines que lo animan: la valoración de la justicia social, en momentos en que el derecho pierde certeza y seguridad”[3]. Más tarde de lo que hubiera deseado pude entender que aquel ideario que me había influido tan hondamente desde mi juventud me impulsó a dedicarme al Derecho Laboral.
Mi primer contacto con el Derecho de Menores llegó de también de su mano; aquel libro suyo, “El menor en el mundo de su ley[4] fue para mí la primera aproximación a ese tema. Pasado el tiempo y por esos meandros impredecibles de los afectos, cada vez que me tocó explicar los Convenios que la OIT le dedica a los menores y a la abolición de las peores formas de trabajo infantil, recordé a mi profesor: homenaje repetido una y otra vez, porque en la intimidad y en ese reino de las cosas importantes que es el silencio recordaré desde mi corazón –que también piensa y sobre todo recuerda- que mi primer contacto con el Derecho de los Menores también se lo debo a él.
Con los compañeros de mi generación no puedo más que compartir el orgullo por aquel tiempo y lo que para mi -y de seguro para todos- ha significado poder ir por la vida diciendo que tuvimos un padrino que resultó ser no solamente un extraordinario ser humano sino uno de los grandes juristas venezolanos de cualquier tiempo.
Cuarenta años después del día de nuestra graduación, que llegue hasta el cielo, profesor, este abrazo, como símbolo del afecto y gratitud de aquel joven que le tuvo un miedo reverencial trocado en una eterna admiración.
Santiago de Chile
[1] Anotaciones y comentarios sobre derecho romano. Tomos I, II y III que fuera publicado por primera vez por la Editorial Sucre de Caracas en 1968.

[2] Derecho flexible. Para una sociología no rigurosa del Derecho. Prólogo de Luis Diez-Picazo; Edit. Tecnos, Madrid, 1974.

[3] Discurso del Dr. Chibly Abouhamad Hobaica en la Academia de Ciencias Políticas y Sociales el 15 de diciembre de 1978, por habérsele otorgado el premio de la Academia de Ciencias Políticas y Sociales 1977 a su obra, Nuevo Enfoque del Derecho de Familia, pp. 12-13.
[4] Editorial Jurídica Venezolana (1979).

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