Cacerolas contra el tirano
Todos los venezolanos se han visto en esta situación: de noche, sin electricidad, con un cabito de vela, con hambre, sin agua, sin señal de teléfono celular, sin poder hablar con el vecino por el covid, sin emisoras que escuchar, ni siquiera en el carro porque no hay gasolina, pero con mucha rabia. Ese es el momento más propicio que ha encontrado la gente para sacar la única arma civil que queda, una cacerola.
Es importante encontrar una vía de desahogo ante tanta tragedia. La impotencia y el estrés enferman. Por eso, hacer sonar las cacerolas con toda la rabia acumulada ha sido una estrategia importante. Lo fue en 2002, lo ha sido en otros países y puede serlo ahora. No hace falta que nadie haga llamados a una hora determinada, es la expresión que se ha estado escuchando en ciudades y pueblos.
Y hay que destacar que nadie ha esperado que alguien lo programe o lo ordene. Es la propia gente la que trata de expresar su dolor, su angustia, su ira dándole golpe a la olla que no ha podido llenar en meses. Esta lectura es importante, porque está llegando la hora de la explosión espontánea, del ya no aguanto más. El cambio es urgente.
Y no se trata de legitimar unas elecciones con condiciones mínimas para obtener una Asamblea Nacional que no podrá ejercer sus funciones. Esto solo prolongaría la agonía de la enferma Venezuela. La crisis que vive el venezolano no puede esperar porque alguien diseñe soluciones. Cada día que pasa es más grave. Ya incluso el mandante ha tenido que admitir que destruyó la empresa petrolera que le daba de comer a los venezolanos mucho antes de que le impusieran las sanciones.
Todo está descubierto. Violación atroz de derechos humanos, colapso total del sistema de salud, hambre campante en casi todos los estratos, destrucción del empleo y del sistema productivo, ineficacia completa de las empresas de servicios. Pero la admisión del jefe del régimen sobre Pdvsa lo que dice es que a él ni a su grupito le importa un pepino la suerte del venezolano. Por esa razón se seguirán oyendo las cacerolas.
Otra cosa es que el régimen las oiga, pero ya la cosa empezó. Si la gente en los pueblos y ciudades no le teme al covid para salir a la calle a exigir servicios y calidad de vida, falta poco para que les pierdan el miedo a los rojitos y comiencen a exigir libertad.
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