Toda sociedad organizada (Estado, país, nación) es una articulación de grupos sociales diversos: económicos, políticos, religiosos, científicos, intelectuales, artísticos, laborales, deportivos, etc. Cada uno de ellos constituye un mundo propio de creencias, valores, hábitos, sentimientos, ideales e intereses. Dentro de ellos conviven otros grupos menores que son las células de las que está formado todo el tejido social. Existen muchas contradicciones entre ellos, y a veces rivalidades y luchas, pero todos tienen la necesidad vital de convivir y cooperar para lograr fines superiores. Sin esta asociación y cooperación no es posible la sociedad humana en las formas conocidas. Todos esos grupos y subgrupos sociales son partes de un todo mayor que es la nación. Mientras más unidos y cooperantes sean mejor y más eficiente será el país. Cuando los grupos sociales se debilitan y dispersan se vulnera el sentido de pertenencia al proyecto nacional o patrio y el país comienza a desintegrarse, pudiendo incluso desaparecer. La historia está llena de ejemplos de naciones, países e imperios que han desaparecido por esa causa.

 

Venezuela va por el camino de la desintegración. Chávez y sus adeptos han sido los grandes desarticuladores del país. Llegados al poder por la vía democrática, impusieron sin consultar con nadie y sin tomar en cuenta el sentir nacional, el proyecto político del “socialismo del siglo XXI” o de la “revolución bolivariana”, que no es otra cosa que la versión azucarada del “socialismo real” marxista-leninista del siglo XX que ya había fracasado estrepitosamente en los países donde originariamente se ensayó (Rusia, China, Europa oriental, etc.). En Venezuela, esa imposición política que nadie deseaba, produjo la reacción de los diversos grupos sociales y se inició la lucha política, económica, social, cultural, religiosa, sindical, etc. que ha mantenido en ascuas al país a lo largo de los veintidós años de predominio chavista.

La estrategia del chavismo para conservar el poder a toda costa ha sido la aplicación a fondo de la vieja y conocida política de dividir para reinar. Se empeñó en debilitar y dividir a los grupos sociales mediante la persecución, el desprestigio, el impedimento, la Intervención, el soborno, la clonación, etc., hasta conseguir su desarticulación. Ese debilitamiento y desmembración de los grupos sociales nacionales ha afectado a todo el país, no solo en los términos materiales que vemos por todas partes y en todas las formas, sino en la misma complexión social del país que lo inhabilita para enfrentar los problemas ordinarios de la vida, como la producción de alimentos, la creación artística, científica y cultural, la educación, la salud, la defensa del territorio, hoy a merced del narcotráfico y de la injerencia extranjera, etc. Lo que el régimen chavista no puede hacer, que es casi todo, nadie más puede proveerlo, ni siquiera en pequeña medida, dada la inconexión social del país.

Hoy el chavismo reina, como siempre fue su ambición, pero lo hace sobre un  territorio yermo en el que se ha perdido la voluntad y la esperanza; en el que no existe un sentimiento nacional firme; en el que las fuerzas sociales están tan debilitadas que ni siquiera la oposición, ampliamente mayoritaria, puede mantener el proyecto político de la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) que le proporcionó su mayor triunfo (diciembre de 2015); un país donde no hay vigor ni entusiasmo; donde todos se quieren ir y nadie hace esfuerzos por mejorar nada, agotadas como están las fuerzas que han luchado denodadamente contra la opresión. El chavismo ha logrado su objetivo, pero reina sobre un país de fantasmas, de sombras espectrales que deambulan sin esperanza ni futuro.

La diferencia de la Venezuela chavista con respecto a la del bipartidismo adeco-copeyano es amplia y amarga. Con todos los males de esta última: su democracia imperfecta, su facilismo, su demagogia, su nuevorriquismo, su rentismo petrolero, su clientelismo político, su paternalismo y su corrupción, es decir, todo lo que hizo posible la llegada de Chávez al poder, era absolutamente preferible a la de hoy, porque en esta subsisten todos los males anteriores, pero agravados por el particularismo y el fraccionalismo promovidos desde el poder. Antes éramos partes de un todo imperfecto e insatisfactorio, hoy estamos todos aparte en un país que se desvanece.