La dolarización como salida a la hiperinflación en los países americanos
Una persona tiene dólares estadounidenses y bolívares venezolanos en Caracas. Fotógrafo: Adriana Loureiro Fernández / Bloomberg
Económicamente, los países latinoamericanos están afrontando una crisis de gravedad semejante a la que la región vivió como «década perdida» (1982-1992) y su subsiguiente «media década» también perdida (1998-2003). Para salir de aquella situación, algunos países pasaron a adoptar el dólar como divisa oficial, enterrando sus monedas nacionales: Ecuador lo hizo en enero de 2000 y El Salvador en enero de 2001. ¿Habrá ahora, en un contexto que el Fondo Monetario Internacional (FMI) ya cataloga para Latinoamérica como «nueva década perdida» (2015-2025), otros países que se pasen también al dólar?
Venezuela ya lleva unos meses de plena dolarización, proceso que se ha ido implantando a lo largo del último año y medio. Hoy casi todas las transacciones se realizan en la moneda estadounidense; los precios, en cualquier caso, se fijan en dólares, aunque quienes no tengan esa divisa pagan con bolívares, de acuerdo con el cambio del momento. Si bien técnicamente una dolarización en toda regla podría estar entre las herramientas útiles para controlar la desbocada inflación, por razones sobre todo ideológicas el Gobierno de Nicolás Maduro no contempla en absoluto adoptar oficialmente la moneda «del imperio».
Tampoco Argentina, en medio de un marcado proceso inflacionario, aunque ni de lejos tan grave como el venezolano, dejará de lado el peso; no lo hizo en épocas de hiperinflación estratosférica y ahora es algo fuera de consideración, por más que se ha vuelto a encender el debate al respecto (en 1989 la inflación argentina llegó al 3.079% del PIB; en 2019 fue del 53,5%).
Y Cuba, que, siguiendo lo que La Habana ha dictado para Venezuela, cuyas políticas estratégicas dirige, ha decidido permitir la libre circulación de dólares en una red de establecimientos, tampoco dará el paso. En su caso, no es tanto un problema inflacionario como la necesidad de dólares para la importación, ya que existe un menor acopio de la moneda estadounidense a causa de la drástica contracción del turismo por la pandemia.
Episodios de hiperinflación
Fuera del caso de Panamá, que se acogió al dólar en 1904, a los meses de nacer como país y en el contexto de la soberanía de Estados Unidos sobre la franja del Canal, en Latinoamérica el empujón para la dolarización ha ocurrido en momentos de acentuada y prolongada hiperinflación. Este no es el caso hoy en la región, al margen de las peculiares circunstancias de Venezuela, cuyo colapso económico se produjo ya antes del Covid-19.
A raíz de la llamada «crisis de la deuda» que explotó con crudeza en toda Latinoamérica en los años 1980, la inflación en Ecuador se situó en el 76,5% del PIB en 1989 y, con algunos dientes en el siguiente decenio, alcanzó el 96,1% en 2000. En ese último año, la moneda nacional, el sucre, se devaluó un 250% y una veintena de bancos y otras entidades financieras quebraron.
En El Salvador la situación no llegó tan lejos, porque si bien existía un proceso ascendente de inflación, que fue del 31,9% en 1986, en 1992 el país optó por establecer un cambio fijo para su moneda, el colón. No obstante, cuando la recesión de final de siglo, provocada por una crisis financiera asiática, volvió a sacudir Latinoamérica, El Salvador prefirió no arriesgarse más y directamente adoptar el dólar.
Sin embargo, las dos naciones que entonces tuvieron una mayor hiperinflación –Perú y Argentina– mantuvieron sus monedas. A lo largo de la década de 1980, Perú tuvo una inflación anual de entre el 60% y el 100% del PIB; en 1988 llegó a 667%, en 1989 a 3.398,5% y en 1990 a 7.481,7%. Ese primer momento de crisis fue también especialmente inflacionista en Argentina, con un pico en 1989 del 3.079% en 1989 y del 2.314% en 1990. Cuando llegó la recaída de diez años después, que es la que convenció a los gobiernos ecuatoriano y salvadoreño de pasarse al dólar, Lima y Buenos Aires lograron contralar algo mejor la inflación}
Lavado de dinero
En Venezuela hay otra razón para la informal dolarización. Por supuesto que el Gobierno ha permitido la libre circulación del dólar para rebajar la presión inflacionaria (en 2018 la inflación alcanzó un descomunal 65.374,1% del PIB; gracias al manejo de dólares, en 2019 la cifra bajó a 19.906% y se espera que en 2020 sea de 6.500%), pero la rapidez con que la moneda estadounidense ha llenado los canales de compra y venta y el volumen de dólares presente en el mercado venezolano indican otra cosa: el negocio ilícito amparado por el chavismo, de cifras millonarias solo en lo que se refiere al narcotráfico, ha encontrado un sencillo modo de legitimización de capitales.
Hasta ahora, las élites chavistas habían utilizado principalmente la petrolera estatal, PDVSA, y el mercado de bonos soberanos, para lavar sus fortunas derivadas de la corrupción y otras actividades ilícitas. Pero el hundimiento de PDVSA y las sanciones impuestas por Washington a cualquier financiación del régimen habían dificultado enormemente el blanqueo. Hoy este resulta de lo más fácil mediante operaciones directamente en dólares realizadas en plena calle.
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