Yoani Sánchez: 2021 en Cuba, adiós a la máscara revolucionaria
Cuba atraviesa un momento muy difícil. Lo problemático de este diciembre no radica solo en la crisis económica que se expresa en una caída del 11% del producto interno bruto y tampoco se debe en su totalidad al confinamiento y el dolor que está dejando la pandemia. Este 2020 se despide en tonos oscuros para la Isla especialmente por la incertidumbre, la incapacidad de sus 11 millones de habitantes de hacer planes para el futuro a corto y mediano plazo.
Ante esta descripción, algunos responderán que ha habido peores momentos en nuestra historia reciente. Sin embargo, en el llamado Período Especial de los años 90, cuando tras el corte del subsidio soviético llegaron los largos apagones, el recorte del transporte y el déficit de alimentos, existían unas reservas de cambio que daban esperanzas a los reformistas y nutrían los sueños de los ciudadanos. En medio del colapso, se vivía una sensación de que algunas decisiones políticas tomadas bien arriba podían destrabar las fuerzas productivas y traer un alivio material a la gente. Incluso, había quienes fantaseaban con una revuelta popular que enterrara definitivamente al modelo autoritario.
Aunque la única insurrección que ocurrió fue la de miles de cubanos desesperados que intentaron escapar de la Isla durante la jornada conocida como el Maleconazo, los que apostaron por las ansiadas flexibilizaciones económicas no se equivocaron. Cuando la situación tocó fondo, algunas de esas transformaciones fueron un trago amargo que el oficialismo tuvo que aceptar: la dolarización del comercio, el permiso a existir de los mercados agrícolas fuera del racionamiento, la autorización para el ejercicio del trabajo privado y la apertura a la inversión extranjera. Por primera vez en mucho tiempo, las cebollas volvieron a las tarimas, los taxis particulares llenaron las calles y en los restaurantes por cuenta propia, conocidos como paladares, se recuperaron algunas recetas perdidas de la cocina nacional.
Ahora, a diferencia de aquel momento, la capacidad del castrismo de transformarse sin quebrarse del todo son muy limitadas, casi nulas. El sistema arriba a sus 62 años de existencia fosilizado en su núcleo político, carente de magnetismo ideológico para captar nuevos seguidores y habiendo desperdiciado su caudal de reformas en modificaciones a medio hacer, transformaciones tibias y pasos que una vez hacia adelante tuvieron también su vuelta atrás. En el tiempo que separa ambas crisis, la ocasionada por el derrumbe del campo socialista de Europa del Este y la actual, muchos perdieron la paciencia para invertir, prosperar y trazar sus sueños en Cuba. Un cuarto de siglo perdido para el verdadero cambio.
Hoy, contra las cuerdas, las autoridades han planteado un paquete de medidas para intentar reflotar el país a partir de 2021, pero hasta ahora las decisiones anunciadas se orientan más a la pérdida de subsidios y el recorte de presupuestos que al despliegue de fórmulas que fomenten el emprendimiento, hagan perder peso a la estatización y saquen a la política partidista de la toma central de decisiones. Porque hacer algo así pondría en grave peligro la continuidad del castrismo, aunque no hacerlo también es anticipar la fecha para su funeral.
Reaccionario e inmovilista, temeroso de las novedades y desconfiado de todo lo que no haya salido de los laboratorios del Partido Comunista, al modelo cubano actual solo le ha quedado reprimir para permanecer. Para el próximo año dejará finalmente a un lado cualquier máscara revolucionaria o de justicia social para mostrarse tal y como es: una dictadura del siglo XX a la que la geopolítica, el azar y el miedo le han permitido llegar hasta aquí. Sin resultados, solo le quedará mostrar los dientes y eso complica aún más cualquier pronóstico.
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