Apertura, estrategia compartida y defensa de derechos sociales son clave para reconstruir una alianza opositora (I)
Para la doctora en Ciencias Políticas, Maryhen Jiménez, los partidos deben apoyarse en sectores de la sociedad civil para coordinar una estrategia política. El historiador Pedro Benítez señaló que es necesario que los integrantes de la alianza compartan la estrategia para lograr una transición a la democracia.
Caracas. La exigencia de “unidad” que varios sectores sociales le hacen al liderazgo político opositor –a la que también se sumó con fuerza en los últimos meses la comunidad internacional– está respaldada por la investigación académica. La doctora en Ciencias Políticas de la Universidad de Oxford, Maryhen Jiménez, explica que el logro de una coordinación efectiva entre las fuerzas que se oponen a regímenes autoritarios es una variable clave en los procesos de democratización en el mundo. “Son necesarias para vencer las asimetrías de poder de los partidos de oposición”, explica.
¿Qué beneficios traen estas alianzas? La experiencia de distintos países señala que son muchos. Jiménez, quien realizó su tesis doctoral sobre la coordinación opositora en regímenes autoritarios –con énfasis en los casos de Venezuela y México–, indicó que permiten que quienes se oponen a gobiernos autocráticos puedan aglutinar recursos económicos, conocimientos, experiencias, multiplicar su mensaje y ofrecer un programa consensuado que atraiga a personas de distintos espectros políticos e ideológicos.
La oposición venezolana ha visto estas ventajas. Por ejemplo, cuando sus partidos, con una gran ascendencia en una región en particular, como Un Nuevo Tiempo en el Zulia y La Causa R en Bolívar, aportan sus conocimientos en estas zonas a las campañas electorales. Lo mismo sucede con los candidatos unitarios, otra experiencia que han conocido los venezolanos, que reciben el respaldo y el impulso de distintas organizaciones políticas.
“La coordinación permite comunicar una unidad estratégica que es muy importante porque hace viable a la oposición frente al régimen autoritario. Recordamos siempre que los regímenes autoritarios, pueden ser militares, de partidos o personalistas, lo que buscan es, no solo dividir a la oposición, sino hacerla ver como inepta y hacerse ver a sí mismos como invencibles. La forma de retar a ese poder represivo es aumentando tus capacidades de acción”, apunta la académica.
Pero la coordinación de estrategia y acciones de la oposición no solo mejora su desempeño, sino que además limita la capacidad de acción del adversario. “El régimen autoritario cambia los cálculos, incluso de la represión y la manipulación, porque no es lo mismo enfrentarse a una oposición que tiene una estrategia, una estructura, unos activistas, que cuente con apoyo de recursos locales, a nivel nacional, a enfrentarse a una oposición que está dividida y que no tiene esas capacidades”.
Contra natura
Si coordinar estrategias reporta tantos beneficios, ¿por qué la oposición venezolana se fragmenta cada vez más? Son muchas y variadas las repuestas a esta pregunta. La primera de ellas parece ser que no es lo más natural que partidos nacidos en democracia, creados para competir entre sí, lleguen con facilidad a la conclusión de que deben sacrificar sus símbolos y aspiraciones políticas para fundirse en una plataforma unitaria junto a factores con distintas ideologías, concepciones y con los que, a veces, media una gran desconfianza mutua.
De hecho, los partidos opositores no lograron formar una estructura de coordinación sólida sino hasta más de 10 años después de que Hugo Chávez asumiera el poder. La Mesa de la Unidad Democrática (MUD) se instaló, formalmente, el 8 de junio de 2009, luego de pasar por experiencias amargas como el referendo revocatorio de 2004 y la abstención opositora de 2005.
El primer ensayo de una alianza unitaria de la oposición fue la Coordinadora Democrática (CD), una instancia que reunió a todo tipo de organizaciones. En ella convivían partidos políticos, movimientos sociales, asociaciones civiles, ONG, personalidades, la Central de Trabajadores de Venezuela (CTV), la central empresarial Fedecámaras y representantes de los medios de comunicación.
En su libro Apaciguamiento, el politólogo Miguel Ángel Martínez Meucci recuerda que esta surgió de una exigencia puntual, y no de un acuerdo estratégico, que era la necesidad de los factores de oposición de presentarse como un frente unido y coherente ante la Mesa de Negociación y Acuerdos que se inició en 2002. De hecho, la CD anuncia su creación el 5 de julio de 2002, un día antes de que el expresidente estadounidense Jimmy Carter, uno de los futuros facilitadores de los encuentros, llegará al país.
Dentro de esta estructura se empezarán a manifestar las tensiones y contradicciones que se han visto, durante casi 20 años, dentro de las alianzas opositoras. La pugna entre los que proponen la acumulación de fuerza a través de una ruta electoral y los que defienden una estrategia más “insurreccional”, que busca el colapso o el “quiebre” del chavismo. Hoy las diferencias se han profundizado y algunos analistas indican que existen, no dos, sino hasta tres o cuatro grupos opositores.
De aquella instancia, los líderes opositores suelen señalar que se vieron “arrastrados” por factores no partidistas –como Fedecámaras, la CTV, los medios de comunicación– ante la gran debilidad y desprestigio de los partidos políticos y que esta es la explicación de acciones como la huelga general –fundamentalmente petrolera– de 2002-2003, un segundo fracaso de la estrategia del “colapso”, luego del breve derrocamiento de Chávez en abril de 2002.
El resultado del Referendo Revocatorio (RR) de 2004 terminó de implosionar la alianza en la que los factores más radicales acusaron a los impulsores del voto de la derrota. Aunque formalmente no se decretó el fin de la coalición, el 2 de noviembre de ese año Henry Ramos Allup, secretario de Acción Democrática, consideraba que la “unidad es un fetiche” y que “la Coordinadora democrática se acabó”.
“¿Qué era la Coordinadora Democrática? Un espacio en el que se reunían diferentes sectores, pero en el cual no había una metodología, unos mecanismos de toma de decisión o de resolución de conflictos. ¿Qué facilitaba la Coordinadora Democrática? Que los factores con más poder pudieran imponer su visión o su estrategia sobre otros miembros de esa instancia”, señaló la politóloga Jiménez.
Lecciones aprendidas y desaprendidas
A partir de 2004 empezó un desierto de dos años en las alianzas opositoras que tuvo como escala la abstención de 2005, considerada como un error por buena parte de la propia dirigencia años después. Los intentos de retomar la coordinación en las filas del antichavismo toman forma en las presidenciales de 2006, con el pacto entre Julio Borges, Teodoro Petkoff y Manuel Rosales para que este último fuera el candidato unitario de la oposición frente a Chávez.
La unión rinde frutos claros con la victoria del referendo sobre la reforma constitucional de 2007 y las elecciones regionales en 2008, en la que la oposición gana las gobernaciones con mayor población del país.
Será, sin embargo, una derrota electoral lo que impulse a los factores opositores a crear una institución que regule sus diferencias: el ilegal referendo sobre la enmienda constitucional de febrero de 2009, que instaura la reelección indefinida para la Presidencia de la República y otros cargos de elección popular.
El 12 de marzo de 2009, menos de un mes después de la derrota, un grupo de 11 dirigentes de los partidos políticos le solicitan a Ramón Guillermo Aveledo que facilite las conversaciones entre ellos para establecer una “unidad sobre unas nuevas bases”.
De acuerdo con lo narrado por el propio Aveledo, en el libro Unidad. Experiencia y esperanza, se tenía clara la necesidad de construir una institucionalidad que articulara y diera coherencia a la acción opositora sobre la base de una estrategia que se centraba en la acumulación progresiva de fuerzas a través de la ruta electoral, “lejos del aventurismo y el golpismo”.
El experimentado dirigente describe así la intención que se tenía. “Debía ser una alianza de partidos con definiciones políticas, con reglas claras y dirección colectiva efectiva, capaz de superar las divisiones ideológicas izquierda-derecha y los prejuicios entre partidos viejos y partidos nuevos”.
Para lograr esto, los dirigentes estuvieron diseñando la nueva estructura por tres meses durante los que revisaron los casos de transiciones y de “ejercicios unitarios” en todo el mundo: América Latina, España, Europa del centro y del este, etc. Tuvieron particular predilección por el modelo de la concertación chilena que logró prolongarse en el tiempo.
Se tomaron, por supuesto, los aprendizajes de la CD. La dirección política se dejó a los partidos que se reunían en una mesa –de ahí el nombre de la MUD– semanalmente y se creaba la secretaría ejecutiva, instancia encargada de facilitar el debate, la toma de decisiones y de hacer cumplir los acuerdos. Como secretario ejecutivo fue designado el propio Aveledo, que reunía el difícil perfil para ese puesto. Un político experimentado, de tono conciliador, con facilidades para ejercer la vocería, alejado de la actividad política desde hacía muchos años, al que los otros dirigentes no veían como un competidor.
La secretaría ejecutiva contaba, además, con distintas “unidades” como la de análisis político: coordinada por Diego Bautista Urbaneja y a la que también se unió el politólogo Ricardo Sucre. La unidad técnica dirigida por Marino González, la coordinación de prensa dirigida por Luis Aparicio y la de logística comandada por Arnoldo José Gabaldón. Estas instancias de la secretaría ejecutiva elaboraban propuestas que iban hasta la mesa política en donde eran aprobadas con la facilitación de Aveledo.
Así se logró que un grupo de más de 20 partidos –de ideologías que pasaban desde la izquierda marxista hasta la centroderecha– decidieran ajustarse a una dirección colectiva por encima de sus intereses naturales, poniéndose de acuerdo incluso en respaldar programas y planes de Gobierno.
“La competencia entre partidos es normal en democracia, el tema es que se debe controlar esa competencia y los intereses individuales si se aspira a una transición hacia la democracia y eso precisamente es lo que se logra en esa Mesa (…). El sacrificio que realizan los partidos es muy importante y esto hay que resaltarlo”, señaló Jiménez.
La nueva estructura muestra resultados pronto. Presenta candidatos unitarios en 2010 y la oposición regresa al Parlamento, obteniendo una votación ligeramente inferior a la del Gobierno (la diferencia es de menos de 2 %). Logra seleccionar un candidato presidencial en primarias para 2012, Henrique Capriles, y aprobar un plan de gobierno común, para las elecciones de ese año. Luego Capriles repite como aspirante en 2013, tras la muerte de Chávez, y después llegaría su mayor éxito: la victoria en las elecciones parlamentarias de 2015 en las que la MUD logró hacerse con dos tercios del Parlamento.
Sin embargo, antes de esta fecha ya se habían visto emerger las tradicionales contradicciones dentro de la alianza. En 2014 se había producido la abrupta renuncia de Aveledo. Aunque el entonces secretario ejecutivo de la MUD no lo dijo de forma explícita, esta fue atribuida al impulso de la llamada “salida”, una convocatoria a protestar en las calles, que no contaba con el consenso necesario dentro de la alianza, promovida por Voluntad Popular y otras personalidades como María Corina Machado y Antonio Ledezma.
Para el historiador Pedro Benítez, quien fue coordinador de la comisión de políticas públicas de la MUD, la victoria de 2015 “tapó las contradicciones” dentro de la alianza, que empezó a fracturarse progresivamente con la salida de Aveledo lo que, desde su punto de vista, fue el “detonante” de la desintegración.
“Eso tiene una explicación de fondo: hay dos visiones planteadas que son irreconciliables. La Mesa trató de ser lo más amplia posible, de incluir esas visiones y lo que ocurría era que una estaba permanentemente saboteando a la otra, eso no se puede conciliar”, dice Benítez.
La alianza de la MUD, por supuesto, no fue perfecta. Desde algunos sectores de la sociedad civil se le percibió como cerrada a sus propuestas y los partidos pequeños denunciaron con frecuencia que el G-4 (compuesto por los partidos AD, Primero Justicia, Voluntad Popular y Un Nuevo Tiempo), que ejercía la conducción efectiva de la instancia, no tomaba en cuenta sus opiniones. Sin embargo, pocos ponen en duda su eficacia para coordinar la política y la estrategia opositora desde 2009 hasta la victoria de 2015, con un crecimiento electoral gradual y sostenido.
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