El paso de los hospitales
VIAJES SIN BOLETO | CAMINO DE SANTIAGO PRIMITIVO
Por: Xavier Eguiguren
Hoy, los cumulonimbos han madrugado y se han agolpado en un firmamento estático. Enormes formas con los carrillos muy hinchados, colgados, suspendidos del cielo. Las nubes más gruesas y negras se hallan en continuo movimiento en una carrera directamente proporcional a la fuerza del viento. Tres peregrinos descifran el chirriante giro de una llave clavada en la cerradura de la puerta del albergue de Campiello. Tras los primeros tres, otros tres caminantes asomaron sus perfiles; cada uno de un color: el primero de piel amarilla, otro de tez morena, y el más alto, con la cara blanca como la leche; los tres se sonríen, al tiempo que otean el horizonte. «¿Il pleut?, piensa el francés». Se preparan para salir de nuevo al camino de Santiago.
Los ríos desembocan en un océano de niebla. El agua cae infinitamente vertical durante los primeros minutos. Escucha como se mojan los cuerpos. La humedad va de más, a mucho más. Se mezcla el sudor de un peregrino que camina rápido embutido en su chubasquero, con todo lo que en ese lugar cohabita en estado líquido. La mirada aún es ciega porque la noche pugna por permanecer. Los pasos lo cubren casi todo. La piel de agua es efímera. Mañana, o quizás dentro de un rato, el sol habrá bebido la lluvia, habrá secado el suelo, las plantas… Hoy llueve, y la humedad envuelve las formas animadas e inanimadas. Rodea mi cuerpo el oxígeno limpio de la mañana, y empapa la cabeza el infinito de los pensamientos circulares. Los pies caminan sin dar cuenta de sus experiencias con los guijarros, pero si Dios quiere, los pasos seguirán cada flecha amarilla; cada una de las conchas que marcan la dirección a Santiago de Compostela por el trazado del recogimiento.
Llora el cielo con infinita locura al dar comienzo la cuarta etapa del camino primitivo que va desde Campiello a Berducedo, por el camino de los Hospitales.
Aún resuena en el oído el despertar de antes de ayer, en otro lugar mágico; eran hermosos y tenues susurros. Permanece el recuerdo de una melodía que se corresponde con la levedad que queremos para con nosotros mismos: leve la tierra; el cansancio… Fue un comienzo tranquilo: de pronto irrumpió con suavidad el “Ave María” de Händel, que surgía de entre las paredes de colores; esas que delimitaban nuestro ser y estar en el albergue de “Bodenaya”. Recuerdo una casa de color rojo que se despedía de todos los espíritus peregrinos. Dejábamos un refugio precioso para interiores con mil cargas ya un poco más atenuadas.
En pleno ataque de ansiedad cuento hasta diez: «Uno, dos, tres, cuatro, cinco…» . La luna se asoma un momento para volver a esconderse detrás de la niebla. El miedo a la soledad del camino abrupto se hace latente en forma de punzadas en los brazos y mi pecho ansiosos.
El camino de los hospitales es una etapa dura y carente de almas. Es una senda ancestral de treinta kilómetros que discurre a través de las montañas hostiles y olvidadizas del camino de vuelta; pero eternamente hermosas. «Pienso para mis adentros: ¿necesitaré un ansiolítico?» A mil doscientos metros altura, la lluvia y la niebla te abrazan con avidez. La lluvia te lame la mochila. La niebla te pesa y te ciega. No podrás ser testigo de la belleza del paisaje. ¡Es una lástima!
Corre más que las inclemencias peregrino ansioso; adelanta a tu temor que se queda jugando con los árboles que flanquean el camino primitivo de Santiago. Por fin la claridad y, un tímido rayo de sol incide en la cara, calienta y muestra desde la distancia la senda que lleva a la planicie tapizada de verde.
Los concheros han sobrepasado las nubes. Han sido veloces. El cristal traslúcido que acompañaba al peregrino ha quedado atrás en el valle. La lluvia y mi cuerpo se han detenido. El alma otea con avidez el todo. Estoy tan orgulloso y feliz en lo más alto, sin esa eterna ansiedad.
Cuatro hospitales de peregrinos en ruinas se disputan la vereda: “Paradiella, Fonfaraón, Valparaíso y La Freita”. Cuatro cúmulos de piedras roídas por los vientos que fueron paños de lágrimas de otros caminantes del medievo. Han visto el paso de mil cábalas e historias de vida y muerte de hombres y mujeres que ya no son; pero que fueron. Somos una mota de polvo en este camino.
Rocas que se apelotonan en los caminos. El sudor y el cansancio apremian. Los caballos salvajes corren al percatarse de la presencia de los peregrinos.
¡Tengo sed!, me hubiera podido beber las nubes. El albergue de “Berducedo” está a poca distancia. Las ampollas no duelen, regocijadas de haber podido tocar el suelo que lleva al cielo del caminante.
¡Por fin agua!
XAVIER EGUIDUREN | @xaviereguiguren
Articulista, novelista, colaborador en la LNE (prensa asturiana) y en la RTPA (Radio Televisión del Principado de Asturias). Corresponsal de la revista Erki-Mallorca.
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