Nadie sabe si habrá otros. Ni siquiera si ellos serán positivos, estériles o perjudiciales a la lucha por la liberación. Pero lo que sí es cierto, al menos por ahora, es que la designación de un nuevo CNE por parte de la dictadura madurista ha producido ya un primer resultado concreto –muy conveniente a la oligarquía– y es el enfrentamiento entre factores de la oposición y el consecuente debilitamiento de la necesaria unidad democrática.

Más allá de este nocivo primer resultado, hay algunas cosas que parecen bastante claras y no requieren un diagnóstico muy agudo. Una de ellas es, por supuesto, la ilegitimidad de origen tanto de la Asamblea Nacional juramentada en enero pasado, producto de un simulacro de elecciones que nadie reconoce, como de la designación que hizo de este consejo electoral. Ello no tiene mayor discusión. Sin embargo, también es verdad que en dictadura todos los actos provenientes del poder son por concepto ilegítimos, y que eso no es impedimento para que actores de la oposición democrática, en función del sano y necesario pragmatismo político que requiere el objetivo superior de la liberación del país, tengan que tratar, conversar y buscar negociar con ese mismo ilegítimo poder.

También parece claro que aceptar cierta liberalización política en el órgano electoral es una inteligente –y hasta ahora certera– jugada de Maduro. Algunos pueden creer ingenuamente que el régimen se vio “forzado” a ello por la movilización (que nadie vio) de algunas organizaciones de la sociedad civil. Más que una obligada cesión, lo cierto es que Maduro se lanza esta calculada jugada con un doble y nada oculto propósito: por un lado tratar de dividir a la oposición en torno a la aceptación del nuevo CNE y una eventual participación en próximas elecciones regionales, y por el otro reforzar su estrategia de mostrar rasgos de apertura democrática buscando la disminución tanto de las sanciones como de la presión de la comunidad internacional.

¿Lo anterior puede no obstante convertirse en una posible ventana de oportunidades para a través de ella alcanzar reales y mejores condiciones electorales? Claro que puede, como también puede que no. Ambos escenarios son posibles. Depende de lo que hagamos o dejemos de hacer en lo adelante, y eso va mucho más allá del tema CNE. Por supuesto, Picón, Márquez y Arismendi no son lo mismo que Lucena, Oblitas y Hernández, y eso solo ya es una diferencia. ¿Suficiente para representar una diferencia real y de peso? Obviamente no, pero algunos pudieran decir que eso es mejor de lo que había antes. De nuevo, y en términos de eficacia política, habrá que esperar y ver para juzgar.

Pero, más allá de lo que uno personalmente pueda pensar de todo esto, ¿qué es lo realmente importante para el país que sufre y que observa desde lejos una jugada política ajena, en la que siente que no es ni arte ni parte, pero de la que intuye terminará –como siempre– pagando las consecuencias?

Casi todo el mundo sabe que la unidad de las fuerzas políticas y sociales democráticas es una condición necesaria para el éxito de la lucha por la independencia de Venezuela, y que todo lo que debilite esa unidad tributa a favor del opresor.  La unidad es una muy poderosa herramienta de poder, no un accesorio ornamental desechable. Por tanto, lo urgente –pensando en el país– es detener cuanto antes el peligro de división, y tratar de construir una ruta de confluencia entre posiciones hoy enfrentadas.

¿Es posible hacer eso? Sin contar con un elemento crucial como lo es de la voluntad política de los actores y sectores involucrados, y más allá de las diferencias que hoy afloran, ciertamente existe un  factor común a todos, y es la convicción de que la única solución viable a la tragedia venezolana es una salida política electoral. Y que la hoja de ruta de todos los partidos políticos y sectores sociales organizados pasa por lograr un acuerdo integral que conduzca a la realización de elecciones libres, justas y verificables.

Para todas las  modalidades y posiciones presentes hoy en el seno de la oposición democrática, el objetivo estratégico es el mismo: superar a la dictadura madurista por medios pacíficos y constitucionales para iniciar un proceso de transición concertada, y poder comenzar a resolver la profunda crisis social que vivimos los venezolanos. Si el objetivo estratégico declarado de todos es el mismo –y esto es un avance significativo con respecto al pasado reciente– entonces lo que parece diferenciarnos son las consideraciones tácticas, entendiendo por táctica las acciones necesarias y tareas concretas para desarrollar la estrategia diseñada.

Si nuestra diferencia es entonces fundamentalmente táctica, no podemos permitir, por el bien del país, que ella nos fracture. Y para ello, son necesarias al menos tres tareas en lo inmediato.  La primera, y sin duda la más importante, es entender que más allá de nuestras divergencias, lo realmente crucial y definitorio es que nos pongamos de acuerdo para trabajar con urgencia en lo que todos parecen coincidir, y es que sin presión social no hay salida posible, no importa la táctica que se adopte.

Si no hay una presión social cívica sostenida y sistemática, ninguna de las opciones que hay hoy en el escenario podrá funcionar. Por ello, es urgente no abandonar y seguir fomentando la movilización social cívica y la protesta pacífica permanente y creciente, articulándolas y dándoles contenido político, generando en conjunto con el resto de las formas de presión y lucha cívica (tales como la negociación y la presión internacional), las condiciones que precipiten una salida política a la crisis.

Si no construimos una poderosa red de presión cívica interna que hoy no tenemos, ninguna de las opciones que actualmente se enfrentan tiene posibilidad alguna de triunfar. Es imperativo entonces encontrarnos allí, y que eso sea lo que nos una.

Si a pesar de nuestras diferencias, todos asumimos esta tarea común y nos lanzamos a la única acción urgente y necesaria de presión social que reclama este momento histórico, no sólo construiremos en la práctica la verdadera unidad que demandan los venezolanos, sino que estaremos generando las condiciones que conduzcan al éxito de la estrategia democrática, sea cual sea la táctica adoptada.  Sin estas condiciones derivadas de la presión social, la salida del régimen y la superación de la crisis seguirá siendo sólo un irrealizable deseo.

La segunda tarea, y en esto le robo la idea a mi amigo Juan Mijares, es promover una urgente negociación entre los principales actores de la oposición democrática para, entre otras cosas, acordar cuáles serían de verdad las condiciones políticas y electorales aceptables por todos para llamar a participar en unas ya anunciadas elecciones conjuntas regionales y municipales, de gobernadores y alcaldes, o por el contrario, abstenerse masivamente. La ciencia política ha demostrado fehacientemente que la negociación más importante y difícil es la que se hace a lo interno de la coalición que se enfrenta al opresor. Pero esa dificultad no puede ser óbice para buscar un acuerdo interno sin el cual vamos directo a un escenario de frustración y catástrofe en el que todos perderemos, excepto la oligarquía madurista.

Para el éxito de esta necesaria negociación interna, se requiere entre otras cosas entender que la presente diferencia de posturas tácticas en el seno de nuestra oposición democrática no es un asunto moral, sino un problema político a resolver. Es imperioso dejar atrás la perniciosa tentación de reducir la discusión política a un asunto de lealtades y traiciones. Es cierto que este lenguaje pre-político y de chantaje emocional es producto de los ya muchos lustros de decadente y primitiva influencia militarista. Pero si queremos construir un país distinto, lo primero es empezar a pensar diferente a nuestros opresores y esclavistas.

Finalmente, la tercera tarea es salvaguardar y fortalecer las instancias unitarias de comunicación, encuentro y articulación entre los principales actores políticos y sociales,  para   facilitar esa negociación interna, en un momento en que el país va a requerir como nunca antes una oposición democrática fuerte, unida y eficaz.

En síntesis, si cada quien desde su acera y desde su particularidad táctica entiende y trabaja en la generación de la imprescindible presión cívica interna, nos encontraremos entonces en las calles, en los sindicatos, en la lucha reivindicativa de la gente, en la cara de los desesperados por sentir que están perdiendo el país donde nacieron, en el dolor y en el clamor de los barrios y caseríos, allí donde se hace la política que realmente vale la pena y la que además hace la diferencia. Lo demás son reuniones de oficina y de aire acondicionado, donde el país de verdad no llega.

Si no nos encontramos ahí, en esa tarea, todo será estéril. El único y miserable logro de algunos será haberle “ganado” al otro sector de la oposición. Maduro habrá triunfado. Todos habremos perdido.

@angeloropeza182