El término “posverdad” se puso de moda luego de que el Diccionario Oxford lo eligiera como la palabra del año 2016. Se trata de una expresión que “denota circunstancias en que los hechos objetivos influyen menos en la formación de la opinión pública, que los llamamientos a la emoción y creencia personal”. Podría señalársele como una versión moderna del “miente, miente, que algo queda”.

La frase es atribuida al comunista Lenin, que nunca dijo. A Goebbels, jefe de la propaganda Nazi, que tampoco expresó. Al italiano Maquiavelo, considerado padre de la Ciencia Política moderna, que en 1513 escribió su tratado de doctrina política titulado El Príncipe; para algunos manual de cómo gobernar, para otros, guía de la perversidad necesaria del gobernante. Asimismo, se la relaciona con el francés Voltaire, porque escribió en una carta 1736: «La mentira solo es un vicio cuando obra el mal; cuando obra el bien es una gran virtud. Sed entonces más virtuosos que nunca. Es necesario mentir como un demonio, sin timidez, no por el momento, sino intrépidamente y para siempre […] Mentid, amigos míos, mentid, que ya os lo pagaré cuando llegue la ocasión». Sin embargo, imposible asegurar que la concibió. Como reveló Culto de la Tercera. Consta en registros del siglo I d.C. donde le atribuyen la frase a Medion de Larisa, consejero de Alejandro Magno.

El punto es que el origen de la frase probablemente existe desde antes de Cristo, por lo que es tan antigua como la mentira misma. Eran épocas de altezas, reyes, duques y otras noblezas con poderes absolutos, cuando a sus excelencias, hidalguías y príncipes se les aguantaban sumisos y obedecían hasta la próxima guerra cuando sería más poderoso, derrocado, o hasta su muerte.

En la actualidad vivimos tiempos diferentes, y el mayor capital de cualquier ser humano de poder o no, es la confianza, su credibilidad, y efectivamente, que se le crea. No solo en lo que promete, sino en lo que los ciudadanos creen que cumple, no siempre es lo mismo.

Es tiempo de vidas largas y oportunidades cortas. En aquellos del llamado Renacimiento –lo fue en las artes y cultura, no en la bondad ni mucho menos la maldad del ser humano especialmente si tenía poder– las mentiras de los gobernantes tardaban días, incluso meses, en llegar a los oídos y habitual ignorancia de artesanos citadinos y campesinos que solo estaban pendientes del sol, la lluvia, del frío, exceso de calor o de quién vendrá a cruzar sus campos sobre caballos de guerra, pesadas corazas, prolongadas lanzas e incómodos arcabuces dejando cosechas arruinadas, mujeres violadas y pueblos saqueados.

Hoy es diferente, la tecnología de la comunicación está al alcance hasta de los menos cultos, porque con la misma velocidad ellos pueden difundir su fe o desconfianza sobre lo que ha comprometido, prometido o afirmado el hombre o mujer de poder.

Hasta el siglo pasado, incluso con la velocidad de la radio y televisión, cualquiera se enteraba al instante, si estaba conectado o, en el más largo de los casos, en horas al leer la prensa. No tuvieron tiempo de envejecer aquellos niños, adolescentes de la radiodifusión y transmisión de la pantalla chica, cuando se convirtieron en informadores, opinadores ellos mismos con Internet en sus computadoras y teléfonos celulares inteligentes.

Lo que no ha cambiado es el “cómo” de la información. El mismo suceso se entiende diferente dependiendo de quién y cómo se escriba, eso es lo grande, a la vez lo terrible de Internet y la amplia variedad de caminos programáticos. La informática moderna, con todo y “laboratorios” que marcan palabras concretas provocando reacciones, con la posibilidad de enviar miles de veces el mismo mensaje a millares de receptores voluntarios o involuntarios, es el paraíso de informadores y censores, pero también su infierno. Por eso las tiranías bien entrenadas como la castro-cubana, rusa o china ya no tienen controles absolutos. Internet no está repleto de rendijas, es la técnica de múltiples resquicios e infinidad de aberturas. Con una realidad adicional, las personas pueden alimentar rencores u olvidarlos, las computadoras jamás olvidan incluso cuando son borradas.

Es un mundo nuevo, tan voraz como feroz, el que ha convertido nuevas versiones sobre asesinatos, representados en catapultas de hechos pasados. Crímenes que acaban de revelar para presentarlos como sólida justiciera ante la Corte Penal Internacional después de que cuando se cometieron e investigaron oficialmente fueron calificados de terrorismo, suicidio y accidentes.

Hoy se tendría que cambiar la expresión, debería decir “no mientas, que algo queda”.

@ArmandoMartini