Entre el martes y miércoles de esta semana, al menos unos 110 venezolanos, quienes entraron a suelo estadounidense para solicitar asilo político, fueron sacados tras hacerles creer que eran bien recibidos. El Pitazo entrevistó a uno de ellos, quien se encuentra en Ciudad Juárez, desde donde intentará ingresar de nuevo
Solo 47 horas duró la ilusión en suelo estadounidense. Casi dos días que se desvanecieron entre cruzar el Río Grande, desde Piedras Negras, en Monterrey, ser detenido por autoridades fronterizas, estar encarcelado en un cuarto frío, viajar dos horas esposado en autobús hasta un aeropuerto, volar un par de horas más a un lugar desconocido y, finalmente, salir expulsado de EE. UU. por un pasillo que lo regresó de vuelta a México, pero esta vez a Ciudad Juárez, sin explicaciones y con el peso de la angustia como el más grande equipaje.
En este circuito de sus últimos días dio esta entrevista a El Pitazo desde la habitación de un hotel en Ciudad Juárez, donde planifica su próximo intento de pasar la frontera. Se trata de uno de los al menos 110 venezolanos que fueron expulsados de EE. UU. entre el martes 8 y miércoles 9 de junio. Un hombre mayor de 50 años, quien asegura que las autoridades estadounidenses “no escucharon nuestros motivos para pedir asilo”.
“Si en Venezuela no hubiera una dictadura y no estuviéramos pasando necesidades, yo no estaría aquí. Me quedaría en mi país, porque tenemos muchas riquezas y nosotros sabemos y nos gusta trabajar”, afirma el entrevistado, quien pidió mantener su nombre en reserva.
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Intento de extorsión en DF
Como tantos otros zulianos que asumieron la opción de ser parte de la diáspora, su trayecto incluyó el paso por Maicao hasta arribar a Bogotá, para abordar el avión a DF, México, en cuyo aeropuerto constató que siempre puede haber algo peor a lo vivido o conocido hasta ese momento de la vida. “Los efectivos de la policía de migración de México son grandes matraqueadores (extorsionadores). Tuvimos que enfrentarlos a la vista de la gente para que dejaran de pedirnos dólares para dejarnos pasar”.
Por supuesto que el itinerario migratorio ilegal también previó el pago al coyote que lo ayudó a cruzar el Río Grande, el cambio de la ropa mojada a la seca ya en suelo estadounidense y, como se lo habían contado, el encuentro con patrulleros de frontera de EE. UU., quienes preguntaron: ¿De dónde vienen?, a lo que los caminantes respondieron, de Venezuela. “Venezolanos, vengan por acá”, dice que respondieron los uniformados, para luego darles bolsas y asignarles un número que los identificó en el lugar de reclusión, que todos esperaban que fuera de tránsito. Eran las 7:00 pm del lunes 7 de junio.
A todos les hicieron una primera entrevista, que incluyó preguntarles por sus problemas de salud, tomarles las huellas y fotos. Desde ese momento tuvieron un expediente.
En algún momento de la historia, en un cuarto frío coincidieron hombres de Haití, Cuba, Nicaragua y Venezuela, como si fuera una convención de Estados fallidos y autoritarios. Lo mismo ocurrió con las mujeres.
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