En su infancia, Margarita se curó de una enfermedad grave, después de cuatro años, por intercesión de María. En agradecimiento, el día de su confirmación, agregó el nombre "María" al de "Margarita": Acudí a ella con tanta confianza, que no parecía tener nada que temer bajo su protección materna. Me dediqué a ella para ser su esclava para siempre, rogándole que no me rechazara esta condición. Le hablé como una niña, con sencillez, como a mi buena Madre por quien me sentí desde entonces apremiada con tan tierno amor. Si entré en la Visitación fue porque me atrajo el muy amable nombre de María. Sentí que esto era lo que estaba buscando. Siendo religiosa, cayó enferma y fue nuevamente la Virgen María quien la curó. La Virgen se le apareció, "le hizo muchas caricias", le habló largo rato y le dijo: “Anímate, mi querida hija, en medio de la salud que te doy en nombre de mi divino Hijo, que aún te queda un largo y doloroso camino por recorrer, siempre en la cruz, traspasada de clavos y espinas, y desgarrada con látigos; pero no temas, no te abandonaré y te prometo mi protección”. Sor Margarita María evoca varias apariciones de Cristo. Era el 27 de diciembre de 1673, fiesta de san Juan Evangelista, cuando con un poco más de tiempo libre de lo habitual, rezó ante el Santísimo Sacramento: Me dijo: “Mi Corazón divino es un apasionado del amor a los hombres y por ti, en particular, y, no pudiendo contener más las llamas de su ardiente caridad, debe difundirlas por tu medio y que se les manifieste, para enriquecerlos con sus preciosos tesoros que les estoy descubriendo y que contienen las gracias santificantes y saludables necesarias para sacarlos del abismo de la perdición; y te he elegido como un abismo de indignidad e ignorancia para la realización de este gran designio, para que todo sea hecho por mí”. |
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