Adriana Amado: “La transparencia es un valor que nos está exigiendo la sociedad”
POR Hugo Prieto
Quise retomar un tema que se enfrió por varias razones. La ejecución en la silla eléctrica de los medios de comunicación venezolanos, la influencia de Twitter, la hegemonía del poder en la estructura mediática del país. Pero también el hecho de que cualquiera se convierte en influencer y dicta pauta y señala temas de interés. ¿Cuáles son los límites, si los hay? ¿Cuáles son las demandas de la sociedad? ¿Hay transparencia o secretismo? El mundo atraviesa una transición hacia una realidad que aún está por verse en su totalidad. Mientras tanto, reina la incertidumbre, la difusión de fake news y el espectáculo como materia prima informativa y de opinión. Todos podemos abrir una cuenta en Twitter, todos podemos ejercer el periodismo, todos somos nuestros propios editores. ¿Para bien o para mal? Quien habla es Adriana Amado*.
Uno podría pensar que el periodismo de opinión se ha convertido en el reflejo de la diatriba política. ¿Realmente es cierto?
En teoría eso podría ser. En la práctica, al menos en Argentina, el periodismo de opinión se convirtió en una forma barata de hacer periodismo. Pero la paradoja es que no se trata de periodismo de opinión estrictamente. Es un periodismo más declarativo, yo no lo entroncaría con aquel periodismo de opinión de esas grandes plumas del género argumentativo, sino en un periodismo de tertulia, de gente que se junta a conversar, sin demasiada preparación, sino como lo harían unos amigos en un café.
Las grandes cabeceras periodísticas, generalmente, se preocupan por tener una sección de opinión sólida, robusta, apuntalada en grandes plumas, cuya información y conocimiento del tema es reconocida por el público. Es parte inequívoca de la excelencia. ¿Eso se perdió? ¿Se banalizó o acabaron los intelectuales y ya no hay a quién acudir?
El intelectual está ahí, algunos muy cotizados. Creo que ese es el problema de los medios; lo estamos viendo, incluso, en medios que consideramos ejemplares, como El País de España, en el que vemos que los columnistas se van recortando, muchas veces por razones presupuestarias. En otros, porque la simple dinámica de una columna de opinión, bien escrita y con fundamento, necesita tiempo y muchas veces se le solicita a la persona, incluso sin retribución. En Argentina, las secciones de opinión se cubren con aportes de personas especializadas, de gente deseosa de hacerse escuchar en un espacio de los medios, y eso está muy bien porque tiene que ver con la participación ciudadana. Pero no responde a ese periodismo profesional, cuidado, estilísticamente impecable, y que además le pone la cabeza a la lógica de la argumentación. Pero como está pasando en todos los ámbitos, uno sigue más a la firma que al medio. Entonces, aquello que había sido una característica del medio, se convierte en un rasgo de la personalidad del columnista.
Sí, y quizás ese grado de intrusión (de la personalidad en el medio) más allá de lo que pueda argüir, aportar, ha servido para que la gente se fije más, no tanto en el columnista y sus ideas, sino en una faceta más asociada al espectáculo o a la tertulia.
A veces pienso que cada día es más difícil separar los ámbitos. Es decir, la columna en el medio tradicional, a veces impresa, a veces en un programa de primera línea, del mundo digital, del comentario en Twitter, del fragmento de la columna en ese espacio compartido. Hay una dinámica muy fluida que dificulta dónde empieza y termina la opinión. Borges decía que él se jactaba de ser un mejor lector que escritor, imagínate quien lo dice, y de ahí para abajo todo. Y hoy las redes se han convertido en una vitrina, de aquello que leemos, de aquello que recomendamos, de aquello con lo que interactuamos y eso también se ha vuelto una toma de posición.
El periodismo siempre estuvo ligado a la política, había una vena comunicante. Y no sólo con la política, también con el poder y obviamente, con la opinión pública. Pero actualmente, con las redes sociales, todo eso se ha fragmentado. Y esa fragmentación produce nuevas formas de llegarle a la gente y de interrelacionarse. Pero ahí no hay necesariamente profesionalización y evaluación editorial, sino grandes intereses, posturas políticas. Es decir, las redes sociales y el periodismo se convirtieron, propiamente, en el campo de la política.
Las redes sociales son como esos espacios líquidos de los que hablaba Zygmunt Bauman, que tiene por momentos esa lógica centrífuga de dispersión, de fragmentación, de casi una violencia en el movimiento. Uno publica, pierde el control, y se expone a más comunidades de lo que uno hubiera esperado. Pero a la vez también tiene una lógica centrípeta, inversa. Es decir, las redes también convocan y configuran comunidades, constituyen espacios que han servido de apoyo y de refugio para muchas comunidades. Nosotros vivimos en países donde las restricciones que la política impuso al sistema tradicional de medios hizo de las redes, precisamente, un espacio de refugio. Así como son objeto de persecución, también pueden ser una suerte de salvoconducto. Algo que se publica allí… consigue el apoyo…o puede ser visto en otras partes del mundo. Entonces, lo que sí tenemos, es este desconcierto acerca de lo que significa el mundo digital. Es cierto que no hay un editor responsable, pero también lo es que la configuración de comunidades de intereses se ha convertido en un espacio de ética pública, diría más eficiente que aquellos espacios de antaño. La cantidad de gente atenta al error o a la contradicción que, por momentos pudiera parecer inquietante, también va dando al discurso público un nivel de exigencia.
Uno se convierte en su propio editor.
Lo que antes había sido la efervescencia inicial de Twitter, por mencionar la red más usada para la política y el periodismo, va encontrando un punto de equilibrio, en el que uno puede moderar el tono del discurso o establecer parámetros de conversación, por ejemplo. Estamos en una transición en donde los géneros, las clasificaciones, los estilos empiezan a mostrarse insuficientes y todavía no hemos aprendido a manejarnos en este nuevo espacio. La primera reacción del periodismo y de la política fue ver, fue mirar, como decía Alessandro Baricco hace algunos años, a unos bárbaros. Es un fenómeno que no entendemos y vamos a rechazarlo, incluso, antes de conocerlo. Diría que esa fue la primera reacción. Pero el devenir, y el hecho de que vivimos en un continente joven, donde la población tiene menos de 30 años y, por lo tanto, no conocen aquellos medios, aquellas plumas, que teníamos como referencia, nos desafía a incorporar esos nuevos espacios, esos nuevos contextos. Y muchos lo están haciendo con provecho. Es decir, hay medios de extraordinaria calidad y muchas firmas que uno conoce gracias a los medios digitales.
Vivimos en países muy polarizados, con discursos periodísticos beligerantes, agresivos e incluso vulgares, que no le hacen bien ni a la política ni a la ciudadanía. Tenemos una clase política que de alguna manera ejerce una función “pedagógica” perversa. Las redes sociales han venido a potenciar ese discurso, a difundirlo hasta esferas desconocidas. ¿Hay algún punto de contención? ¿Algún punto en el que se puedan establecer algunos límites?
Hay un fenómeno muy interesante, que yo estudié y sigo al detalle. Y es que la agresividad donde participa la política a veces la atribuimos rápidamente a las redes sociales. Pero resulta ser que esa agresividad, mayormente, viene de la política. Todos los indicadores que analizan a las redes sociales, en los múltiples géneros y temas que cultivan, son redes de disfrute, de goce, de entretenimiento, de distracción, de camaradería, de amistad. Pienso en los gamers o los cocineros, o cantantes, por ejemplo, pero cuando vemos la actividad y la información relacionada con la actividad política, las redes se convierten en infiernos. Entonces, yo me pregunto si esa agresividad era propia de la política. Si uno revisa la historia reciente, previa a la aparición de las redes sociales, advierte incluso que la política era bastante más agresiva, porque nosotros venimos de sociedades en las cuales la política mata a mucha gente. Ahora, si esa agresividad se expresa en las redes sociales lo veo como algo positivo en dos maneras. Uno, permite canalizar la violencia de una manera que antes se tramitaba de una manera más dramática. Y dos, porque la sociedad está viendo que la violencia es una forma de la política, no lo podemos soslayar.
La violencia es una herramienta consustancial al poder. Eso tampoco lo podemos soslayar.
Exacto. Lo que ocurre también es que las democracias institucionalizadas han logrado canalizar esa violencia, darle el monopolio de la fuerza al Estado en favor de la sociedad, pero el problema que tenemos en nuestros países es que las democracias no tienen instituciones fuertes y muchas veces el monopolio de la fuerza se ha convertido en un autoritarismo y en una amenaza para la sociedad, no en su defensa. Ahí lo que vemos, de nuevo, es el diagnóstico de nuestra poca cultura democrática. Si uno analiza el índice de The Economist, que es muy revelador de cómo funcionan las variables, Argentina, por ejemplo, tiene un 9 en procesos electorales. Hemos logrado, en estos 40 años de democracia, que las elecciones sean confiables, se tramitan de alguna forma cívica, que nos pongamos de acuerdo con los resultados, diría que ahí estamos más o menos bien, pero si vamos a la cultura política, Argentina tiene 5. Es decir, la mitad, y ahí lo que podemos entender es que el problema de la democracia es la propia cultura de los participantes. Tenemos otro impacto, ¿no? El periodismo siempre se pensó como un servicio al lector, como una herramienta para mejorar la democracia, como una forma de defender la libertad de expresión y la libertad de prensa, y ahora nos topamos con un dilema: cuando salimos a reclamar protección, decimos “sí, somos imprescindibles para la democracia”, pero cuando tenemos que rendirle cuentas a la sociedad… ¿qué le he dado?, ¿qué le he colaborado a la sociedad? Y esto es el punto que explica lo de los límites. En mi libro más reciente planteo la metáfora del cuarto poder, que funciona en países donde funcionan bien los otros tres (Ejecutivo, Legislativo y Judicial), pero yo me pregunto: ¿Qué nos pasa a nosotros cuando apenas tenemos uno? (El Ejecutivo). ¿Cómo podemos hablar del cuarto si no hay segundo ni hay tercero? Entonces, muchas veces la prensa dice: Listo, yo ocupo el segundo lugar. Y… no te corresponde, no eres el adversario político. Esa dinámica es la que les encanta a nuestros autócratas. Decir: “Ah, es mi oponente”. No, la prensa no es el oponente, pero eso tiene que ver con una vacancia que es tentador llenar.
Los columnistas, la plantilla de firmas, escriben de acuerdo a sus motivaciones, a sus creencias e incluso a sus intereses. Creo que eso es legítimo, pero ¿qué pasa cuando la agenda de un medio está asociada, vinculada, a una opción política? ¿Qué ocurre cuando eso lo empezamos a ver en coberturas, en investigaciones periodísticas, donde se silencian o soslayan unos temas y se potencian otros? Entonces, uno se pregunta: ¿Cuál es el interés de un medio de comunicación? ¿Servir a una opción política o develar una trama que puede ser de corrupción o de arreglos “non sancto” que tienen que ver con arreglos alrededor de una candidatura presidencial, de negocios o intereses empresariales, por ejemplo?
Allí hay una paradoja. Si las cosas sencillamente funcionaran, todos tendrían derecho a abogar por la causa que fuera, en la medida –eso sí– en que fueran transparentes para con la sociedad. Es decir, podría haber medios de las múltiples posiciones que hay en la sociedad, podría tener medios de un laboratorio, de una petrolera, entre otros, siempre y cuando la sociedad esté enterada. La información sobre la vacuna contra la Covid de Biont Tech-Pfizer a mí no me preocupaba, porque sabía que la presentaban con el respaldo de publicaciones científicas. El problema era que cuando entraba a la página de Gamaleya Fund (empresa que vendió la vacuna rusa en Argentina y al parecer en Venezuela) no había sino un discurso de buenas intenciones y de los premios Nobel que habían pasado por sus laboratorios. Entonces, no había equivalencia entre una información y otra. El asunto no era, precisamente, los intereses sino la falta de transparencia. Creo que este es un valor que nos está exigiendo la sociedad, ¿Por qué? Porque estamos acostumbrados al secretismo y a la discreción, porque si tuviera acceso a información, demandaría un contraste, una verificación, y por eso puse el ejemplo de la vacuna de la Covid. El problema que tuvo Gamaleya era que la información era global y que teníamos fuentes alternativas de calidad. Yo creo que una persona tiene derecho a incurrir en un error, el problema, sobre todo para quienes nos dedicamos a difundir información, es persistir en el error. Yo podría haber tenido expectativas con la vacuna rusa, pero inmediatamente supimos que no. Pero los gobiernos insisten en que ha sido una buena compra y hay colegas que publicaron en sus cuentas de Twitter su orgullo por haberse inmunizado con una vacuna, sin ningún respaldo científico. Ese es el riesgo. Pero, y ahí soy muy optimista, esa persistencia en el error queda tan evidente en estos tiempos y tan rápido que no dejo de maravillarme.
Dijo que las redes sociales pueden ser un salvoconducto, también lo creo, siempre y cuando le vemos el queso a la tostada. Pero lo que hemos visto en países francamente autoritarios, con rasgos inequívocos dictatoriales, como Nicaragua y Venezuela, es que hay gente presa por publicar un tuit. Antes, si un periodista era detenido, judicializado o desaparecido, tenía el respaldo institucional del medio, y ese hecho, de alguna manera, incomodaba al poder. Actualmente, trabajes o no en el mundo de las comunicaciones, vas preso. Diría que se erosiona la posibilidad de contar con una posibilidad. Y más en países donde solo funciona el poder Ejecutivo.
Sí, es cierto lo que dices, porque hay una extrema personalización del mensaje o de la información y eso nos expone. Es como cuando viajas en motocicleta y te dicen “ten cuidado, porque el parachoques eres tú”. Siguiendo con esa metáfora, diría que hay una mayor libertad de movimiento, pero también corres un riesgo mayor. Ahí es donde andan nuestros dictadorzuelos, porque estos problemas tienen más que ver, no tanto con la naturaleza de las redes sociales, sino con nuestras dificultades institucionales (la inexistencia de separación de poderes, de pesos y contrapesos). Agregaría a tu comentario lo que ha pasado en Cuba. De pronto el régimen no ha sabido poner límites a los creadores youtuber, y esos creadores estaban hablando de turismo, de gastronomía, de modas… pero en el momento de organizar las protestas, ellos tenían una comunidad y despertaron la atención en todo el mundo. Se abrió una fisura. Obviamente, significó la cárcel para muchos de ellos. Pero a otros los resguardó. Pienso en el caso de la bloguera Dina Star, actuando en su blog de modas y obviando cualquier comentario político. Pero cuando la vinieron a buscar para detenerla estaba dando una entrevista para un canal español. Eso fue un salvoconducto. Ella no pudo evitar que el régimen la encarcelara, pero el hecho de que haya sido visible globalmente le dio alguna forma de protección. La amenaza que tienen esos dictadores es la imposibilidad de sostener su discurso en el contexto global. Ahí creo que tenemos una pista.
No sabemos el devenir de esta transición. Por lo pronto ha puesto en duda la supervivencia de los medios. ¿Cómo ve el futuro? ¿Sobrevivirán aquellos que se enfoquen en el periodismo de investigación? ¿Ves a los medios capaces de sobrevivir a este momento de incertidumbre?
La experiencia que tenemos en Argentina es que las investigaciones más sólidas, han venido muchas veces, de redes sociales. Incluso por periodistas que no las pueden publicar en su propia web, por las razones que ya mencionamos. Lo que yo veo es un esquema colaborativo, algo parecido a una simbiosis, donde organismos diferentes se benefician mutuamente para alimentarse. Ya lo vimos en la pandemia. En Argentina, los datos no hubiesen salido a la luz pública si no fuera por dos tuiteros estudiosos de los datos y de los números, que generosamente colaboraban en el análisis de los datos que, mal y poco, publicaba el Ministerio de Salud. De hecho, su intervención obligó a las autoridades a publicar con más fidelidad los datos. ¿Qué hicimos los periodistas? Analizar los datos y la información con estos especialistas y nosotros les dábamos contexto, ese análisis de entrecruzamiento, lo que nos lleva al comienzo de nuestra conversación: el buen periodismo de opinión.
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*Divulgadora de temas de comunicación pública y periodismo. Doctora en Ciencias Sociales (FLACSO). Licenciada en Letras por la Universidad de Buenos Aires. Docente en varias universidades de Iberoamérica. Dese 2012 forma parte del equipo de investigación de la red mundial de Estudios de Periodismo. Columnista del diario La Nación, la señal Todo Noticias y la radio pública de la ciudad de Buenos Aires.
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