Letras de Francia – Hasta aquí llegaron las canoas
noviembre 2, 2020 por fundarteyciencia
Con el tiempo y la distancia me doy cuenta que la Lengua Materna nos estructura. En estos días difíciles de pandemia en Francia, donde vivo, hay frases que aprendí hace mucho tiempo que llegan solas, sin ningún esfuerzo: “Hasta aquí llegaron las canoas” es una que señala el fin de un período, de un juego, de una botella, de unos amores.
Por Javier Burgos Cantor *
Desde mi casa puedo ver pasar los trenes sobre el viaducto, del otro lado del boulevard. El boulevard se llama Sargento Triaire, un militar del ejército de Napoleón que se hizo explotar heroicamente combatiendo a los turcos, como Ricaurte en San Mateo, en átomos volando. Creo que no soy capaz de ese heroísmo, y prefiero, como el cantautor Georges Brassens, “morir por las ideas, pero de muerte lenta”.
Los trenes, como los buses sobre el boulevard pasan vacíos, interrumpiendo por un instante el silencio que se instala sobre la ciudad. De tiempo en tiempo una ambulancia con su estruendosa sirena nos recuerda la hecatombe. He renunciado a la radio y a la televisión para no seguir escuchando malas noticias.
Todo esto parece un naufragio, pero me da tiempo para perder, como la vida misma, que de todas maneras llevo perdida, dixit León De Greiff. La vida iba a enseñarme el origen de la frase: una Ley de la República de Colombia obliga a los estudiantes de Medicina, antes de obtener el Título, de ejercer un año de actividad profesional en un dispensario en el campo, “el año rural”. Esta Ley fue imaginada y defendida por el Doctor Héctor Abad Gómez, Profesor de Medicina y Defensor de los Derechos del Hombre en los años 1970 y 1980, hasta su asesinato en Medellín en 1987. Su hijo Héctor Abad Faciolince se vuelve escritor para contar el enternecedor y terrible relato del asesinato: El Olvido que seremos, del título de un poema del gran Borges que él encuentra en el bolsillo de su padre muerto.
Terminados mis estudios de Medicina en la Universidad de Cartagena, la Ley me concierne y acudo a la convocación del Secretariado de Salud. El funcionario oficial me comunica que mi nombramiento de Médico Rural es en el Corregimiento de Talaigua Nuevo, en el Sur del Departamento de Bolívar a las orillas del Magdalena, al margen occidental de la Isla de Mompox, el gran delta formado por los dos brazos del río. El funcionario se levanta para mostrarme sobre un mapa la localidad y noto su dificultad para encontrar la localidad de mi destino.
“Corregimiento” es un término heredado del tiempo de la Conquista y de la Colonia española cuando el Corregidor se encargaba de corregir, castigar, explotar. El médico se ocupa de la salud de los pueblos de Talaigua Nuevo, de Talaigua Viejo, de Patico y otro pueblecito de cuyo nombre no quiero acordarme, por evocar a Cervantes. El trabajo se efectúa entre el dispensario principal y las consultas prodigadas en los otros pueblitos, una vez cada dos semanas, en un “puesto de salud”, una casita prestada por la comunidad donde toda la dotación consiste en un escritorio, tres sillas, una camilla, un fonendoscopio y un tensiómetro. En cada puesto una “promotora de salud” organiza la lista de consultas. Los pobladores esperan, doblemente pacientes. El vehículo disponible es una bicicleta hasta que me compro un caballo, durante el verano. “todos los pueblos del río Magdalena están deseando, viven deseando, que se repita este fuerte verano, a ver si no se aniegan…”, canta Alejandro Durán, el juglar vallenato…”. Pero esto no puede suceder así, porque entonces dónde iremos a parar…”, continúa la canción. Con las lluvias el río se crece e inunda todo, los sembrados, los caminos y las habitaciones. Las familias esperan que las aguas se retiren encaramados en el zarzo, el espacio inventado entre los aleros bajo el techo de palma.
En la época de lluvias el transporte se hace por el río y por los caminos transformados en rutas fluviales hasta que por los desniveles del terreno la canoa toca fondo y el boga anuncia: hasta aquí llegaron las canoas.
No trato de escribir una biografía. Los biógrafos son simple secretarios, me dijo Vassilis Alexakis, el escritor de la isla de Tinos, en Grecia. Los relatos, los cuentos y la literatura en general, permiten mentir, y se adaptan a los recuerdos de cada quién, para volverse el gran olvido que seremos.
El agua para uso doméstico viene directamente del río. “el día que yo me vaya, quién se acordará de mí? solamente la tinaja por el agua que bebí.” Cada rancho tiene su tinaja, el recipiente de barro donde el agua se aclara gracias a un poco de alumbre que deposita las impurezas en el fondo. Las lámparas de kerosene de luz temblorosa se enfrentan al gran manto de la noche. De vez en cuando se enciende una unidad eléctrica descomunal, ávida de combustible, y la fábula mentirosa que es un regalo personal de la Gobernadora. a pagar en cuotas periódicas, durante las elecciones. No hay alternativa, siempre “se elige” la misma.
Las enfermedades son las mismas, parasitosis, anemias, desnutrición. Hay que interpretar los síntomas, de la rama a la raíz. Comprendí con la práctica, que las enfermedades del pueblo tienen su origen en un sistema de explotación del hombre por el hombre. Aunque esté yo aquí repitiendo la repetidera. Mientras tanto, el año que duraba la medicatura rural había pasado. Por primera vez desde que estaba en el pueblo, un télex llegaba a tiempo, indicándome el final del contrato: decidí quedarme, alquilé una casa en la placita principal y Talaigua tuvo su flamante y primer galeno privado, “el médico del pueblo” le decían, para distinguirlo del oficial que fué nombrado inmediatamente en mi remplazo.
Los corregimientos de esa ribera del río quieren desde hace mucho tiempo constituirse en una nueva entidad administrativa, un Municipio. Con este fin se organiza un “movimiento cívico independiente” que se reúne cada semana en el atrio de la iglesia, frente al río. La reunión es pública, abierta a todos y el problema principal consiste en evitar que los lugartenientes de los dos partidos tradicionales desenvainen los machetes.
En esa época apareció Ángel Galeano Higua en mi casa. Entró por la puerta del campo, siempre abierta durante el día y que a través de un zaguán da acceso al patio interior, donde dos corredores en L, rodean un árbol de tamarindo, unos helechos, dos ciruelos y una pareja de loros que se balancean de rama en rama con estropicio. Ángel viene de Medellín y el sigilo de los hombres de la montaña lo ayuda en su oficio de reportero. Trae una cámara fotográfica y un proyecto casi listo en el corazón, El Pequeño Periódico. La foto capta la escena: el médico, de rodillas cura las úlceras varicosas del viejo campesino sentado en una mecedora de mimbre. La foto acompañará nuestro primer reportaje: “La salud del pueblo no se cura con pastillas”.
Nimes, 9 de Abril de 2020. EL PEQUEÑO PERI+ODICO
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