Hitler y Putin, por Fernando Mires
Twitter: @FernandoMiresOl
Todas las analogías son ahistóricas. Ni la historia se repite, ni los personajes históricos son reproducidos con papel de calco. Otra cosa son las comparaciones y los paralelos, procedimientos a los que es lícito recurrir desde un punto de vista historiográfico. Naturalmente, Putin no es Hitler, aunque podemos compararlos y encontrar semejanzas y diferencias, así como también podemos hacerlo con Putin y Stalin, o Putin y Pedro el Grande, con quien se ha comparado el propio dictador ruso.
En su artículo precisamente titulado «Putin y Hitler», Manuel Castells, uno de los sociólogos de referencias de la izquierda española (Podemos y algunas fracciones del PSOE) llama «halcones» (concepto usado en los EE UU para referirse a sectores belicistas) a quienes han logrado acuerdos para enfrentar la avanzada de Putin en Ucrania. Con ello imagina tal vez situarse en la fracción de «las palomas» (moderados, en el léxico estadounidense). Pero el problema no es tan simple. Ni todos los que creen en la política de apoyo militar a Ucrania son halcones, ni todos los que creen en la política de la negociación son palomas.
Muchos pensamos que hay que buscar negociaciones entre las partes beligerantes. Pero también sabemos que el principal enemigo de las negociaciones es Putin, pues como constata el mismo Castells «Putin no va a cejar hasta ocupar la parte de Ucrania que define como rusa» (o sea toda Ucrania, según su ensayo del 2021). De ahí que el problema correctamente planteado es cómo llevar a Putin a la mesa de negociaciones, algo que no nos dice Castells.
Partamos de una premisa: mientras Putin tenga poder de fuego, no irá a negociaciones. La experiencia, por lo menos hasta ahora, muestra que Putin no va a aceptar negociar donde pueda perder (y en toda negociación los negociantes deben perder algo). Putin solo aceptará su victoria total. Visto en sentido inverso, Putin solo aceptará negociar cuando entienda que no puede ganar. Conclusión a la que no va a llegar mediante un ejercicio intelectual. De tal modo que hay que obligarlo a negociar. Bien, ese es el objetivo de esta guerra para el campo democrático occidental (halcones, según Castells)
La guerra misma es una negociación. Cada centímetro conquistado es un argumento en contra o a favor de Putin. Nadie piensa que la guerra se lleva a cabo para matar más enemigos sino para acercarse a una condición de negociación aceptable para ambas partes, no solo para una. Si fuera para una, hablaríamos de capitulación. Pues bien, eso lo que propone Castells.
A fin de convencernos, Castells usa dos premisas que a la vez son las mismas de Putin. La primera, es que en Rusia impera un sentimiento de humillación que debe ser compensado. Falso. Putin se siente humillado, pero no así la ciudadanía rusa. Para que los rusos se sintieran humillados deberíamos aceptar que el fin de la Rusia comunista fue obra de la OTAN, la que jamás movió un dedo para apoyar a las fuerzas democráticas insurgentes en Rusia (ni en Hungría de 1956, ni en Checoeslovaquia en 1968, ni en Polonia en los setenta) La caída de los sistemas comunistas fue obra de los ciudadanos del mundo comunista, no de una potencia extranjera.
Por lo demás, no fue solo la humillación derivada del Tratado de Versalles lo que determinó el ascenso de Hitler. Si Hitler llegó al poder fue en primer lugar por el miedo que sentía la población alemana frente al avance del comunismo, de la impotencia política de la república de Weimar y de la inflación desatada desde la crisis de 1929. Hitler enriqueció a Alemania. Eso explica por qué Hitler fue adorado por los alemanes como un mesías. Cosa que no ocurre con Putin, quien está empobreciendo a Rusia. Si los rusos lo vieran como un redentor histórico que va a poner fin a una humillación y luego enriquecer al país, Putin sería tan amado como Hitler. Pero Putin solo inspira miedo, o terror, pero no amor.
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La segunda premisa es que Putin puede usar en algún momento los dispositivos nucleares. Y claro, es una posibilidad latente. Por eso el campo democrático usa medios para evitar un desenlace atómico sin tener que entregar Ucrania a Putin, como propone Castells. La no intervención directa de OTAN es un medio. Otro, es la diplomacia internacional, y uno de sus objetivos es lograr que China no se convierta en aliado militar de Rusia, lo que hasta ahora se ha logrado. Alemania, Francia y otros países europeos han intensificado alianzas económicas con China a un nivel incluso más alto que el que prevalecía antes de la invasión rusa.
Cambiar paz por territorio como propone brutalmente Castells, es suponer que Putin lucha por más territorio (no es lo que le interesa, aduce el mismo Castells) y no por la soberanía de Ucrania. En otras palabras, la de Castells no es una propuesta de negociación. Es una, reiteramos, de pura y simple capitulación.
Naturalmente, capitular es también una opción política y al serlo no debe ser descartada. Pero como toda opción, requiere de determinadas condiciones. La primera, que sea el gobierno ucraniano en conjunto con los gobiernos de Europa central y del este – los que en caso de capitulación son los que se verían más afectados frente a posibles nuevos avances de Putin – quienes acepten una capitulación. Sin ese procedimiento, la OTAN y la UE serían dividas en dos partes antagónicas, y eso es lo que más quisiera Putin.
La segunda condición es que el resultado de esa capitulación no sea acercarnos a una nueva guerra. Algo muy importante de tener en cuenta. Pues una capitulación llevaría al desconocimiento de todos los acuerdos y tratados internacionales, de las propias Naciones Unidas, y a una incitación a todos los poderes mundiales antidemocráticos del mundo a seguir el ejemplo de la Rusia triunfante.
Una capitulación, dicho en breve, no traería consigo ninguna promesa de paz. Lo más probable es que al día siguiente Rusia haría lo posible para hacerse de Moldavia y Georgia. Los países bálticos, más Finlandia y Polonia exigirían, y con razón, concentrar todos los dispositivos militares, incluyendo nucleares, en sus cercanías. La OTAN, o por lo menos una parte de ella, se vería presionada a intervenir directamente. En breve, una capitulación nos acercaría mucho más a la guerra nuclear en lugar de distanciarnos de ella. Pensar lo contrario sería confiarnos en las palabras de Putin. Y eso, la historia reciente lo ha demostrado, es lo que menos se puede hacer.
Y no por último, ¿con quién propone Castells llevar a cabo negociaciones que conduzcan a la capitulación? Cualquiera que entienda un poco de política internacional sabe que el bando occidental, justamente por ser democrático, no es monolítico. En los países escandinavos e Inglaterra no se piensa lo mismo que en Francia o Alemania, en Polonia no se piensa lo mismo que en Hungría, en Europa no se piensa lo mismo que en los EE UU. Turquía y Hungría están incluso más cerca de Putin que de la UE y de la OTAN. Eso significa que cualquiera proposición de capitulación llevaría a una división de las filas occidentales (el logro más alto alcanzado hasta ahora por Occidente) y por lo mismo a una nueva tentación expansionista de Rusia. ¿Es eso lo que busca Castells?
Por lo demás Occidente ya capituló una vez. La guerra que inició Putin en Ucrania en el 2014 y su apoderamiento violento de Crimea y de los territorios del Donbas, no le trajo, aparte de mínimas sanciones que no se materializaron, ningún problema con EE UU y menos con la UE. Justamente, fueron la impavidez de Occidente y la consecuente negación a que Ucrania ingresara a la OTAN, hechos que alentaron las expectativas de Putin. 2014 abriría el camino para el 2022.
Según Castells, estamos en Munich de 1938, cuando los aliados buscaron apaciguar a Hitler a espaldas de Checoeslovaquia. Pero evidentemente no es así: no estamos en Munich de 1938. No obstante, proposiciones de Castells, tendientes a repartir Ucrania a espaldas de Ucrania, sí llevarían a repetir el triste episodio de Munich de 1938. Y bien, precisamente eso es lo que hay que evitar. Un Putin vencedor es mucho más peligroso que uno perdedor. Quizás eso es lo único que une a Putin con Hitler.
Los aliados europeos tuvieron que vencer su antinorteamericanismo para lograr la unidad mundial frente a Hitler. Hoy la unidad ha sido lograda contra Putin, pero Castells y sus derechistas izquierdas quieren desvirtuarla en nombre de ese mismo antinorteamericanismo que en el pasado dejó a Europa, durante un tiempo, desamparada frente a Hitler.
La historia demostró, lamentablemente, que Chamberlain, no tenía razón.
El artículo de Manuel Castells puede ser leído en Manuel Castells – PUTIN Y HITLER (polisfmires.blogspot.com)
Fernando Mires es (Prof. Dr.), Historiador y Cientista Político, Escritor, con incursiones en literatura, filosofía y fútbol. Fundador de la revista POLIS.
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