El viaje de los empresarios en la política, por Luis Ernesto Aparicio M.
Twitter: @aparicioluis
La historia política contemporánea ha estado plagada de extrañas partidizaciones y participaciones. Son muchos los ejemplos de personajes que han irrumpido en el escenario partidista y electoral. La gran mayoría de ellos surgen con propuestas propias, también con sus partidos. Mientras, otros reciben el beneplácito de nuevas o viejas estructuras políticas, sin dejar de mencionar aquellas que se dejan llevar por el mesianismo y la búsqueda desesperada de un liderazgo que les permita retomar el camino del poder.
Entre deportistas, actores, comediantes, militares, maestros de escuela, obreros, pequeños o grandes comerciantes, exguerrilleros y empresarios, el panorama político siempre ha sorprendido al mostrar esa extraña flexibilidad que muchos critican, pero que es propia de la libertad que se despliega cuando la política se practica bajo los parámetros que ella ofrece.
De la lista que se puede construir desde el párrafo anterior, algunas figuras no han sido constantes en el escenario de la política y otros han resultado la perdición para sus países, aunque muchos de ustedes podrían estar pensando que para dedicarse a esta fascinante disciplina se requiere un poco de las cualidades de ese grupo. Y nos les faltaría razón.
Manejar el discurso y la imagen personal para lograr el atractivo suficiente ante las masas, con condiciones físicas suficientes y una valentía más allá de lo que el promedio conoce, más lo de relevante importancia: ser un gran recaudador y administrador de recursos. Estas son las fortalezas básicas con las que un candidato y futuro presidente debería contar.
Sin embargo, al revisar la misma contemporaneidad histórica, encontramos que no todo aquel ha resultado favorecido en alguna contienda electoral por ser él resumen de esas características. Antes bien, se han quedado siempre en su escenario natural en la de la práctica de una de ellas.
A lo que me refiero es que no siempre un actor ha resultado ser un buen político y ni se diga un buen presidente —aquí muchos de ustedes se detienen y piensan en Zelensky—; mucho menos un militar. Y aunque los empresarios siempre han estado involucrados en la política, todos detrás de los escenarios —o como diría uno de mis amigos «teatreros», de tramoyeros— cuando han decidido ser protagonistas directos, el asunto no ha resultado como cuando andan en sus negocios personales.
De ejemplos estamos cargados y para ello prefiero acudir a los 80, cuando comenzó la revuelta relacionada al neoliberalismo. Lo que estaba ocurriendo con el sistema democrático y la situación de desgaste de los políticos tradicionales, ofrecía el momento propicio para permitir el paso a una supuesta renovación con un grupo de empresarios a la cabeza.
No obstante, las mismas condiciones por la que arribaron las nuevas versiones de la política y el empresariado traían consigo los gérmenes que les permitieron irrumpir en la escena política: el desgaste de los partidos, desencanto, corrupción y la falta de interés para reducir las divisiones entre sus ciudadanos.
El presidente insignia de esta crisis fue Silvio Berlusconi, un arribista en el mundo empresarial italiano, pero que, con sus habilidades para el manejo del negocio y la manipulación, llegó a cosechar suficiente dinero y hasta el poder. Pero su acostumbrado comportamiento sexual y sus maniobras financieras lo convirtieron en la imagen del fracaso de un empresario como presidente de una nación; aunque ande de vuelta de la mano de los ultraderechistas Hermanos de Italia, de Giorgia Meloni.
Pero la lista puede engrosarse con el primer bate en Latinoamérica. Se trata de Carlos Menem, quien en su intento por crear estrategias financieras que podrían ser exitosas para una empresa, arrastró a su país hacia una gran crisis. Y puede continuar con Vicente Fox, Mauricio Macri y Sebastián Piñera, exitosos en el mundo empresarial, mas como jefes de Estado terminaron en lo mismo de sus antecesores y hasta peor.
Ni hablar de Donald Trump, el admirado empresario norteamericano quien lleva en su equipaje unas 34 acusaciones que incluye malversación, ocultamiento, mentiras y lo que es peor intentar —todavía— socavar a una de las democracias más antiguas y admiradas del mundo.
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De vuelta al tema, está a la vista que no basta estar en la nave empresarial para emprender un viaje tan serio como es de regir los destinos de una nación y garantizarles a todos sus ciudadanos la honestidad suficiente como para que estos puedan lograr el equilibrio entre sus desigualdades y su prosperidad, sin apartar los intereses que les han movido como empresarios.
Para ser justo, ninguna profesión es licencia obligada para ser un buen líder o político, pero los ciudadanos debemos andar con cuidado y medir los riesgos que ofrece el decidir por alguno. Hay que observar cuidadosamente las experiencias y habilidades para el manejo de lo público de cada uno de los personajes que intentan dirigirnos.
Luis Ernesto Aparicio M. es periodista, exjefe de Prensa de la MUD
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