Enrabiados: la cultura de la cancelación, por Humberto Villasmil Prieto
Twitter: @hvmcbo57
El perverso vive siempre en perversidad de boca.
No puede mirar el sol de frente.
Anda siempre detrás de su sombra.
Augusto Roa Bastos, Yo el supremo.
El título de estas líneas no me pertenece. Enrabiados es la más reciente publicación del mexicano Jorge Volpi. Se trata de un libro de cuentos, género que el autor reivindica particularmente. El texto, además de sugerente, es del todo actual, pues esta rabieta colectiva y frecuente en buena medida marca el signo de los tiempos como a mi generación enseñara hace muchos años el inolvidable padre Olaso en la Facultad de Derecho de la casa de Montalbán al explicarnos la Constitución Pastoral Gaudium et Spes.
En una parte de la obra de Volpi se suscita un diálogo a propósito de una noticia anónima que daba cuenta de que «[l]a Ministra Lundqvist negocia jugosos contratos para una empresa energética extranjera, en un obvio conflicto de interés».
A propósito del intercambio de la información suscitada en las redes sobre la noticia, continúa Volpi:
—La vida privada ya no existe—-le dijo Marcus a Eva, mientras analizaban aquel hilo.
Marcus le mostró los comentarios que los usuarios agregaban a aquel montaje: como era de esperarse, se hallaban teñidos por esa mezcla de ira y bestialidad propia del pajarraco azul.
—¡Si todo es mentira! –exclamó Eva, entre fastidiada y sorprendida –eso solo lo sabes tú— le replicó Marcus.
Eva soltó una carcajada.
—¿Así que ahora estoy obligada a probar algo que no existe?
—Las redes son lo contrario de un proceso judicial, Eva: todos somos culpables salvo prueba en contrario –¿Qué pruebas quieren? – estalló ella.
—En el mundo virtual lo único que importa son las percepciones y en ese terreno, Eva, estamos perdiendo (cit, p. 79).
La cultura de la cancelación y el lenguaje políticamente correcto son voces que provienen de la lengua inglesa; la cancel culture y, a la par, la political correctness o politically correct (PC). Uno y otro son la ola envolvente que signa una sociedad de intolerancia que procura con frecuencia la muerte social del disidente o convertirlo en un «paria que en el uso que nuestra Arendt (Hannah Arendt) da a esta palabra significa negarle su pertenecía al mundo» (Fernando Vallespín, La sociedad de la intolerancia. Galaxia Gutenberg, 2021, p. 77).
Todo ello se sirve, privilegiadamente, de un fetichismo de la palabra donde esta pierde todo significado. Vaciada de contenido ella dirá lo que el poder quiere que diga, no lo que quiso expresar. Los guerreros del teclado, como un sabueso, van a la caza de toda reputación que se le oponga con lo que esta vive en el incómodo estadio de lo que Emily Rosamond llamara la «volatilidad reputacional» que supone la dispersión del riesgo reputacional gracias a las métricas de la plataforma y las interacciones a través de las cuales se acumulan (Reputation Capital to Reputation Warfare: Online Ratings, Trolling, and the Logic of Volatility. Theory, Culture & Society, 37(2), pp. 105-129).
Desde luego, que todo ello exigirá que alguien, algunos, se sientan ofendidos por cualquier expresión que no provenga de su domicilio ideológico. Así funciona este mundo identitario. La afrenta debe ser cobrada inaudita parte. El mismo Vallespín en un texto que mucho me enseñó lo explica de mejor manera: «En su introducción al libro de Jonathan Rauch, Kindly Inquisitors (2013), George F Will señala cómo se busca generalizar la idea de que «sentirse ofendido es un signo de agudeza intelectual y refinamiento moral», y se traduce en el siguiente principio: «Alguien ha sido ofendido, luego algún otro debe ser culpable de algo»(Vallespín, cit, p. 92).
En un artículo publicado en la edición del 24 de febrero del 2022 del diario La Nación de Buenos Aires escribía Gustavo Liendo: «Así, los ejecutores del pensamiento único están convirtiendo el mundo en un lugar de permanente persecución contra los díscolos; y en esa atmósfera, poco importa si esos ejecutores son de derecha o de izquierda porque lo que los identifica no es su ideología política, sino su intolerancia y la búsqueda de confinarnos dentro de un régimen totalitario, donde solo habrá una forma de vivir y pensar, más allá de que traten de disimular esa obscura intención bajo la apariencia de ser los defensores de la democracia, del interés de las minorías, del pueblo, de la preservación del planeta y/o de la humanidad (…) Por supuesto —concluye— que la velocidad de los medios modernos de comunicación y las redes sociales ayudan de forma sustantiva este proceso de intimidación, porque diariamente y sin piedad resaltan, embisten, humillan y castigan a todo aquel que no se alinea con la masa».
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Con la cultura de la cancelación y el (PC) vivimos un nuevo macartismo. Un espléndido libro de Carmen Domingo (Cancelado. El nuevo Macartismo) viene a dar cuenta de «la quema de libros» metáfora que —dice la autora— apunta a «la anulación de las ideas en pro de lo políticamente correcto» (p. 22). De ello no se salvaron de momento ni Las aventuras de Tom Sawyer o las de Huckleberry Finn, pero tampoco Astérix en América o Tintín en el Congo.
Desde la atalaya de su presentismo, la cancel culture desprecia no solo el matiz, sino el contexto del tiempo histórico en que las distintas obras de la literatura, de la pintura, de la música o del arte, en general, se hayan creado.
Estamos, dice Carmen Domingo, ante una «policía del pensamiento que no emana de un Estado autoritario, sino de la propia sociedad, y no de toda la sociedad sino de sus sectores más jóvenes y progresistas que a su vez forman parte de otro movimiento, el woke, entendiendo con ello que como dice el verbo inglés al estar despierto son más sensibles a la aplicación de la justicia» (cit, p. 27).
Una cita más de Domingo nos permitirá recapitular: «…estamos ante el nacimiento de un nuevo sistema de opresión propiciado, sobre todo, desde las redes sociales, amparándose, además, en el anonimato que estas llevan implícito, lo que facilita la creación de esta nueva forma de tiranía cultural mucho más peligrosa que el mismo pensamiento: tendemos hacia el pensamiento único» (cit, p. 32).
Se develan así con todo su dramatismo los signos de los tiempos, nos diría hoy en un aula de clases el inolvidable padre Olaso.
Humberto Villasmil Prieto es abogado laboralista venezolano, profesor de la Facultad de Derecho de la UCV, profesor de la UCAB. Miembro de número de la Academia Iberoamericana de Derecho del Trabajo y de la Seguridad Soc.
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