María Yasmina, de 48 años, cuenta su encuentro con la Virgen María hace unos años:
«Siempre he sentido a Jesús cerca de mí. A los 2 años me persignaba, aunque nunca lo había aprendido con mi familia: mi padre es musulmán; mi madre, católica, pero no era religiosa. Un día, hace unos diez años —siendo voluntaria en un centro de cuidados paliativos— fui, antes de iniciar mi servicio, a la pequeña capilla del hospital. Allí, al fondo de la sala, me arrodillé ante el tabernáculo; a mi lado también rezaba una joven a la que no conocía, pero frente a una estatua de la Virgen María. De repente, tuve la sensación de que nuestras dos oraciones estaban entrelazadas, respondiéndose la una a la otra.
Unas horas más tarde, encontré a esta joven durante el almuerzo. Era voluntaria, como yo. Hablamos de nuestros itinerarios espirituales, que eran similares. Más tarde nos volvimos a ver y ella me sugirió rezar juntas el Rosario. Hasta entonces, nunca había llegado al final, ¡me resultaba un poco aburrido! Pero rezamos todo un Rosario y entonces sentí como un velo de sencillez y humildad que me cubría, al mismo tiempo que me inundaba un intenso calor físico. Estaba abrumada por las lágrimas.
Ante mí estaba la imagen de María, su mano protegiendo al mundo. De repente sentí que ella me abría un camino hacia el Señor y me llamaba a confiar en Ella. Mi amiga me introdujo a la presencia de María. Por primera vez en mi vida espiritual, rica pero hasta entonces algo racional, experimenté un encuentro, su fuego, su urgencia.
Estoy consagrada a Nuestra Señora desde 2016, la he puesto en el centro de mi vida. Desde entonces, mi compromiso voluntario como trabajadora del hospital de Lourdes ha adquirido un significado mucho más intenso. Ahora confío mis decisiones a María porque sé que ella me precede».
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