América Latina y la política exterior feminista, por Bruna Soares de Aguiar
Twitter: @Latinoamerica21
En 2014, Suecia fue el primer país en anunciar una política exterior feminista (PEF). Sin embargo, en octubre de 2022, la coalición de derechas ganó las elecciones en el país nórdico, y desde entonces, lo que había sido el espejo de varios planes de acción feminista, dejó de figurar en el selecto grupo de acciones exteriores de carácter notablemente feminista.
Nueve años después de la innovación de asumir un paradigma feminista en las relaciones internacionales, solo México (en lo que respecta a América Latina) se ha embarcado en el intento de cambiar, al menos en la nomenclatura, los caminos que pretende seguir en el sistema internacional. México, un país en el que 7 de cada 10 niñas menores de 15 años fueron víctimas de violencia de género en 2022, anunció que integraría la perspectiva feminista en sus articulaciones con el exterior, aunque esto genere muchas controversias. Sin embargo, los países europeos que también han declarado la adopción de una PEF no presentan una trayectoria coherente con las perspectivas feministas, como es el caso de Francia, Alemania y, en América del Norte, Canadá.
En este sentido, el principal desafío de la política exterior feminista en este momento es desprenderse de la idea de que es sinónimo de políticas de igualdad de género y, sobre todo, dejar de ser una aparente estrategia discursiva de los Gobiernos. Así, lo que hay que cuestionarse es si, de hecho, en los últimos nueve años, algún país ha ejecutado una política exterior feminista más allá de la adjetivación.
«El peligro de una historia única»
Como bien ha señalado la escritora feminista Chimamanda Ngozi Adichie, estamos acostumbrados a escuchar una sola versión de los hechos y asumirlos como verdades incontrovertibles, sobre todo si las cuentan quienes ejercen el poder. Por eso, cuando un país nórdico que figura en los principales rankings de igualdad de género anunció un manual de política exterior feminista, asumimos este camino no solo como posible y necesario, sino también, en muchos casos, como el único.
En un intento por denominar feministas a sus políticas, los Estados acaban adjetivando las políticas de igualdad de género como feministas. Acaban, en cierta medida, cooptando los feminismos en un proceso de promoción de acciones que son históricas y tradicionales en las relaciones internacionales, y que no cuestionan en absoluto las estructuras de desigualdad entre hombres y mujeres, la distribución desigual del poder y la escasez del debate sobre la diversidad sexual y de género, el racismo y el colonialismo en el sistema internacional.
Aquí no se trata de negar los evidentes efectos positivos del aumento del número de mujeres en los parlamentos, consulados y embajadas, así como en otros puestos de poder en los Estados y Gobiernos. Sin embargo, es necesario ir más allá.
En Brasil, durante las elecciones de 2022, se habló mucho de la posibilidad de tener finalmente una mujer al frente de Itamaraty. No fue así. La decepción del primer momento dio paso a la esperanza con el anuncio de Maria Laura da Rocha como secretaria general. Recién en 2023 tuvimos la primera mujer en un cargo de liderazgo en nuestro sistema de relaciones exteriores. ¿Cómo dar el paso hacia una PEF? Tal vez, en este caso, sea importante valorar la necesidad de cambios estructurales, pero también (re)contar la historia y las posibilidades del ejercicio de los feminismos como paradigmas de las relaciones exteriores.
El objetivo aquí no es presentar «cómo implementar una PEF en 10 pasos», sino proponer una reflexión sobre los aportes que pueden y deben construirse a partir de la experiencia de Latinoamérica y, en particular, de Brasil.
La historiografía del movimiento feminista internacional es narrada a partir del protagonismo de las luchas en Estados Unidos y Europa, sin embargo, en América Latina las mujeres fueron y son activas en las luchas por ocupar y mantener los espacios públicos en sus territorios. La diferencia radica en, precisamente, la forma en que luchan. Hay que apelar a las reflexiones decoloniales, ya que en la región ha habido y hay un proceso de epistemicidio, es decir, una práctica constante de borrar los aportes que no son producidos en los países centrales o por las élites. De esta forma, lo que solemos entender como suficiente para el empleo de una PEF termina siendo, una vez más, una (re)producción de procesos de igualdad de género constituidos a partir de contextos específicos que, en muchos casos, poco se parecen al nuestro.
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La estructura gubernamental de Brasil es el resultado de un largo proceso de colonización y colonialismo interno, en el que hombres blancos experimentados (en el sentido de mayor tiempo vivido) definen los caminos que debemos seguir. Esto no quiere decir que sea diferente en Europa, pero en un momento dado se percibió que una pequeña dosis de derechos sociales podría contribuir al proyecto de poder vigente. Esto no ha ocurrido aquí porque los derechos sociales no favorecen la dominación.
Así que, por mucho que Brasil haya elegido un gobierno que es, hasta cierto punto, progresista, el país sigue estando limitado en las estructuras de la única historia que conocemos y (re)contamos sobre la igualdad de género. Los últimos cuatro años no han sido solo de regresión, sino también de ampliación, ascensión y liberación del conservadurismo colonial brasileño. Esto significa que, incluso para avanzar en políticas de igualdad de género, las estructuras son más duras y resistentes. Imaginar una política exterior feminista a estas alturas puede ser utópico, sobre todo si se piensa partiendo del modo europeo.
La contribución de Brasil, en primer lugar, debería ser el desarrollo de una PEF que realmente revise la estructura de su pasado y presente colonial. ¿Cómo abordar una política feminista en un Ministerio de Relaciones Exteriores predominantemente blanco, masculino y heterosexual? ¿Cómo integrar a las mujeres en posiciones de liderazgo en consulados y embajadas, cuando la visión de la sociedad, en muchos casos, es el resultado del propio proceso de construcción de la élite brasileña importada de Europa?
Cuando en un debate presidencial, el actual presidente Luiz Inácio Lula da Silva afirmó que no elegiría a sus ministros por raza y género, sino por capacidad, reveló lo que necesitamos revisar antes de aplicar una PEF en Brasil: nuestras raíces. Hasta que no asumamos, o seamos capaces de asumir, que no se trata de capacidad, sino de representatividad, inclusión y diversidad, las estructuras no serán cuestionadas, y será muy difícil tener una política exterior feminista más allá de los discursos.
Bruna Soares de Aguiar es Doctora en Ciencia Política (IESP/UERJ), magíster en Sociología (IESP/UERJ), especialista en Política Exterior Feminista y consultora independiente.
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