La mujer no fue creada “a posteriori”, como muchos podrían pensar al leer la historia de la Creación. Al contrario, es fruto de una gran gracia.
La gracia misma viene de Dios, pero puede ser invocada por las acciones humanas. Un perdón es un acto de bondad inmerecido. Estar lleno de gracia simplemente significa ser preferido a los demás. También significa ser apreciado, ser considerado digno de benevolencia o ser muy apreciado en relación con los demás.
Según el Evangelio (Lucas 1, 28), Dios envía a su ángel para revelar su designio sobre la mujer y así dice: «Salve, llena de gracia, el Señor está contigo; bendita eres entre todas las mujeres». En este contexto, la mujer llena de gracia es María, la madre de Jesucristo. La Inmaculada Concepción de una virgen fue profetizada en Isaías 7, 14: «Por tanto, el Señor mismo os dará una señal: la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y su nombre será Emmanuel».
Cabe señalar que María no fue la única virgen en Israel. Había otras vírgenes en la tierra. Pero el hecho de que María haya sido elegida como intermediaria para dar el Mesías al mundo para su misión redentora no es más que un favor. María fue privilegiada sobre las demás vírgenes de Israel, lo cual es fruto de la gracia divina; sin embargo, esta gracia descansaba en la voluntad de María de permanecer pura: María no fue pasiva en su santificación y así encontró gracia a los ojos de Dios.
La gracia (favor) dada a María es única y extraordinaria, en el sentido de que ninguna otra mujer jamás ha concebido un hijo por el poder del Espíritu Santo. La historia de la redención del género humano no puede contarse sin mencionar a la Virgen María.
El favor de Dios no está reservado para un pueblo en particular. El favor no tiene en cuenta nuestros orígenes, calificaciones, edad, etc. Si somos aceptados y amados por Dios totalmente, en Cristo, por su gracia (Efesios 1, 4-6), esto no debe eximirnos de llevar una vida que le agrade.
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