MARÍA
Rodulfo González
El
nombre de María, amada, tiene especial connotación para mí, barco a la deriva,
árbol debilitado por el paso de los años, flor marchita, numen sin poeta que lo
vitalice y lo libere de sus cadenas.
María,
la madre del Hijo del Hombre, me asombra por su capacidad de
transmutación y apariciones, bajo diversos nombres, en diferentes lugares de la
tierra, para propagar la fe cristiana. En ella veo reflejada a todas las madres
del mundo por la fortaleza conque revistió su grácil cuerpo para
resistir el dolor del hijo muerto en la cruz.
María,
idealizada por Jorge Isaacs en su inmortal novela homónima, fue en mi candorosa
infancia campesina un ser real cuyo romance platónico con su primo
Efraín me deleitó hasta el éxtasis y cuya temprana muerte arrancó tiernas y
abundantes lágrimas a mis ojos, entones en la plenitud de su vitalidad,
Yo me iba, amada, a un secreto lugar del fondo de ni casa a leer a María y a
soñar con ella, ignorante de la importancia de la novela en la literatura
romántica. Todavía, amada, María acompaña mis sueños y la lectura de la genial
obra me deleita con la misma fuerza de mis años primeros, cuando carecía de
espíritu crítico para juzgarla. Ya conocí, amada, la hacienda El Paraíso, donde
Jorge Isaacs situó el desarrollo de la novela y quedé extasiado de tanta
belleza. Estuve en la alcoba de Efraín y en la de María y en el estudio donde
éste le enseñaba a su amada y a su hermana Emma rudimentos de historia,
geografía y aritmética y les leía la novela Atala, de René de Chautebriand.
María
seguirá siendo para mí, amada, la representación auténtica del ideal
romántico llevado a extremo exponencial. Y si es cierto que muere victima de
epilepsia, enfermedad para le época incurable y de moda, basta releer por
enésima vez el libro para imprimirle vida, ya que tiene la prodigiosa capacidad
da resurgir de entre sus páginas en cada lectura. ¡María permanece
imperturbable, por su divinidad, ante el paso avasallador y destructor del
tiempo!
María,
la hermanita del Divino Sacramento, candorosa como une niña y tierna como la
sinfonía que nos regala el ruiseñor, irradió de luz mi adolescencia de lector
desordenado. ¡Cómo disfruté amada, la ingenua reacción de Sor María ente la
presencia del amor, no el divino, sino el humano, en un mal pensamiento que
atribuyó al diablo! Sor María del Divino Sacramento siempre me ha
acompañado, aunque perdí sus huelles bibliográficas con el olvido del autor del
poema que le dio vida, que comenzaba así:
La
hermanita Sor María del Divino sacramento/ sollozando me decía/ el diablo me
puso un día/ señor, un mal pensamiento/ Decí, hermana... ¿Lo sabes,
amada?
La
última María que me impactó de por vida, como las otras, fue la bíblica María
Magdalena, la bella mujer que lavó los pies de Jesús de Nazaret y los aromatizó
con suaves ungüentos. ¡Qué acción tan piadosa y poética en quien como
ella era pecadora!
No hay comentarios:
Publicar un comentario