martes, 20 de junio de 2023

Venezuela, la cuna de la ilustración en América Latina

 

Venezuela, la cuna de la ilustración en América Latina

La primera vez que emigré fuera de mi país fue a Boston para estudiar inglés, no había cumplido 17 años. Entonces como “buen adolescente” aborrecía nuestra música, nuestra literatura, nuestra cultura, los símbolos patrios y sobre todo nuestro folklore. Veía el norte, a Estados Unidos, como un el objeto reluciente que deslumbra la imaginación de un indígena que nunca ha conocido nada fuera de su aldea; tal cual provinciano llevado a la gran ciudad.

Me tomó mucho llegar a valorar la cultura que me engendró; la historia, los hombres del pasado, las mujeres de todas las familias que nos amamantaron y todo el arte y la fuerza de una cultura que empujó desde los 1800s la idea de un país a la delantera de toda la América Latina. Con la declaración de nuestra independencia el 5 de Julio de 1811, comenzó un fuego empuñado por hombres con ideales que sacrificaron todo por levantar a los países de la sumisión a una corona y erguirlos en la luz, la ley y el derecho.

La Caracas que fue cuna de esos gigantes y de esa era, fue mi ciudad, la ciudad de los techos rojos, los niños jugando beisbol en la calle, donde la educación había reducido el analfabetismo a un solo dígito y nuestros papás y mamás nos machacaban valores cansinamente: “se dice por favor”, “se dan las gracias”, “a las mujeres, ni con el pétalo de una rosa”, “estudia mucho, porque es lo único que nadie te podrá quitar”. 

La luz floreció en mí a los 20 años viviendo solo en Florida, pero aún no valoraba a la Venezuela que me vio nacer, tendría que pasar mucho para ello.

El totalitarismo lo invitamos a vivir entre nosotros

Volví a Caracas en enero de 1985 con una maleta de experiencia, ideales de conocer a Venezuela y ver cómo podía ayudar. Comencé en medio tiempo a trabajar en barriadas al oeste de Petare, ayudando a niños de 8 a 11 que nunca habían ido al colegio para incorporarlos al colegio del barrio. Conocí gente cálida y generosa, entonces me di cuenta qué quería decir “ser pobre no es carencia de dinero”, ellos tenían mucho. Siempre tenían una sonrisa a flor de piel, a pesar de todas las penurias que sufrían: ranchos de madera y zinc con suelo de tierra, que la bombona de gas la tenían que subir por un cerro sin escalera… pero te invitaban a su casa y, cuando ibas, se empeñaban en que tomaras un café y comieras, probablemente, las únicas galletas que tenían.

Yo vi como las ideas más soeces fueron calando en nuestra vida y cultura, ideas que nunca habíamos albergado o sembrado, como “tú eres pobre por culpa de los ricos”, “quitemos a los ricos y repartamos lo que ellos nos han robado”… semillas que hoy cosechamos.

Apelar a los más bajos instintos es fácil, despierta un resentimiento primordial que está por debajo de la piel de todo ser humano; ello hace florecer yerba mala y cardos. Para las elecciones de 1998 ya el pescado estaba todo vendido: hasta los “inteligentes” estaban hartos de los políticos, todos le echaban la culpa a otros de lo que pasaba y fue precisamente el resentimiento y las vendettas las que eligieron al insipiente dictadorzuelo Hugo Chávez como el bufón de un país descreído, cínico y sin visión de futuro.

Hugo Chávez me enseñó a amar a mi país

El amor hacia lo que es ser venezolano entró a mi corazón primero por la música. Baladas y música llanera, Pajarillo y Caballo Viejo, las interpretaciones de Aldemaro Romero y su Onda Nueva, Gualberto Ibarreto, Simón Díaz… por gotas fueron entrando en la sangre, invadiendo mi corazón y moviendo mis emociones de manera indeleble.

El golpe de gracia me lo dio Chávez. En las manifestaciones del 2002, previas a su renuncia, marché con todo tipo de venezolanos y venezolanas, ricos, pobres, cultos y no tanto, periodistas, escritores, músicos, artistas, humoristas, amigos y desconocidos, todos éramos iguales y queríamos lo mismo: un país inclusivo sin segmentaciones políticas o rivalidades. Empecé a sentir cariño por mi bandera, amor por mi país, por mi historia y cultura, sentía que nos la estaban robando… salí entonces en su defensa como mejor pude o supe.

Volví a viajar fuera de Venezuela en 2005, no con la intención de emigrar, pero así sucedió. Volví la última vez a Caracas en 2011 y me di cuenta de que la Venezuela que me había criado, ya no la reconocía.

Si había algo que nos identificaba como venezolanos, era la capacidad de generar humor de cualquier dolor o situación, aun en público; la gente, aunque no conocías de nada, sin importar la clase social, se involucraban generando una atmosfera de complicidad. Iba en el Metro a la estación de Capitolio al centro a vender algo de oro y cubrir unos gastos generados por la vida que había dejado atrás. En el vagón durante el trayecto, habían no menos de unas 30 personas y todo era silencio; la gente miraba el suelo y nadie levantaba la voz y sólo se escuchaba el ruido del vagón sobre los rieles. Pasó algo que no recuerdo que fue, y yo hice una broma en voz alta invitando a otros a echar broma con el tema; la mayoría ni siquiera se giraron, otros me miraron como si fuera un extraterrestre. Fue un momento tenso a lo que yo redoblé diciendo en voz alta: “vamos, que la broma no fue tan mala”; alguien que estaba cerca, me miró con cara: “chamo, déjalo”.

Yo miré alrededor y me di cuenta, ¡Venezuela ya no es la misma!

La memoria no es un video archivado en nuestra mente

Hoy vivo en Barcelona, España y tengo dos hijas. La mayor me dice que ella quiere ser venezolana y hablar como yo. Yo llevo a Venezuela grabada en fuego en el corazón y cuando oigo música de nuestro folklore, más de una vez me saltan las lágrimas.

Tendemos a creer que la memoria que tenemos de eventos y sucesos que hemos vivido, están registrados en nosotros como algo sólido y firme. No es el caso. Nuestra memoria de aquello que nos ha pasado o hemos vivido es afectada por la atención que le brindamos. Si vivimos una experiencia traumática que no queremos revisitar, se enquista y nuestra emocionalidad no tiene otra opción que moverse a su alrededor y ajustarse a su “solidez”. Esa “evasión” condiciona cómo veo y experimento otras experiencias en mi vida; pero, si decidimos revisitarla y darle atención tratando de entender, podrá ser doloroso, pero ese acto la comienza a fundir mi historia y ser más maleable mi pasado, y por ende, quién soy hoy.

Amar es una decisión. No es cierto que el pasado no sea posible de cambiar, algo doloroso y destructor que pude vivir, puedo cambiarle su valencia permitiendo revisitar la memoria y aceptando los errores que me llevaron a ella, o las flaquezas o posible maldad de otros que pudieron causárla… con cada nueva visita a la memoria, la hago más maleable. Si llego a abrazarla, aunque no la entienda o pueda discernirla en su totalidad, se disuelve en el Ser que soy y deja de tener la capacidad de moldear mi emocionalidad, de regir mi presente y sentenciar mi futuro. Así cambio hoy mi futuro.

Imagínate lo que puede suceder si aplicamos esto a todo un país

Mi insistencia en revisar nuestro pasado tiene que ver con ello. El cuerpo que es Venezuela, tiene células y neuronas, somos tú y yo, abracemos el cuerpo entero, no sólo a los que son como yo. No podemos sanar ese cuerpo sin integrar todo el dolor que nuestra evasión y la ignorancia han causado. Si resentimiento y desplazamiento de culpa nos trajeron a dónde estamos, apuntar dedos y esperar a que otros hagan algo, no nos va a sacar del ahora.

Una vez Venezuela fue la punta de lanza de la Libertad de un continente, quién dice que hoy no podemos ser nosotros, cada uno de los venezolanos, los que cambiemos el curso de nuestra querida patria. Haz por ti lo que nadie puede hacer, quizás sea integrar todo en tu vida lo que Venezuela necesita desesperadamente.

Cuando yo era adolescente, no quería a Venezuela, sentía que yo era merecedor de más… hoy sé que he nacido en el país más maravilloso del mundo, que soy inmensamente afortunado y que necesito esforzarme en merecer haber nacido en este bello y cálido país del Caribe.

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